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Ya había oscurecido y nos encontrábamos fuera de la habitación donde estaban tratando a mi papá. Había tenido algo así como una convulsión, el accidente había afectado a una parte de su cerebro y los médicos estaban seguros de que había perdido el conocimiento por un traumatismo de cráneo. Me aterraba el hecho de que no me recordara pero era mejor tenerlo así, que no tenerlo ¿no?

Luego de la convulsión no volvieron a decirnos nada. Intenté tranquilizarme pensando que seguro aún no le habían hecho todos los chequeos médicos y no sabían su estado. En ese momento esperaba que lo único que nos dijeran fuera "está estable, en unos días, si despierta y mejora, puede volver a casa". Volver a casa con él era todo lo que quería.

Cuando la noche comenzaba a venirse sobre nosotros, Jay tuvo que irse. Me pidió perdón pero me dijo que volvería al otro día cuando se liberara. Incluso con él presente, luego de la discusión con mi mamá, no volví a hablar con ella. Yo estaba sentada en la otra punta de donde ella estaba en la hilera de sillas, ninguna de hablaba, pero el silencio era no incómodo, sino que existía esa sensación de tensión agresiva en el ambiente que te tensaba todos los músculos.

Cerca de la medianoche un pequeño grupo de adultos inminente recorría el pasillo que, únicamente, era poblado por mi mamá y yo. Se acercaron consternados a ella.

— ¡Ay Sonia querida! —una mujer cerca de la edad de mi madre, con ruidosos zapatos y pulcra por donde la mirases, se abalanzó sobre ella.

Miraba confundida el escenario frente a mi. Al lado de la mujer, había un señor, capaz un poco más decrépito, pero aún así se notaba que eran gente de dinero. Él también abrazó a mi madre dándole sus condolencias.

Nadie nunca me notó, no existía en su mundo. Siquiera mi madre se rescató en presentarme a sus impecables amigos. Estaba furiosa y en un acto de impulsividad, en querer largarme de ahí y calmarme, agarré del bolso de mi madre su caja de cigarrillos y me fui.

(...)

»...me encontraba junto a mi padre aquella noche, él estaba sentado en el sillón individual con una cerveza en su mano, y yo, a su lado, ojeaba el álbum de fotos. En esas imágenes era todo color, yo rondaba los dos años y mis padres parecían amarse el uno al otro. Había fotos de sus viajes como pareja o incluso conmigo, sus rostros reflejaban felicidad plena y pura.

— ¿Se habían casado? —señalé una de las fotos, era él y mi madre junto a un lago, parecía un picnic.

— No, aún estábamos como novios allí —sonrío ante el recuerdo—. Llevábamos un año y luego de unos meses nos enteramos de tu presencia.

Con su dedo índice tocó la punta de mi nariz y yo la arrugué ante su toque. Dejó la botella vacía sobre la mesita y se paró a buscar otra cerveza en el refrigerador.

— ¿Cuándo se casaron?

— A penas nos enteramos que estabas en camino decidimos casarnos porque tus abuelos eran muy religiosos, no podíamos tenerte sin estar casados —sonrió y me contagió.

— ¿Extrañas esto? —señalé una foto en la que mis padres se estaban besando frente a un hermoso paisaje—. Digo, la cercanía con mamá, los viajes, el amor.

— No creo que el amor se haya acabado, creo que es... Diferente. Con el paso de los años nos amamos a nuestra manera.

Hice una mueca antes de oír la llave en la puerta.«

Qué oportuno, pensé. Se me había venido a la mente aquel momento, hacía tan solo unos pocos meses atrás. Comparar esa situación a la que me encontraba ahí, era una completa tortura.

No podía esperar a que nuestro tiempo, el de papá y el mío, se termine lo más rápido posible con lo que al hospital respecta. Quería que fuese así de rápido como el cigarrillo consumiéndose entre mis dedos.

Me tomó poco tiempo volver dentro del hospital, hacía frío y no había llevado nada conmigo, así que luego de terminar con al menos dos cigarrillos seguidos, caminé hasta la cafetería.

Ya había recorrido cada piso del hospital y casi había estado en cada habitación de ellos, había conocido a varias personas y prometí a muchas volver a visitarlos porque, por lo que me contaron, no tenían a nadie que los ayude a pasar el tiempo más rápido.

El personal del hospital era una mierda. Toda la situación era una mierda. Queria volver a casa y que papá me abrace, como cuando todo estaba bien.

Ordené dos gelatinas y prácticamente las devoré camino a la habitación donde mi papá estaba. No me dejaron entrar para hacerle compañía, lo que era de esperarse, sin embargo pedí una manta y me acosté a lo largo del sillón fuera de la habitación.

No tenía sueño, solo decidí pretender como que lo tenía así podría pensar tranquila.

siete días antes.

— Linda, disculpa, pero creo que deberías levantarte —una voz desconocida habló muy suavemente.

— Mmh ¿por qué? —tragué saliva sin abrir mis ojos.

— Deberías irte a casa.

— Esta es mi casa ahora.

La voz, que podía reconocer como femenina, y que luego comprendí se trataba de una enfermera, rió.

— No creo que eso sea posible —finalmente abrí mis ojos y la observé. Se notaba que se había acercado a mí con buenas intenciones y no quería tratarla mal por ello.

— Perdona pero no me iré de aquí hasta que sepa algo sobre mi padre.

Se tomó unos segundos en ir a ver que sucedía con él, en tanto le di su nombre y apellido —mientras esperaba parada, algo impaciente.

— Realmente odio ser yo la que te lo tenga que comunicar pero —miró a la planilla y luego directo a mis ojos—. Linda, tu padre falleció durante la madrugada ¿no te avisaron nada?

Amelia [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora