Blandió su bastón de jade, caminando con paso firme hasta la ya divisable -aunque bastante lejana- puerta del Instituto de Londres. De vez en cuando se detenía, mirando a su alrededor por si algún curioso le seguía; su pelo plateado era casi apreciable también para los mundanos. No se avergonzaba de él, pero sí de lo que se lo provocaba.
Las reservas de yin-fen no peligraban por el momento, era un dato que lo aliviaba. Aún así tenía asumido su final. Antes o después su corazón dejaría de latir, y eso le dolía en el alma. No la muerte, sino lo que tendría que dejar atrás.
Su segunda familia, el Instituto, que lo había visto crecer desde el trágico momento en el que apareció por allí. Dejar atrás a Charlotte, a Henry, a Sophie... Incluso le sería duro dejar a Jessamine. Todos eran pilares fundamentales en su vida, que hacían que no decayera pese a sus días marcados como un cuentagotas.
En la cabeza de Jem revoloteaban todos estos pensamientos sobre ellos, pero uno sobresalía más que el resto. Uno martirizaba su mente día tras día y cada minuto que pasaba la pena era más intenso, menos soportable.
Will Herondale, su vida entera. Pero lo más importante; su parabatai. Su hermano de sangre, la runa que ambos llevaban marcada en el pecho lo demostraba, estaban unidos hasta que la muerte los separase, y esa promesa no podía romperse. Ambos se juraron fidelidad y protección mutua; si alguno estaba en peligro, el otro debería arriesgar su vida por él. Simple, para ti debía ser preferible tu muerte a la de tu parabatai.
James y William estaban unidos por un lazo irrompible, algo imposible de terminar. Se querían lo que nosotros no podemos llegar a imaginar, era inmenso. Por ello, a Jem cada día le pesaba más. A veces admitía que sus sentimientos iban más allá de la fraternidad entre hermanos, y eso lo volvía loco.
Pegó un bastonazo a las escaleras de piedra y mármol del Instituto, frustrado. ¿Cuánto tiempo más aguantaría? Sumergido en sus pensamientos entró, dejando que la iglesia lo absorbiera por completo tras pasar el gran muro.
Instintivamente, se dirigió a la biblioteca. Iglesia, acurrucado en una esquina tras la columna, maulló para hacerse notar. Jem se acercó, suspirando, y acarició su pelaje rozando los dedos. El animal hizo una leve inclinación a símbolo de agradecimiento y se apresuró a seguir al joven, que ya caminaba de nuevo hasta su destino.
Empujó la portezuela de la biblioteca, el lugar más tranquilo del Instituto y el único en el que creía que no encontraría a Will. Afortunadamente, acertó, dando por hecho que el muchacho de hermoso cabello negro como el carbón seguía lanzando cuchillos en la sala de entrenamiento.
Dejó a Iglesia fuera, y un golpe con eco llenó la sala. Una joven limpiaba alegremente el gran ventanal izquierdo, canturreando alguna canción indescifrable para Jem.
-Sophie, ¿qué tal? Se te ve muy alegre.
-Señorito Jem... Hola. -la muchacha saludó inclinando el rostro, y continuó con su labor.- Bueno, hace un bonito día y eso me pone de buen humor.
-¿Y no será que Gideon viene de visita? -Jem reprimió una sonrisa.
-Shhhh. -Sophie enrojeció violentamente, rogando silencio.- ¿Y si lo oye la señora Branwell? ¡Quedaría en ridículo! Sea disimulado, usted que lo sabe, por favor.
Jem asintió, mirándola a los ojos para mostrarle su apoyo. Sophie llevaba tiempo viéndose con Gideon y este la quería como a nadie, pero la chica no quería dar el paso. Siempre se encontraban fuera del Instituto, porque la horrorizaba aún más que Charlotte se enterara de su relación con el cazador de sombras. Una criada y un nefilim, era algo imposible, casi prohibido. Jem intentaba charlar con ella siempre que podía; la apreciaba mucho.
Sophie... Puñales se le clavaron en el corazón mientras lo imaginaba, y retrocedió, contrariado. Se apresuró a disimular, mirando distraídamente los tomos de la estantería.
-¿Sabes dónde se encuentra el libro de la Clave, Sophie? -comentó Jem, distraído. Esta echó una mirada por encima de su hombro, y señaló algo a su izquierda. El muchacho lo siguió con la mirada y asintió, dirigiéndose a la balda. Introdujo un dedo en la parte superior del tomo y lo sacó. Sopló para apartar la fina cama de polvo acomulada en la portada.- Gracias.
El muchacho salió de la estancia, caminando con paso firme hasta su dormitorio, situado en la planta de arriba.

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(Hero)nstairs
Fiksi PenggemarLas vidas y sentimientos de William y James no se corresponden con las obligaciones de un nefilim estrictamente marcadas por la Clave. No deberías desafiarla; es muy poderosa y difícil de superar. De hecho, no te recomiendo ni siquiera mover un dedo...