El principio

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Hola!! Os voy a dejar dos de estos porque son cortitos. Esta noche penúltimo capítulo de Breacking Chains.... No estoy llorando. Pista: sí.
Disfrutad.

CAPÍTULO 12: EL PRINCIPIO

El viento helado penetraba en sus huesos a pesar del grueso abrigo que portaba, mientras guardaba reverencial silencio observando esa lápida, esa piedra que encerraba uno de los mayores fantasmas que Inés llevaba en su alma.

Aun con sus manos entrelazadas, regalándole fortaleza, evitando mirar su rostro pues se quebraba al ver su dolor. La escalofriante confesión que había recibido había congelado sus palabras en su garganta, la verdad era que no sabía nada sobre la mujer que se mantenía en pie sujeta a su mano, de su pasado, sus piedras y caídas en el camino.

Sus ojos se fijaron en su rostro, pálido y ojeroso, sus ojos color otoño estaban fijos en la inscripción de la lápida mientras el viento revolvía sus castaños cabellos, llevándole su aroma a vainilla y azar, una mezcla extraña que a la vez fascinaba sus sentidos.

Inés suspiró, hacía años que no visitaba la tumba de su hermana, haberla perdido supuso el principio de su propio purgatorio, su condena en vida al horror y el olvido, se culpaba, llevaba años haciéndolo, una larga historia que deseaba gritar, sacarla de su alma. Miró el rostro de Irene, imperturbable, sus ojos chocolate fijos en el mármol fúnebre. La majestuosidad de sus gestos le provocó un escalofrío e Irene, al notarlo, clavó su mirada en ella regalándole una sonrisa cálida y dulce, una promesa muda que Inés comprendió en el acto, no pensaba marcharse.

Finalmente la morena en susurros rompió el silencio, empezaba a conocer a Inés, sabía que se moría por hablar pero jamás daría el primer paso.

-¿Cómo murió?

-Es una larga historia.

-¿Quieres contármela?

-Sí, deseo hacerlo, pero no quiero robarte más tiemp

-Tengo todo el del mundo, mas deseo preguntarte algo ¿Puedo?

-Clar

-Anoche te marchaste al escuchar el nombre de mi hija, Kathe ¿Fue porque tu hermana llevaba el mismo nombre?

-Entre otras cosas, ¿Podemos irnos de aquí?

-¿A dónde?

-A mi casa, si lo deseas, sino podemos vernos otro día.

-Vamos dónde te sientas más cómoda Inés.

En silencio asintió, tirando de ella en dirección a la salida de ese lugar tétrico, subiendo al coche en silencio. La castaña conducía sin mirarla, con los ojos fijos en la carretera y el tráfico, mas su mano seguía sujetando la de Irene, demostrando comodidad con ese pequeño gesto mientras la morena miraba sus manos enredadas sintiendo que, irónicamente, parecía que estaban hechas para estar entrelazadas, encajaban a la perfección.

Finalmente llegaron al apartamento de Inés, un ático en el centro de Nueva York. En el ascensor el silencio bailaba entre ellas, la joven escritora perdida en sus propios pensamientos e Irene tratando de calcular cuánto costarían los botones dorados que adornaban el aparato, hasta que se detuvo en el último piso y salieron a un pasillo ancho y bien iluminado, que destilaba lujo y buen gusto por doquier. Solo había una vivienda en ese piso, la de Inés, esta se dirigió directa a su puerta y abrió, apartándose para dejar que Irene penetrara primero en sus dominios, pasando tras ella y cerrando tras de sí.

En medio de la oscuridad tenue la guió hacia el salón, invitándola a tomar asiento y encendiendo las luces ya que a veces olvidaba que no todo el mundo se encontraba seguro en medio de las sombras.

-Aquí estamos, hogar dulce hogar ¿Quieres tomar algo?

-No gracias.

-¿Te importa si tomo coca cola?

-Estás en tu casa.

Con una sonrisa dulce, desapareció en la cocina donde Irene la escuchó rebuscando entre la nevera la bebida. A los pocos minutos volvió a aparecer con un vaso lleno de hielo y la oscura bebida, sentándose junto a ella en el sofá y bebiendo un trago de su refresco.

