II: FAMILIA GARCÍA.

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9 DE ENERO DE 2019.

—Si te hice daño no fue sin quererte sino sin querer, dime solo qué prefieres si tienes la opción de tener o temeer.

—Daniela, tía. Qué te pasa. Últimamente solo cantas canciones de desamor.

Y además, las cantaba en español, lo cual era más deprimente. Si los oyeran hablar en ese idioma en la calle, les mirarían mal.

—Son las que se llevan, ¿no lo sabías? Ademáaas... —Daniela agarró un moflete del chico que le había hablado, y tiró de este, juguetona—. ¿Quién sabe? A lo mejor me han roto el corazón, primo.

—Te ves más como esas chicas que le rompen el corazón a otras personas —contradijo él, apartando con cierta brusquedad la mano de su preciada piel—. El caso. Ya sabes que a la abuela no le gusta que hablemos en español.

—Solo estaba cantando, Raúl.

—Lo sé, pero... Eres la única familia que tengo aparte de la abuela y mamá. Y no quiero que discutáis más.

La joven morena de ojos marrones le dio un besito en la nariz a su primo y sonrió. Aunque él se percató de que era un poco más triste de lo usual. ¿Y si realmente sí le habían roto el corazón?

—Es fácil decirlo. La abuela no está de acuerdo en que yo no sea una narcotraficante. En cambio, como tú tienes claro que heredarás el negocio... Te adora. Y seguro que nuestros padres desde la cárcel se sentirían orgullosos de ti.

—Es que deberían legalizar las drogas. Y la venta de armas. Así todo el mundo sería más feliz, y estaría más protegido.

—Sabes que eso solo genera más violencia... Y más tasa de drogadicción, y, por ende, más problemas familiares.

—La gente es bastante mayorcita para saber dónde se mete. En lo que a drogas se refiere —Raúl se encogió de hombros, y se echó su flequillo hacia atrás—. Las armas son necesarias. No me vas a hacer cambiar de opinión.

—Sé que no. Pero, tú tampoco puedes hacerme cambiar de opinión a mí. Soy la chica más pacífica que existe en este mundo.

El joven sonrió, cabeceando. Sí. Daniela era demasiado buena.

—Cambiando de tema. ¿Te apetece que juguemos a algún videojuego?

—Ah, sí, claro. Mi madre no va a venir hasta esta noche, y la abuela de momento no quiere que hagamos algo por ella.

Como si no hubieran sacado nunca el tema del contrabando, ni del desamor, ambos chicos fueron al salón para jugar con la PLAY4 a juegos de guerra. Era a lo único violento a lo que aspiraban, ya que, aunque sabían defenderse en combates cuerpo a cuerpo, preferían no lastimar a nadie e ir a sus anchas. Ni siquiera, querían destacar en la vida. Así les era más fácil escabullirse en sus asuntos... Sobre todo a Raúl, que ya había empezado a vender alguna que otra arma ilegalmente a la familia Lancerotti. Aunque nadie más, a excepción del padre/jefe de esa familia y él, lo supiera.

De vez en cuando se veían forzados a parar, ya que su abuela, a través de una campanita que hacía resonar con todas las ganas de incordiar del mundo, requería de sus servicios. Se iban alternando entre ellos para cuidar a la señora de la casa. Así, hasta que se hizo de noche, y la madre de Raúl llegó a casa, exhausta.

—Bueeeeeeeeeeeeenas —gritó ella, desganada.

—¡Mamá, estamos en el salón!

—Ya. Oí el sonido de la maquinita —dijo segundos después, parada junto a la puerta—. ¿Qué tal os ha ido en clase?

—Empezamos ayer. Es horrible. ¿Crees que a mí me gusta ver todos los días al estúpido hijo de los Lancerotti? Me desespera —gruñó Raúl, mientras pulsaba los botones del mando—. Además, hoy ha venido más triste de lo usual. Estúpido.

—Yo la universidad la llevo bien, así que no puedo decir mucho, tía. A diferencia de Raúl, no hay alguien en clase a quien no tolere.

—Las hay con suerte, Daniela —comentó entre risas la madre de Raúl, que corrió hacia el teléfono fijo colgado en la pared del pasillo principal.

Ambos primos pararon el juego con el que llevaban horas para prestar atención a las palabras de su madre y tía, que, de repente, parecía estar más que alterada. Al cabo de los minutos, se la oyó llorar. Los dos fueron junto a ella, y cuando la vieron colgar y taparse la cara con las manos, ambos dedujeron que algo malo tenía que haber sucedido. ¿La habían despedido del trabajo que había conseguido para aparentar que no eran traficantes? ¿O quizá...?

—¿Mamá...?

Esta no tardó en abrazar a Raúl, que, conmocionado, le correspondió. De reojo miraba a su prima, pidiéndole que le preguntara qué pasaba. A ella se le daba mucho mejor hablar de temas delicados que a él.

—Tita, ¿estás bien?

Al principio, solo sollozaba mientras su hijo intentaba consolarla dándole palmaditas torpes en la espalda. No era capaz de decir ni una palabra. Hasta que se armó de valor, se separó de su hijo, y observó a los dos jóvenes con dolor en el rostro.

—Tanto mi marido como su hermano han sido asesinados en la cárcel. Han intentado huir y... no se han pensado dos veces en pegarles un tiro.

Y no fue solo aquella pobre mujer la que se rompió en pedazos esa misma noche, sino también ambos chicos. La realidad les golpeó tan fuerte, que sin duda, ninguno volvería a ser el mismo durante un tiempo.

Muerte en vida. #PGP2019Where stories live. Discover now