Era uno de esos días paradójicos, en donde la alarma de mi teléfono hizo su trabajo pero de todas formas, me levanté tarde a propósito, en un miserable intento de sublevarme.
Era uno de esos días paradójicos, en donde a pesar de haber intentado ser rebelde, en cuanto me levanté de la cama me arrepentí y volví a ser yo misma, la antítesis de la rebeldía, y me alisté lo más pronto posible para ir a la escuela.
Era uno de esos días paradójicos, en donde lo primero que mi abuela profirió no fue un "buenos días" sino un "hasta luego, date prisa".
Era uno de esos días paradójicos, en donde el sol estaba presente pero hacía frío.
Era uno de esos días paradójicos, en donde a pesar de haber salido tarde de casa, llegué justo a tiempo para clases.
Era uno de esos días paradójicos, en donde justo en medio de clase de Geografía, me percaté de que yo estaba siendo paradójica. Había estado actuando así desde aquel trío de palabras que Kuroko Tetsuya había escrito para mí cuando se enteró sobre la muerte de mis padres: "Lo lamento mucho".
Mi contradicción más grande residía en el hecho de que aún no le había dejado otra nota, con lo mucho que disfrutaba escribirle y con la plenitud que me ocasionaba leer sus respuestas. Pero es que no se me ocurría qué replicar a sus condolencias, puesto que responderle que "no se preocupara, que todo estaba bien porque yo ya lo había superado" sería una vil falacia.
La muerte de un ser querido no se supera; sino que te enseña a convivir con el dolor. La pena se almacena en un cajón semiabierto durante toda la vida. Semicerrado porque sabes que no puedes hacer nada al respecto más que continuar, pero a la vez semiabierto, pues cada pequeña cosa, tal como un color, un aroma o una fotografía puede transportarte en el tiempo, a aquel en donde aún estaban contigo.
Mi único consuelo era saber que desde el firmamento ellos me cuidaban, pero eso no menguaba mi dolor al darme cuenta día a día, de que jamás iba a poder abrazarlos de nuevo.
Durante el receso me dispuse a caminar por los pasillos sin un rumbo en específico, perdida en aquella hoja arrugada de mi libreta, repleta de prácticas de respuestas para él y de garabatos carentes de sentido en los márgenes, improlija como yo misma. Releí varias veces las oraciones ahí estipuladas en mi letra pequeña y temblorosa, sin embargo ninguna lograba convencerme.
Estaba tan concentrada en aquella tarea, que no noté la presencia de la máquina dispensadora de bebidas sino hasta el momento en que mi frente impactó contra ella, causando un estruendoso sonido.
Entonces, mientras hacía el intento de ponerme de pie, una mano de dedos largos y vendados se extendió cerca de mi rostro, haciendo que me sobresaltara.
Alcé la vista para conocer al propietario de dicha mano, y me topé con un rostro que conocía meramente de vista.
Increíblemente alto a comparación mía, de rostro ovalado, cabello verde y ceño fruncido, uno de los compañeros del equipo de baloncesto de Kuroko Tetsuya me devolvía una mirada esmeralda y desdeñosa (supuse que aquello se debía a mi exuberante torpeza) resguardada tras sus anteojos rectangulares, a los cuales con su mano libre acomodó por el puente de su nariz.
—¿Estás demente? ¿Cómo se te ocurre salir de casa sin tus anteojos? —inquirió con su voz grave.
Aquella pregunta me desconcertó.
—¿Anteojos? Yo no uso anteojos —farfullé nerviosamente, mientras tomaba su mano y me ponía de pie. Un cosquilleo como consecuencia del golpe comenzó a esparcirse por mi frente.
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Atte: alguien como tú ~ |Kuroko Tetsuya|
FanfictionÉl definitivamente no era de esos chicos que te sacaban un suspiro provocado por su imponente y llamativa apariencia apenas lo veías. De hecho, ni siquiera estaba segura de si alguien podía verlo. Parecía ser invisible ante los ojos de los demás. P...