En un instante sus miradas volvieron a cruzarse, los ojos chocolate se cubrieron de curiosidad, de ganas de saber, comprender y ayudar a esa extraña mujer de ojos conmovedores por la que no sabía qué sentir, si fascinación, miedo o algo más, algo intenso, sin nombre.

Inés le devolvió la mirada, regalándole una sonrisa que encerraba sus miedos, sus anhelos, sus deseos, la necesidad de ser escuchada, de sentirse apoyada.

Como periodista que era, la tensión pudo con ella y las preguntas acudieron a su garganta, explotando sin poder detenerlas, a pesar de que midió sus palabras con celo ya que no quería perderla, no otra vez, no ahora que estaba dispuesta a abrirse a ella.

-Entonces ¿cómo murió?

-Te dije que era una historia larga, para comprenderla hay que ir al principio y no creo que pueda contarla entera, no hoy ¿Podrás entender eso?

-Ya te he dicho que tengo tiempo, siempre que quieras hablar ahí estaré, solo voy a escuchar y no pienso juzgarte, quiero ayudarte a espantar tus fantasmas y a llevar tus cargas.

-Entonces ahí va, el principio de mi final.

10 años antes:

Acababa de cumplir 18 años, y a su corta edad había tenido que tomar decisiones demasiado duras, había tenido que madurar antes de tiempo, a sus dieciocho años acababa de conseguir la custodia de su hermana pequeña, cinco años menor que ella y sacarla de un hogar que estaba destrozando sus vidas de manera irremediable. Desde ese momento no volvieron a ver a su padre, tampoco les importó y, aunque la pensión que recibían apenas llegaba para pagar los gastos, se buscaban la vida como podían, juntas, una pequeña familia.

Había tenido que dejar los estudios joven, trabajaba como camarera desde hacía meses en un bar de carretera, mugriento y andrajoso, lo suficiente para llevar de comer a su casa, intentaba darle una educación a su hermana, que esta tuviese un futuro mejor, mas apenas pisaba su hogar debido a los turnos excesivos en la cafetería y algún que otro trabajo fuera de lo legal para que a Kathe nunca le faltase de nada.

Las consecuencias fueron que, durante años, la joven Kathe Arrimadas se sintió más sola que nunca, solo tenía a Inés y apenas la veía. Se volvió una muchacha rebelde con los años, dejó de estudiar, se volvió agresiva y se metió en un mundo peligroso sin que Inés se diese cuenta, enfrascada como estaba en sacarla adelante ya que estaban solas en el mundo.

Hasta que la vida les dio el golpe definitivo, Kathe tenía ya dieciséis y hacía un año que jugaba con las drogas sin que su hermana mayor lo supiera, era una forma de llamar la atención a gritos mas Inés no lo veía, apenas cruzaban un par de palabras al día, la maternidad le había venido demasiado grande y ella lo sabía.

Si Katherine supiera que su hermana se estaba dejando la vida por darle un futuro, si intuyese en qué clases de mundos se estaba metiendo para poder darle de comer y sacarla adelante, no habría sido tan inconsciente mas la terrible verdad es que estaba sola, se sentía sola y la sensación de estar drogada era más agradable que su realidad.

Era joven, no sabía nada de la vida y todo lo veía como un juego, hasta que un día se le fue la mano con la dosis, precipitándose a la muerte sin que nadie estuviese ahí para verla, para ayudarla. Esa misma noche, al llegar Inés a su casa, cansada y con los ojos enrojecidos, endurecidos por las circunstancias de su vida, buscó a su hermana sin hallarla hasta que descubrió la puerta del baño cerrada, abriéndola por la fuerza y penetrando en el interior, sintiendo como su alma se quebraba en mil pedazos en un instante.

Su pequeña Kathe en el suelo sin vida, las drogas que la habían matado desperdigadas por el suelo y su corazón quebrándose, como una estatua sin poder moverse, helada y con las lágrimas congeladas en sus ojos, cayó de rodillas tomando a su hermana en sus brazos, liberando un grito de dolor que desgarró su alma en mil pedazos, la rompió sin remedio, con su hermana en sus brazos lloró hasta perder una a una sus fuerzas, lloró durante horas sintiendo la daga de la culpa envenenar su sangre, era su culpa, ella la había descuidado, no la había protegido, su hermanita estaba muerta y era culpa suya

Continuara...

Poor Inés.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora