Me levanté por quinta vez en la noche. En estos tiempos, dormir tranquilo es un lujo. El miedo a los mordedores nunca desaparece. Miro a mi alrededor, no hay nada sospechoso. Me acuesto boca arriba y fijo la vista en el techo, esperando a que salga el sol.Cuando los primeros rayos iluminan el cuarto, recojo mi bulto, mi cuchilla, la pistola y el martillo, colocando estos últimos dos en mi cintura. Me acerco a la puerta y miro por la pequeña ventana, asegurándome de que todo esté despejado. Luego salgo y camino hacia la carretera. Buscar provisiones allí suele ser más fácil.
Llevo unas dos horas registrando cada coche que encuentro. Algunos tienen comida, armas o balas. En otros, solo hay cuerpos sin vida. Finalmente, me siento sobre el capó de un auto, observando la carretera. Así podré ver si algo interesante sucede... o si tengo que correr por mi vida.
Abro una botella de agua y tomo un pequeño sorbo cuando, de repente, una alarma de auto rompe el silencio. Recojo mis cosas a toda prisa y corro hacia el otro lado de la calle. Un carro rojo se acerca a toda velocidad. Aprieto el paso, pero antes de llegar a la acera, el vehículo pasa de largo. Me detengo en la esquina, viendo cómo se aleja ese hermoso carro.
Sigo caminando, con la mirada perdida en la carretera, cuando escucho el sonido de otro motor. Miro hacia atrás con la esperanza de que me hayan visto, de que no me dejen aquí. Hago una señal torpe para llamar su atención. El camión frena unos metros delante de mí.
Corro hasta él y un hombre abre la puerta trasera. Me detengo, dudando.
—¿Te piensas montar? —pregunta.
Doy un paso adelante. Me extiende la mano. Dudo unos segundos más, pero la tomo. Cierra la puerta detrás de mí y luego brinca hasta el asiento del copiloto. Me quedo sentada sin saber qué decir.
—Me llamo Morales —dice el hombre latino que abrió la puerta—. Él es T-Dog, ese de allá es Jacquis, ella es Andrea y el de adelante, el policía amistoso.
Miro por el retrovisor y me encuentro con un par de ojos azules. Me sonríe.
—Hannah —digo, mirando a cada uno.
El resto del camino transcurre en silencio y con muchas miradas sobre mí. Tras una hora de viaje, el camión se detiene. Morales le dice algo en voz baja al policía amistoso. ¿Janis? ¿Jantis? No recuerdo bien su nombre. Abre la puerta y deja salir a Alejandra, o ¿era Alexandra? Luego se baja ella y T-Dog.
Yo me quedo en mi asiento. No sé qué se supone que haga. Nunca he sido buena haciendo amigos. Soy demasiado tímida para iniciar una conversación. Miro al policía amistoso, todavía sentado con dos dedos en el puente de su nariz.
Dudo, pero al final le hablo.
—¿Todo bien, policía amistoso? —pregunto con timidez.
Parece debatirse entre responder o no.
—Estoy buscando a mi familia —contesta tras unos segundos—. Esperaba encontrarlos hoy.
No sé qué decir.
—Ah... no soy buena en esto, pero los vas a encontrar —él me mira—. Vivos o muertos... —susurro lo último, pensando que no me escuchará.
Sonríe levemente y sacude la cabeza.
—Eres pésima.
Sonrío mientras él ríe.
—¿Se va a bajar?
Asiente.
—Bien, si quiere, me bajo con usted para que no esté solo.
Me sonríe un poco.
—No es necesario.
Exhalo, nerviosa. Me mira.
—Nos bajaremos juntos —confirma.
Me alivia su respuesta.
Salimos del camión. Miro a mi alrededor. Hay varias caras nuevas: la familia de Morales, Alejandra abrazando a una rubia, un señor conversando con un asiático junto al hermoso carro rojo, y una madre hablando con su hijo al fondo.
El policía amistoso se mantiene en las sombras. Me acerco y le toco el hombro con una sonrisa. Él me devuelve el gesto y finalmente da un paso adelante.
Se queda paralizado.
Yo también me detengo, sin entender qué ocurre.
El niño del fondo rompe el silencio, gritando:
—¡Papá!
El policía amistoso corre a abrazarlo.
Aparto la mirada. Los demás lo observan con sorpresa.
Después de la emotiva escena, su familia lo arrastra hacia una tienda de acampar. Alejandra y la rubia se marchan conversando. El señor de antes se sube a su caravana. El asiático se dedica a admirar el Mustang. Morales se va con su familia, y T-Dog... bueno, lo pierdo de vista.
Empiezo a caminar sin rumbo. El primero en notar mi presencia es el hombre mayor, que me mira con curiosidad antes de volver a sus binoculares.
Mis ojos se posan en el carro rojo. Pero entonces lo veo.
Un hombre con un arma al hombro.
¿Siempre estuvo ahí?
Me observa, pero no como los demás. Hay desconfianza en su mirada.
Intento no demostrar mi nerviosismo y sigo caminando.
—¿Quién eres?
Su voz me toma por sorpresa, pero trato de no sobresaltarme.
—H-Hannah —respondo.
Me sigue mirando, esperando algo más.
—Hannah Levinson —agrego con inseguridad.
Parece satisfecho con la respuesta y se aleja.
—Soy Glenn.
Esta vez no puedo evitar sobresaltarme.
—Lo siento, no era mi intención asustarte —dice el asiático con una sonrisa.
Sonrío.
—Hannah.
—Él es Dale —señala al señor de los binoculares, que me saluda con la mano—. Con quien hablaste hace un momento se llama Shane. Ella es Amy —indica a la rubia que está con Alejandra—. Y los que se llevaron al idiota son Lori y Carl.
Frunzo el ceño, sin entender.
—El policía —aclara Glenn al notar mi confusión.
Asiento.
—No eres de muchas palabras, ¿verdad?
Me encojo de hombros.

ESTÁS LEYENDO
The Walking Dead: Hannah Levinson
Fanfiction-Desorientado- contesta Jim, no espera creo que es Rick - creo que es lo más que se acerca - Dice el policía abrazando a su familia. -Desorientado- repite mirando a todos. - Miedo, confusión todo eso pero... desorientado es lo más que se acerca. *Ni...