Nada que hacer (Nota 12)

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En su momento me hallaba tan sumida en mis pensamientos y problemas que no analicé las cosas como hoy podría haberlo hecho, y por eso fue que mi egoísmo me impidió detenerme a apreciar la notoria belleza de aquel sitio.

Era y es un lugar lleno de verde, un prado plagado de rocas enormes y geómetricas, y de flores de distintos tipos; tulipanes, dalias, claveles y crisantemos son las más abundantes, y a su vez las encargadas de adornar el panorama con colores cálidos y tranquilizadores. Hay árboles, pero no en exceso. También puede oírse a las aves cantar, y sus voces, junto con la brisa de la tarde conforman un mini recital diario, y el único en su índole, puesto que en ningún otro lugar vas a sentir lo mismo que se siente allí. Es un establecimiento en el que las emociones se juntan y se vuelven más fuertes, dejándolo a uno tan vulnerable como un cachorro abandonado en pleno invierno, a la merced de los recuerdos. Es mágico y maravilloso. Maravillosamente desolado y abrumador.

Mi opinión a los siete años sobre aquel lugar no era en absoluto positiva, de hecho, en cuanto puse apenas un pie por primera vez, lo creí sumamente repulsivo, y tuve que repetirme numerosas veces que debía mantener la calma.

El sol adornaba el cielo, ese día las nubes no eran más que un complemento de tal imponente y magnífico astro. Sus rayos me daban de lleno en todo el rostro y en el cuerpo en general, mas al único sitio al que les fue imposible alumbrar fue a mi corazón.

Mi mirada estaba clavada en un punto fijo en el suelo; el césped ya no era como antes, ahora se hallaba entremezclado con tierra y adornado con una lápida que tenía grabados dos nombres.

Finalmente, solté la mano de mi abuela, que era la única que me daba fuerza y había logrado que me mantuviera en pie durante todo ese tiempo.

Y por fin lloré, lloré desconsoladamente porque ya no podía soportar más aquel calvario, aquella agonía que oprimía mi pecho y que me hizo berrear y gemir como si alguien me estuviese aporreando brutalmente.

Caí de rodillas y me ensucié las manos con la tierra que se me quedó pegada en las uñas cuando con desgarrador ímpetu intenté cavar para darles a mis padres un último abrazo (aunque escondía la esperanza de poder irme con ellos) en frente de mi abuela, cuyos sollozos podía oír perfectamente a mi espalda, y que se intensificaron en el momento en que me observó tratar de llevar a cabo mi plan.

Me rendí a los cinco minutos, cuando me percaté de lo estrafalaria y patética que era la escena que estaba representando, y cuando mi cuerpo debilucho comenzó a jadear, y sus movimientos a tornarse más lentos y rezagados.

Ya no había nada más que hacer.

Ahí estaban, enterrados justo al lado de la tumba de mi abuelo, a quien la vejez había matado una noche mientras dormía sereno.

Y no había nada más que hacer, nada más se podía hacer.

Mamá y papá, muertos por un choque de autos ocasionado por, según lo que me confió mi abuela, un señor que había consumido una gran cantidad de un líquido de sabor extraño que alteró sus sentidos, que perdió el control de su coche y arremetió contra el de mis padres en esa noche que ellos tanto habían ansiado, pues por fin, luego de meses, iban a salir a pasear juntos, y dejaron a mi abuela como mi niñera. En ese entonces, el explicarme lo que era el alcohol habría supuesto una tarea algo complicada.

A mis catorce años mi percepción de los hechos es distinta, y lejos de culpar a la vida por haber sido tan injusta con una niña de siete años, y de repudiar aquel cementerio por impedirme en su momento irme con ellos, me siento contenta y aliviada ante la idea de que siguen estando juntos después de la muerte. Ellos se siguen amando allí arriba, en el firmamento, y sé que velan por mí.

Al regresar de mi trance al mundo real, ese en el que Kuroko Tetsuya estaba a punto de salir del arduo entrenamiento del equipo de baloncesto de Teiko y pasaría por su casillero, me apresuré a buscar mi pluma y escribir una nota, con mi pulso patéticamente temblante.

"Mis padres murieron, Kuroko-kun. Yo solamente vivo con mi abuela.


Atte: Sora."

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VOLVÍ, y con cuatro "capítulos" (entre comillas, pues son tan cortos que algunos pueden ser leídos en cuestión de meros segundos). Supongo que eso es compensación suficiente por la demora.

No me odien por favor, en mi defensa tengo dos historias más que actualizar(?) ahre

Ah, y también quisiera que me dieran su opinión. ¿Hay algo que les desagrada de la historia? Si es así háganmelo saber, por favor, para corregirlo :)

Y... bueno, eso era todo. Gracias por leer❤

Atte: alguien como tú ~ |Kuroko Tetsuya|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora