Golpeó la mesa con el puño. No solía ser violento, pero la situación empezaba a molestarlo. Era paciente, pero la paciencia se terminaba agotando a medida que tirabas de la insistencia.
-¿Pero está hablando en serio? Mire, necesito el polvo. No lo entiende.
Un hombre menudo y de puntiagudas orejas, más parecido a un gnomo de jardín que a un nefilim, estaba delante del muchacho y no abandonaba su posición.
-He dicho que no me queda más. Váyase.
-Pero...
-Oiga. -el nefilim colocó ambas manos en la mesa, junto al puño.— No insista, ¿de acuerdo? No me gusta recurrir a la violencia. Pero aquellos -señaló a dos hombres tatuados de pies a cabeza, con protuberantes músculos y una feroz expresión en sus rostros.- están deseando entrar en alguna pelea. Aunque, viéndote, no creo que fuera muy justa.
El nefilim soltó una carcajada y Jem se obligó a ignorar su insulto y centrarse en el tema que lo ocupaba; no quedaba yin fen en el local, no traían hasta dentro de varias semanas. Sus reservas se estaban agotando y la cajita plateada de la mesilla iba bajando de nivel.
A pesar de que trataba de racionarlo para no malgastar polvo, era inminente que se terminara.
-¿Podría reservarme para cuando le traigan?
-Yo no guardo nada, muchacho. Prueba a venir en un tiempo. -concluyó el hombrecillo y pasó al interior de la tienda.
Jem tomó una fuerte bocanada de aire al salir del establecimiento; allí dentro se mezclaban todos los olores y humos de drogas posibles. Producían ganas de vomitar.
Estaba en un problema. Un serio problema. Sólo aguantaba unas horas sin tomar la parte que le correspondía, como mucho un día.
No respiraría por mucho tiempo más sin yin fen.
Necesitaba contárselo a alguien. No porque necesitara ayuda, no le gustaba cargar de problemas inocentes a sus amigos, a su parabatai. Jem era honrado y respetuoso; un caballero inglés a la par que oriental debía solucionar sus propios problemas, no dejar que otros cargaran con ellos. No era de buena educación, y si algo poseía el muchacho era eso, desde luego.
Caminó con paso cansado hasta el puente Blackfriars, sin ni siquiera darse cuenta de a dónde se dirigía, sus pies lo guiaban inconscientemente.
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-¿No ha pasado por aquí? -Preguntó Will, describiendo de forma escueta la forma física de su parabatai ena tienda de opio.
Si de algo estaba seguro al cien por cien, era de que había pasado por ahí. Era uno de sus locales más transitados, sobre todo últimamente que el yin fen había comenzado a escasear. El nefilim no movió ni un músculo de la cara.
-Se ha ido hace una media hora. -Dijo sin tono en la voz, de forma monótona.
A Will le recordó a uno de los robots de Mortmain. Menuda estupidez, no quedaba ninguno de esos bichejos. Estaban todos muertos. O eso creía. Nadie había visto ninguno desde hacía meses y era un alivio para la gente de la ciudad.
De Mortmain tampoco se sabía nada; todos suponían que estaba muerto o arrastrándose por algún antro de Inglaterra.
De todos modos no era una amenaza.
-Gracias.
William abrochó los botones superiores de su traje negro y comprobó que todas las dagas y cuchillos estuvieran en su sitio. No se fiaba un pelo de los clientes habituales de ese local. No tenía una especial buena fama y era transitado por infinidad de hadas, altamente peligrosas. Lo mejor era alejarse de ellas; nunca sabías como iban a engatusarte y era difícil darse cuenta. Antes de que lo hubieses percibido lo más mínimo, podías darte por drogado. Era algo específico de ellas y convenía mantenerse alejado.
Caminó decidido por las calles más amplias de la ciudad, sorteando a los transeúntes. El glamour empezaba a atenuarse; no sabía porqué, pero el efecto no había sido el deseado. Apenas bastó para un par de horas.
A lo lejos, comenzaba a divisarse el puente Blackfriars, uno de los lugares secretos (excepto para él) de Jem. Siempre acudía a pensar y nunca en compañía.
Will no recordaba haberse sentado jamás a su lado, ni observado el río desde la parte baja, ni observado las estrellas al anochecer. Nunca.
La verdad es que sentía un fuerte impulso por abrazarlo y juntar sus cuerpos, viendo mecerse las tranquilas aguas color azul oscuro, reflejadas en el cielo. Un flash pasó por su mente como una estrella fugaz y se prometió a sí mismo que esa noche lo haría, costase lo que costase.
Su mente era un laberinto de dudas que abría y cerraba puertas, confundiéndolo a la par que susurrándole lo que necesitaba confirmar.
Desafortunadamente, lo primero era encontrarlo. Los negros cabellos del muchacho, azotados por el traicionero viento de Londres, resaltaban aún más sumados a su hermoso rostro y finas y largas pestañas, pómulos bien definidos e incluso cariñosos hoyuelos. Cualquiera que lo viera podría confundirlo con un dios griego, tal vez. Los dioses siempre han poseído una belleza excepcional, o eso decían. Lástima que no podamos comprobarlo.
Resultaba complicado divisar el puente entre la espesa niebla que lo recubría casi por completo, dejando ver tan sólo los picos de las torres laterales, unos triángulos de tamaño medio que asomaban por encima de la nube de algodón color grisáceo.
Cuando se encontró en la parte baja de Blackfriars, Will ladeó la cabeza en las dos direcciones posibles albergando la esperanza de encontrar a su parabatai sentado grácilmente sobre la estructura de piedra.
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Daba vueltas a su bastón de jade con un notable estado de nerviosismo. Quizá debía volver ya al Instituto, quizá estuvieran preocupados. Tanta salida resultaba extraña, sobre todo en él. Quizá, si fuera Will no se hubiese notado tanto. Él salía y entraba continuamente sin permiso ni razón aparente.
Suspiró, provocando que algún mechón plateado bailara en su frente y volviera a caer de forma suave. Necesitaba hablar con William, y él no estaba ahí. Tenía que regresar y… ¿hablarle, sin más? ¿Después de días dirigiéndose miradas y sonrisas respetuosas? Sonaba egoísta o, incluso, a conveniencia. Pensaría que quería algo.
Conocía a Will, le perdonaría la excusa sin problema, pero él no quería dejar pasar las cosas tan fácilmente.
‘Supongo que sólo me queda ser valiente. Y esperar.’ ¿Esperar a que, exactamente? Ni él mismo lo sabía. Y eso lo confundía y molestaba. A James, el tranquilo y sosegado cazador de sombras en plata y tímido violinista.
Golpeó el suelo del puente de roca con el bastón, provocando un sonido seco en el silencio de la noche.

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(Hero)nstairs
FanfictionLas vidas y sentimientos de William y James no se corresponden con las obligaciones de un nefilim estrictamente marcadas por la Clave. No deberías desafiarla; es muy poderosa y difícil de superar. De hecho, no te recomiendo ni siquiera mover un dedo...