Capitulo 9

9 0 0
                                    


Al final de la cuesta, Celaena podía ver perfectamente los dos navíos de esclavos flotando —todavía inmóviles— en la bahía. Y la cadena que quebraba los mástiles no mucho más lejos. Por desgracia, desde su posición, Rolfe también los veía.

Una luz grisácea empezó a teñir el cielo. La aurora.

Celaena saludó al señor de los piratas con una inclinación de cabeza.

—No quería ensuciarme las manos en el jaleo.

Los labios de Rolfe dibujaron una fina sonrisa.

—Qué raro, teniendo en cuenta que habéis sido vos quien ha hecho caer al hombre que ha provocado la pelea.

Sam la fulminó con la mirada. ¡Celaena podía haber disimulado un poco, maldita sea!

Rolfe sacó la espada, y sus ojos de dragón brillaron a la luz del alba.

—Y también me extraña que, después de andar varios días buscando pelea, os esfuméis precisamente cuando todo el mundo está distraído.

Sam levantó las manos.

—No queremos problemas.

Rolfe rio entre dientes sin la menor alegría.

—A lo mejor vos no, Sam Cortland, pero ella sí —Rolfe dio un paso hacia Celaena con la espada aferrada a un costado—. Ella lleva buscando camorra desde que llegó. ¿Qué os proponéis? ¿Robar un tesoro? ¿Obtener información?

Por el rabillo del ojo, Celaena vio que algo se movía en los barcos. Como un pájaro que despliega las alas, había aparecido una fila de remos a cada costado de los navíos. Estaban listos. Y la cadena seguía tendida.

No mires, no mires, no mires...

Por desgracia, Rolfe miró, y Celaena contuvo el aliento mientras el señor de los piratas observaba los barcos.

Sam se crispó a su lado y dobló las rodillas una pizca.

—Os voy a matar, Celaena Sardothien —musitó Rolfe. Y lo decía en serio.

Los dedos de Celaena apretaron la empuñadura de la espada, y Rolfe abrió la boca como si cogiera aire para gritar una advertencia.

Rápida como un látigo, Celaena hizo lo único que podía hacer para distraerlo.

La máscara tintineó contra el suelo y se quitó la capucha. La melena dorada brilló a la luz creciente.

Rolfe se quedó de una pieza.

—Eres... eres... ¿Qué clase de artimaña es esta?

Más allá, los remos empezaron a moverse surcando el agua hacia la cadena... rumbo a la libertad que aguardaba detrás.

—Ve —murmuró Celaena a Sam—. Ahora.

Sam se limitó a asentir antes de echar a correr calle abajo.

A solas con Rolfe, Celaena levantó la espada.

—Celaena Sardothien, a vuestro servicio.

El pirata la miraba atónito, con la cara pálida de rabia.

—¿Cómo te atreves a engañarme?

Ella insinuó una reverencia.

—No he hecho nada parecido. Os dije que era hermosa.

Antes de que pudiera detenerlo, Rolfe gritó:

—¡Ladrones! ¡Quieren robarnos los barcos! ¡A los botes! ¡A la atalaya!

La Asesina y el Señor de los piratasWhere stories live. Discover now