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El sonido de la madera chocando se mezclaba con el viento que pasaba libremente por el campo de entrenamiento. Era un día como cualquier otro, el clima estaba lo suficientemente templado como para permitir una práctica al aire libre.

Los súbditos del templo hacían todo tipo de maniobras para evitar el golpe de su contrincante: saltos, ataques, empujones, se desvanecían en las sombras mientras el maestro de la orden los observaba practicar con atención.

La mirada de este último vagaba rápidamente por sus estudiantes y se detenía un mayor tiempo en su mejor discípulo; Kayn, quien no satisfecho contra un solo oponente, practicaba contra tres a la vez, superándolos con agilidad y sin perder su suave y preciso movimiento.

Había nacido para eso.

Un momento después, Kayn los dejó en el suelo con una facilidad casi insuperable. Sin embargo, después de su sorprendente demostración, el joven sin previo aviso o autorización hizo un leve gesto de despedida a sus compañeros, seguida de una inclinación respetuosa a Zed desde el otro lado de la habitación, y se retiró caminando en dirección al templo sin decir más.

El maestro de la orden pensó en lo extraño que había sido ese comportamiento, pero lo dejo pasar por alto, sin siquiera dedicarle un segundo pensamiento. Su estudiante era arrogante, por supuesto, pero le permitía aquellos gestos de rebeldía para que la cohibición no se convirtiera en un problema mayor.

El menor cerró las puertas del templo tras de él, y la compostura que había intentado mantener se deshizo por completo. Dejando todo el bullicio atrás, se inclinó un poco, recostándose en la gran puerta por un momento, apretando sus labios, evitando la incomodidad que sentía y que recorría todo su cuerpo sin piedad.

Intentó recomponerse mientras mantenía una mano ocultando su boca. Caminó por los pasillos con algo de dificultad, con su corazón latiendo tan rápido como el aleteo de un colibrí por el temor a ser descubierto, pidiendo silenciosamente - casi rogando - que nadie lo siguiera, en especial su maestro.

Su garganta ardía como si fuera una herida abierta, de la misma forma en que lo había hecho las últimas dos semanas. El menor ya sabía lo que significaba, ya sabía lo que sucedía, había leído todo aquello en un libro cuando buscaba saber lo que ocurría.

Hanahaki


Kayn golpeó una de las paredes a su lado al recordar la palabra.

Alcanzó a llegar a su habitación cuando la tos en su garganta ya era insoportable de contener. Cayó al suelo derrotado por la incomodidad y dolor en el que se encontraba, mientras tapaba su boca tosiendo una y otra vez, cómo si en ningún momento fuera a detenerse.

Después de unos minutos finalmente lo hizo. Los pétalos color rubí se extendían en su mano y caían al suelo por la cantidad de la que ahora se trataban. Kayn sólo maldijo por lo bajo, sus pensamientos se desbordaban entre más miraba aquellos pétalos que habían aparecido con cada tos ¿Por qué esto? ¿Por qué ahora? Por qué... ¿Por qué con él?

No, si había algo que tuviera lógica y sentido en todo ese maldito asunto era eso.

No podía ser nadie más que él.

Sacudió su cabeza intentando sacar ese pensamiento de su mente. Zed... su maestro, su guía, aquel que le enseñó todo lo que sabía, todo lo que ahora conocía. Kayn no tenía permitido enamorarse de quien le salvó la vida, pero no pudo hacer nada para evitarlo. Si ahora esa maldición corría por sus venas ya no podía negarlo, no podía esconderlo, no podía ignorarlo.

Él, como pocos, conocía la crueldad de la guerra, su lado más miserable y despreciable, pero más allá de eso nada, no sabía absolutamente nada. Por eso su maestro lo era todo; su pasado, su presente y su futuro. Sin él, Shieda Kayn no era nada, ni nadie. Ser víctima de aquella maldición parecía inevitable.

El menor suspiró con dificultad. El dolor había sido peor que antes, y el malestar que dejaba después duraba mucho más; no podía evitar las pequeñas lágrimas que se formaban en sus ojos.

El primer día había sido apenas un pedazo diminuto de un pétalo. Ahora, podía ver la flor completa en su mano, tan insólitamente perfecta como si hubiera sido recientemente cortada de un bello jardín.

Sentía aún las espinas raspando su garganta, sus pulmones ardían provocando una respiración irregular y con dificultad, las punzadas de dolor en su pecho amenazaban con incrementar cada vez más para perforar su corazón.

Pero Kayn solo pudo sonreír mientras veía aquella flor, tan indefensa e inocente, pensando en cómo le hacía recordar al hermoso carmesí de los ojos de su maestro.

Red as Blood [ZedxKayn]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora