Capitulo 6

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Después de pasar otra noche horrible, muerta de calor y sin pegar ojo, Celaena dedicó la mañana siguiente a pasear con Sam por las calles de la bahía de la Calavera. Caminaban tranquilamente, deteniéndose en los puestos callejeros y entrando en alguna que otra tienda, pero en realidad estaban repasando el plan paso por paso, examinando cada detalle de un esquema que debían ejecutar a la perfección.

Gracias a los pescadores del muelle, descubrieron que los botes atados a los embarcaderos no pertenecían a nadie en particular y que al día siguiente la marea subiría justo después del amanecer. Una hora no demasiado favorable, pero mejor que el mediodía.

Flirteando con las prostitutas de la calle principal, Sam se enteró de que, de vez en cuando, Rolfe pagaba rondas a todos los piratas a su servicio, y que la juerga se prolongaba varios días. Ofrecieron también a Sam algunos otros detalles que él se guardó de compartir con Celaena.

Y hablando con un pirata medio borracho que se pudría en un callejón, Celaena averiguó cuántos hombres protegían los barcos de esclavos, dónde confinaban a los prisioneros y qué tipo de armas llevaban los guardias.

Cuando por fin dieron las cuatro, Celaena y Sam ya estaban a bordo del barco que Rolfe les había prometido, inspeccionando y contando a los esclavos que subían a trompicones a la cubierta principal. Casi todos varones, la mayoría jóvenes. Las edades de la mujeres abarcaban un abanico de edad más amplio y solo había un puñado de niños, tal como Rolfe había dicho.

—¿Se ajusta el material a vuestras refinadas pretensiones? —preguntó Rolfe cuando Celaena se acercó.

—Creí que habíais dicho que habría más —replicó ella con frialdad, sin separar los ojos de los esclavos encadenados.

—Alcanzaban el centenar, pero siete han muerto durante la travesía.

Celaena reprimió la ira que ardió en su interior. Sam, que la conocía demasiado bien para su gusto, intervino:

—¿Y cuántos calculáis que perderemos en el viaje a Rifthold?

Su rostro apenas delataba emoción alguna, aunque los ojos marrones centelleaban de rabia.

Bien. Era un buen mentiroso. Tan bueno como ella, quizás.

Rolfe se pasó la mano por el pelo oscuro.

—¿Es que vosotros dos nunca os cansáis de hacer preguntas? Es imposible calcular cuántos esclavos perderéis. Aseguraos de que tengan agua y alimento.

Celaena gruño entre dientes, pero Rolfe ya se acercaba a sus guardias. Los asesinos lo siguieron mientras los últimos esclavos llegaban a cubierta a empellones.

—¿Dónde están los esclavos que vimos ayer? —preguntó Sam.

Rolfe agitó la mano con un ademán desdeñoso.

—Casi todos se encuentran en ese barco. Mañana zarparemos.

Señaló una nave cercana y ordenó a uno de los capataces que diese comienzo a la inspección.

Aguardaron hasta que hubo revisado a unos cuantos esclavos. El hombre hacía comentarios sobre lo fuerte que era el de más acá o lo bien que se vendería el de más allá, cada palabra más repugnante que la anterior.

—¿Me garantizáis que el barco estará protegido esta noche? —preguntó Celaena al señor de los piratas. Rolfe suspiró sonoramente y asintió—. En cuanto a los vigías de la atalaya —siguió preguntando—, ¿supongo que también son responsables de vigilar el barco?

La Asesina y el Señor de los piratasWhere stories live. Discover now