El comienzo de la aventura

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En una polvorienta taberna del pequeño pueblito de Molinar, la cual se dividía entre Hobbits y humanos, se sentaba un intelectual escamoso que leía una gruesa enciclopedia forrada en piel de quimera mientras fumaba de una larga pipa. Elegía sentarse en la parte del establecimiento que se destinaba a los medianos, debido al gran cariño que le sentía a estos, a pesar de que esta no se acomodara en lo más minimo a su largirucho cuerpo reptiliano de casi dos metros de longitud. Junto a este estudioso de lo arcano se ubicaba aún más dificultosamente una bestia peluda, enorme e intimidantemente muscular, de cuya bovina cabeza emergían dos cuernos curvos delicadamente adornados, en su cara descansaban un par de anteojos circulares dignos de un erudito y su cuello era abrigado por un pañuelo color esmeralda hecho de la más fina seda que se pueda encontrar en Faerun. Habían pedido una enorme cantidad de pan fino con mermelada de fresa y vino para saciar sus apetitos, que eran dignos de los monstruos que aparentaban ser.

A la barra del establecimiento se sentaba una pequeña figura misteriosa de pies descalzos y cubiertos en un grueso cabello anaranjado, vestía una capa mantenida en su lugar por un broche con la forma de un ojo y dividiendo su rizado cabello se encontraba una bandana verde que ocultaba parcialmente una carta del tarot con el mismo ojo misterioso grabado en su revéz. Se mantenía silenciosa y sus ojos saltaban ágilmente, como buscando cualquier oportunidad para hacer un pequeño juego de manos y así expropiar a la taberna de algún objeto valioso que pudiera poseer.

Al mismo tiempo, un joven elfo de cabello negro, su pecho adornado con un tatuaje con forma de espiral, y vestido sólo por un pantalón bombacho, hacía malabares con 6 pelotas y juntaba escasas monedas de cobre en un vaso vacío de cerveza. Dos borrachos se reían a carcajadas intoxicadas, burlándose continuamente del espectáculo.

-¿Te gustan las pelotas, niño lindo?- preguntó un borracho con una cara grotesca.

-Las ama por que desearía tener un par, los elfos nacen sin ellas, ¿sabías?- respondió su bruto amigo.

-Que ignorancia la mía, bueno, yo no estudié en uno de esos palacios élficos, no tengo esa clase de dinero, pero tal ves podría tomar un poquito prestado.- exclamó de manera siniestra el otro.

El borracho se levantó dificultosamente de su banca y se tambaleó hasta llegar incómodamente cerca del elfo, prácticamente tocando su nariz.

-¿cual es tu nombre, chico lindo?- preguntó el borracho, emanando un aliento avinagrado

No hubo respuesta alguna, el joven continuaba haciendo malabares con admirable destreza y una leve sonrisa en su cara, la verdad es que no podía contener la risa. La cara del hombre se deformó en una mueca de confusión y disgusto

-Te pregunte!--

Su discurso fue interrumpido por un sonido de huesos rompiéndose, y, de un segundo a otro, el pecho del hombre se hundió y su cuerpo fue arrojado por los aires, estrellándose a los pies de un viajero encapuchado. El elfo continuaba arrojando las bolas como si nada hubiera pasado.

-Si es que aún me escuchas, mi nombre es Lukisi, bastardo.

La estoica y sombría figura había observado todo lo ocurrido, y, ahora que la atención de todos estaba en el bulto dolorido que se encontraba a sus pies, su enorme estatura y su oscuras ropas de cuero comenzaban a generar miedo entre los inocentes hobbits que acudían a la taberna para relajarse tras trabajar en los abundantes molinos y panaderías.

-Ignis -susurró el elegante minotauro con una voz profunda y poderosa a su escamoso amigo- ¿ves el hacha del encapuchado?

El estudioso levantó la vista de su libro discretamente y buscó con la mirada.

-Espero que esas manchas sean mermelada de fresa- suspiró levemente.

Mientras la diminuta tabernera se acomodaba los lentes para poder comprender lo ocurrido y se remangaba la camisa, preparándose para expulsar a cualquier borracho, la picara mediana comenzaba a estirar su brazo lo más posible desde la barra para alcanzar, como mínimo, un poco de licor fino de mandrágora, un alcohol increíblemente poderoso y preciado. Lo estiraba lo más que podía, sentía su brazo comenzando a dormirse ligeramente, pero mientras perdía la sensibilidad de este, podía sentir algo en las puntas de sus dedos, era frío y suave, el tacto familiar de una buena botella de alcohol. Pero antes de que pudiera saborear la satisfacción del éxito, sintió el dolor de un un golpe en la mano, había sido atacada con una escoba por una pequeña anciana, la tabernera.

-Sabía que tenía que cuidarme con los de tu calaña, Frilda- Declaro la mujer, sosteniendo la escoba de la misma manera que un grandioso caballero sostiene su lanza.

-¿quién te dijo mi nombre, anciana?- interrogo preocupada la picara.

-Eres conocida entre los nuestros y lo sabes; una especie de molestia compartida.

-No me--

Antes de terminar su frase, el sonido de las puertas del bar abriéndose de golpe captaron la atención de todos los clientes. Un hombre de escaso cabello claro entró apresuradamente, su cara estaba pálida como la de un cadaver. Se trataba de un monaguillo que vestía una larga túnica que se asemejaba más a un saco de papas que a las ropas de un hombre de fe.

-¡Los muertos acechan!- gritó horrorizado el hombre.




Drake: Aventuras Peculiarmente ImperfectasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora