tres

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TRESperrito

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TRES
perrito

Ante todo el camino con tranquilidad, Lara pudo sentir cuando el auto de su madre subió y bajó, como si hubiera chocado con una piedra o algo.

— ¡Mamá, para! —pidió asustada.

—Vamos, Lara, seguro es una roca, no seas exagerada —dijo su madre, un poco harta de la voz de su hija.

— ¡No perdemos nada con parar, maldita sea!

Cuando comenzó a golpear la puerta con su terrible humor, la madre sabia que Lara hablaba enserio.

—Bien, volveremos, pero si bajas ya no subes, niña —le dijo.

La morena solo rogaba que no esté exagerando o sino se tendría que ir caminando bajo la lluvia.

—Eres una pésima madre —señaló cuando bajó, cerrando la puerta.

A Margaret poco le importó lo que diga su hija y siguió su camino. Lara caminó un poco por la carretera hasta que lo vio. El pequeño cuerpo de un perrito tirado al borde de la pista. A pesar de la lluvia, Lara pudo notar un poco de su sangre en la pista, como si hubiera tratado de salir de en medio, arrastrándose.

Sin importarle nada, la joven se acercó y se agachó a su pequeño cuerpo sin saber qué hacer. Lo sujetó entre sus brazos ignorando los gruñidos del perro y lo cargo con la delicadeza más extrema que tenía.

—Shh, todo estará bien, pequeño —susurró mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

Caminó hasta lo que parecía una tienda, pero agradeció que al estar cerca notó que era una veterinaria.

¡Esto era suerte pura!

Tocó la puerta trasera que decía cerrado un poco desesperada. Para su suerte, fue abierta. Lo que no esperó es que sea Scott Mccall el que la abriera. Se maldijo internamente por estar con los ojos rojos en ese momento, no quería que nadie la vea así.

El chico la miró embobado unos segundos, sin poder dejar de ver sus preciosos ojos, los cuales notó que estaban rojos.

—McCall —lo llamó sin importarle si sonaba dura o no—. Necesito tu ayuda —señaló con su barbilla al perrito en sus brazos—. Por favor.

—Sí, sí, por supuesto, Lara, no te preocupes —dijo apresuradamente mientras la dejaba pasar.

Cuando dejaron al perrito en la mesa de metal que abarcaba toda la sala, Lara no pudo contenerse y comenzó a sollozar bajo, tratando de no ser oída y fallando estrepitosamente.

—Hey, Lara, está bien, sólo tiene la pata rota, podría ponerle una tablilla y darle un calmante —dijo el joven sorprendido de no tartamudear de los nervios.

—Es que... mi mamá lo iba a dejar tirado y si no le decía nada... yo, yo no sé... deseaba exagerar y que no sea nada, pero si fue, ¡Un perrito! —se sonó la nariz recibiendo un pedazo de papel que le ofreció el chico—. O sea, sí, soy una insensible con casi todo, ¡Pero es un perrito! —lloriqueó aún más fuerte.

A pesar de que la escena le daba pena, el chico sonrió porque también le daba ternura. La veía ahí, temblar del frío, empapada por caminar bajo la lluvia. Scott no pudo evitar notar que llevaba un vestido abajo de su enorme polera.

—Tengo una camiseta —le dijo al oír sus dientes castañear.

—No es necesario, McCall —susurró, aunque le gustó que él tratara de cuidarla.

—Por favor —insistió mirándola fijamente. Él se preguntaba de dónde había salido esa valentía repentina.

—Bien, bien —el chico le estiró la camiseta y sin pudor alguno, la joven se quitó su enorme polera—. No aceptaría si no estuviera más mojada que adolescente primeriza.

El joven se tomó un tiempo para verla, aunque tenía un vestido debajo, un gran escote se dejó ver, y algo que llamó su atención demasiado fue la manera en la que el vestido de ceñía a su piel, quedándole perfecto.

—Tú, bueno... ¿Quisieras ir conmigo el viernes a la fiesta de Lydia?

La chica sonrió, claro que aceptaría esa propuesta para joder a la nueva.

DIE TRYING | Scott Mccall¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora