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— ¿Perdiste la puta cabeza? —Amelia, durante unos aproximados diez minutos, se dedicó a crear un gran sermón, en donde cabían las razones por la cual no debía de drogarme—.¿Qué es tan gracioso? Maia has pasado por una sobredosis y estuviste cerca de otra, por dios.

— Sos linda cuando estás enojada.

— ¿De dónde sacaste las pastillas?¿Cómo las pudiste conseguir? necesitas receta médica o un dealer para lo que solías consumir —aquello me mató, el énfasis que la palabra tuvo en esa oración atravesó mi pecho como, al parecer, ese día era costumbre—. Decime por favor que no te has vuelto a ver con Russ.

Russ era mi dealer, buen amigo en su momento, o algo así creía. Lo llamaba mi "mano derecha" aunque mi mano derecha funcionaba muy bien, no necesitaba de la suya. No había realmente malas intenciones en él, sino una vida de mierda, y lo comprendía, supongo por eso me quede tanto a su lado.

Luego de mi sobredosis desapareció, nunca más volví a saber de él, por suerte.

Amelia parecía preocupada y, honestamente, no he visto de cerca a muchas personas que parezcan estarlo, era algo bastante ajeno y triste la verdad. Por alguna razón no pude contener mis lágrimas. Lia se acercó a mi dándome un abrazo y murmurando, una y otra vez, "todo va a estar bien, no me iré a ningún lado, lo prometo".

las drogas realmente no te permiten controlar nada de uno mismo, huh.

— Vamos a hacer algo, tiraremos todas estas cosas y me darás la droga que tengas guardada.

Mientras mi Amelia tiraba todas las cosas, yo jugaba con el frasco que guardaban las pastillas con una de mis manos en el bolsillo. Sólo le di el frasco con pocas pastillas, me habia quedado con varias de ellas en el bolsillo. Cerré los ojos muy fuerte, perdón perdón perdón, pensaba. Pero recuerdo no hacer nada.

— Si eso es todo... —no lo es, no lo es— te acompaño hasta tu casa y me quedaré contigo hasta que logres dormir.

Sólo sonreí. Siquiera le conté lo de papá, nadie más sabía, pero tampoco sabía como decírselo ¿cómo se afronta este tipo de situaciones?

(...)

seis días antes.

Pude confirmar, a la mañana siguiente, de que todo lo que Amelia dijo que haría, lo hizo. la cama estaba bastante desarreglada como de costumbre, pero podia sentir su perfume en ciertas partes de la cama, necesito sus brazos. Mi cabeza no paraba de dar vueltas, pero q mi lado vi un ibuprofeno y un vaso con agua, por supuesto, mi Amelia.

7:26 am. Era de mañana. El cielo ya estaba bastante claro, despejado de nubes y con una presencia algo notoria del sol, sin embargo el frío era tanto que dejaba tu nariz roja. Ningún despertador había sonado, los había desactivado, pero aún así desperté y con tiempo de ir al colegio.

No me preocupé en cómo iba, mi cabeza estaba demasiado ocupada pensando en otras cosas, incluso siquiera me esforcé en atender a lo que mi madre decía.

No tenia idea de si ella sabía, asumí que sí, pero que era totalmente irrelevante, hacer como si nunca hubo un hombre viviendo en esta casa. Me pesa el corazón, necesito distraerme.

Llevé en una gran botella jugo de manzana robado del refrigerador antes de agarrar las llaves y salir de la casa.

Había olvidado los audífonos, así que tuve que dejar que mi mente se apodere de mí durante el viaje.

Recordé el último día en que papá me había llevado al instituto, ¿cómo era posible que no esté más, nunca más, físicamente al lado mío? dándome un abrazo o un beso en la coronilla, diciéndome que todo estaría bien si tan solo te empeñas en que lo esté. Realmente no podía, no lo creía o no lo quería creer, era demasiado doloroso. Volver a casa cuando era casa, había pasado a ser una simple casa con problemas de comunicación en la que estar ahí era algo tedioso.

Reviví el último momento que pasé con él. sentía que había sido mi culpa, yo había estado junto a él, yo lo ví morir y no pude hacer nada. Tan solo el recuerdo, el revivir aquella escena de nuevo, me dejó a un lado en la acera vomitando.

Escupí antes de limpiarme y cruzar la calle al enorme edificio. Me sorprendió no ver a mi Amelia en las escaleras de la entrada, pero no le dí mucha importancia, entré directamente hacia la cafetería en donde no hice más que comprar un chicle.

Pasé las manos por mi cara en gesto de cansancio, no tenía ni idea de porqué había ido al colegio aquel día, supongo que sólo lo hice. Empujé las puertas para salir de la cafetería que estaba prácticamente vacía y me dediqué a intentar pasar entre los estudiantes sin ser pisada, al menos.

— ¡eh Milani! —llamaron por mi apellido, estaba cerca de la salida, pero por un momento no pareció tan cercana.

Volteé para averiguar de quién se trataba pero no me dio tiempo para otra cosa que juntar mi mejilla con el cerámico helado del pasillo. Me habían golpeado, fuerte, muy fuerte. Aunque, aún así, no tardé mucho en levantarme de suelo y dejar la mochila a un lado.

Ni una palabra salió de mi boca, me concentré en que parte de su cara quería romper, estaba enfurecida por la mierda. Nina Brown, un puto dolor de ovarios. Era algo asi como novia de uno en el equipo de básquet, alguna cosa cliché de esas, y honestamente no encontraba ningún tipo de razón por la cual quería golpearme, pero no me negué a aquella fantástica invitación.

Le devolví el golpe y varios más, mejilla, nariz y ceja, había podido esquivar algunos pero mi mandíbula se llevó la peor parte. Todo el circo no duró mucho, se metieron personas a la pelea que lograron separarnos sin esfuerzo. Era Amelia, obviamente. Mi novia simplemente agarró mi cara entre sus preciosas y delicadas manos y me besó.

Algunos de los directivos empezaron a llegar, pero Lia fue más rápida y nos metió a ambas en el baño. Entramos a uno de los cubículos, el único que podía cerrarse por traba, y ahí nos quedamos, por algunos segundos, solo mirandonos.

La quería, la deseaba, necesitaba tenerla cerca, más cerca que nunca. Casi desesperada por un beso, como si aquello se tratara de probar la miel más deliciosa, dulce, tierna.

La agarré por la cintura y la atraje hacia mi. Comenzamos a besarnos, con intensidad, con necesidad. Pero no me permitió hacer nada más, me dijo que simplemente no se sentía como para hacer nada y yo, por supuesto,  entendí y en cuanto supimos que no había nadie, salimos.

Amelia [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora