VII: Dos formas de sobrellevar una pérdida.

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17 de enero de 2019.

Francesco.

No era mi culpa. Por supuesto que no. ¿Por qué iba a serlo? Estaba ocupado en ese momento. Y él me dijo que volvería. Daba igual lo que el resto de las mafias pensaran de mí.

Aunque, en realidad, daba igual todo.

Mi padre ha sido asesinado. Encontré un cadáver descuartizado y sin cabeza, pero, incluso antes de hacerle las pruebas de ADN, yo ya sabía que lo había perdido para siempre el día en el que no tenía que fallarle. Aunque lo más difícil fue decírselo a mi familia. Solo pasaron dos días, pero, no podré olvidar jamás a mi madre, golpeándome en el pecho, con lágrimas en los ojos mientras me rogaba que dejara de bromear.

Ni siquiera fui capaz de matar a mi víctima, aunque eso, yo mismo sabía que sucedería. Al menos, por la muerte de mi padre me perdonaron el error, pero a la próxima, sabía que me castigarían.

—¿Manito Cesco?

Mi hermana más pequeña tiró de mi manga izquierda para captar mi atención. Su cara estaba roja y repleta de lágrimas. Mentiría si dijera que no sentía envidia. Ella podía llorar, por ser mujer. Yo no, por ser hombre. El machismo en mi familia era palpable.

—Dime.

—Ludovica te está buscando —me susurró, señalando hacia un lugar al que miré al instante.

—Gracias, Chiara. Ahora iré —le acaricié el pelo con ternura, asegurándome de que nadie de mi familia merodeaba por ahí. Las muestras de cariño en público tampoco estaban bien aceptadas—. ¿Sabes dónde están los demás?

—Niccolo está hablando con la prensa junto a mamá y... ¡Bianca tenía que hablar con el cura! Alessio no lo sé...

—Bueno, ya aparecerá. ¿Quieres venir conmigo a hablar con Ludovica?

Su hermana negó con la cabeza al instante, apartando mi mano de su cabeza nada más ver que su madre pasaba fugazmente por la zona. Se pasó su diestra por su rostro antes de hacer un puchero.

—No me gusta para ti —me confesó, cruzándose de brazos a la par que incrementaba aquel puchero.

—No es el momento de hablar de eso, bonita. Y visto lo visto, ha resultado ser la última voluntad de papá.

—¡Y solo por eso no le clavo un cuchillo en un ojo! —replicó, molesta de que hubiera sacado su "última voluntad" como motivo principal para soportar a la dama—. Algún día os quedará claro que tengo siete años, no cinco.

Y su familia no paraba de decirle que no había mucha diferencia de una edad a otra, pero no le entraba en la cabeza. Y aunque Chiara no era tonta, al menos, yo prefería seguir viéndola como la pequeña niña que era.

—Sí, claro —dije pasota, haciendo un ademán con la mano—. No deambules mucho por el lugar. Estoy seguro de que nos iremos pronto.

Ella negó con la cabeza, dejándome claro que no se movería mucho de la tumba de su padre, y yo fui hacia donde me señaló. Tal y como esperaba, una chica pelinegra de grandes ojos verdes, con nariz chata, bajita y un poco rellenita, estaba observando otra de las innumerables tumbas que había por el cementerio exclusivo para los mafiosos de la zona.

La conocí hace tres días, cuando se me otorgó mi primera misión. Fui personalmente a su casa con mi padre, a las afueras de la ciudad, y aunque vivía en una gran mansión, no se comparaba a la nuestra. De todas formas, según mi padre, "era un buen partido para mí". Alguien que tenía claro que congeniaría conmigo y que haría mi vida matrimonial mucho más fácil... Y lo más importante de todo, ¡es que era fértil! (como si eso me importase), y podría darme bastantes hijos que se encargarían de continuar nuestro legado.

Muerte en vida. #PGP2019Where stories live. Discover now