William Herondale lanzaba cuchillos con rabia en la sala de entrenamiento. Cada puñal que clavaba en la cabeza de la diana era una agonía sumada a la que sentía en su propio corazón. ¿Era posible que estuviera pasando por aquello? ¿Se merecía él sufrir de tal manera? Puede, se comportó realmente mal durante años, pero ya no había maldición. Esa farsa había terminado y con ella su engaño; Will podía amar y podían amarle.
Nadie sabía como se sentía, y la persona en la que más confiaba en el mundo era también la única a la que no podía decirle nada. No podía abrirse con él o si no todo habría terminado. Todo y nada de lo que tenían.
Lanzó otro cuchillo, agotado, y se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa. <Esto debe acabar, no puedo permitirme seguir así.>
Salió, arrastrando los pies hasta su habitación en el Instituto, justo en frente de la de Jem.
La dulce melodía de su violín sonaba hoy triste, cansada, llena de sentimientos que nadie era capaz de notar excepto Will. Era imposible no pasarse horas escuchando las notas que salían del instrumento, que cobraban vida gracias al joven de pelo plateado.
Lo que William no percibió fueron las silenciosas lágrimas de Jem que acompasaban al violín. Lágrimas de rabia e impotencia y tristeza y sentimientos contradictorios que se arremolinaban en ambas mentes, y que ninguno sabía del otro. Era frustrante.
El muchacho se duchó, y se vistió para la cena. Decoró su pálida piel con una camisa color crema y unos anchos pantalones de color negro, un conjunto similar a lo que últimamente acostumbraba a llevar. Ropa no muy parecida a la de los cazadores de sombras, siempre de negro y hasta las cejas de cuchillos.
Peinó con cuidado su pelo, algo que apreciaba pero no solía hacer con frecuencia, y él mismo se preguntó el porqué: ¿era la hora de dar el paso? ¿Para eso se había molestado en arreglarse? No supo responderlas. Se calzó lo primero que vio y roció colonia en sus muñecas. Una última mirada al espejo de su pequeño tocador, y ya se encaminaba hacia el comedor para la hora de la cena.
Normalmente, las cenas eran una especie de reunión familiar. Todos comían juntos, mientras Sophie iba sirviendo platos de su excelente comida porque, una de sus muchas virtudes era su talento para la cocina. Comentaban lo ocurrido en el día, los disparatados inventos de Henry, los nuevos vestidos de Jessamine o cualquier tema de mayor o menor importancia. Y eran reuniones agradables, siempre. Pero hoy Will tenía un agujero en el estómago.
Abrió la gran portezuela, aparentando tranquilidad y una pizca de dulzura, como había decidido tras dejar atrás la maldición. Trataría a todos con amabilidad que era, en el fondo, lo que había deseado hacer durante tanto tiempo y ahora podía. Era satisfactorio.
Jem ya estaba allí, los ojos del muchacho se desviaron hacia él rápidamente, iba hermoso. Con una camisa gris pálida, a conjunto de su pelo, ojos y cejas, y unos pulcros pantalones blancos, Will no pudo evitar que mariposas le saludaran desde el estómago. Estaba realmente atractivo. Bueno, lo era.
James Carstairs era un sueño plateado, sí. Para su parabatai era eso y mil cosas más, cada una mejor que la otra. Pero volvió a la realidad, dolido por dentro, y saludó con una inclinación de cabeza a Charlotte, que ocupaba su asiento presidiendo la cena.
Se sentó frente a Jem, y le sonrió con cariño, intentando que no pareciera algo más.
Jem correspondió a su saludo con una amplia sonrisa y unos ojos más brillantes que nunca. Acto seguido, cuando las miradas tomaron contacto de nuevo, sus pálidas mejillas se tornaron de un fuerte tono rosado. Si bien Will lo notó, trató de evitarlo; no podía ofrecerle más de una sonrisa.
Últimamente se habían estado evitando entre sí, sin saber que lo hacían por la misma razón. Ya no se reunían por las noches antes de dormir, ni se contaban sus faenas diarias, ni disfrutaban con la música del violín.
-¿Will, me has oído? -Charlotte alzó la voz por encima de la mesa, advirtiéndole.
-Eh, no. -bajó la vista, azorado. Jem lo observaba curioso.- ¿Qué decías?
-Te veo sólo muy a menudo, ¿qué has estado haciendo estos días? -apoyó los codos en la mesa, expectante.
-Mmmm... Pasear. También estuve en... -soltó el primer nombre que se le vino a la cabeza, de un antiguo local ubicado en el centro de Londres.- No mucho más.
-Ya veo. ¿Y tú, Jem? -Chalotte era la única que había percibido la tensión entre los parabatais; e iba a descubrir el porque de su frecuente separación.
Jem no dijo nada, se limitó a tomar la sopa, evitando contacto visual con cualquier otro de la mesa. Se pasaba el día sólo y hablaba con Sophie, a veces, la sirvienta le daba conversación mientras hacía sus tareas.
-¿Qué os pasa? -la directora del Instituto de Londres se levantó de su silla. Recolocó cuidadosamente su vestido e hizo amago de salir del comedor.- William, quiero hablar contigo. Ven a verme cuando tengas tiempo, estaré en el despacho de Henry.
Y salió en silencio, ante la mirada de todos. Curiosamente, Jessamine había estado callada, algo poco usual en ella. Jem se propuso investigar, puede que eso le sirviera para despejarse. Volvió a su plato.
ESTÁS LEYENDO
(Hero)nstairs
FanfictionLas vidas y sentimientos de William y James no se corresponden con las obligaciones de un nefilim estrictamente marcadas por la Clave. No deberías desafiarla; es muy poderosa y difícil de superar. De hecho, no te recomiendo ni siquiera mover un dedo...