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Amelia se miraba en el espejo mientras se acomodaba la falda y el resto de su ropa. Lavé mis manos y mi cara para aliviar un poco el calor que estaba comenzando a sentir. Otra chica entró al baño, nos dió una mirada y se metió en uno de los cubículos.

Nos sonreímos la una a la otra.

— ¿Estás bien? —Lia se acerca a mi y pasa sus delicados dedos sobre mi cara.

— Ahora lo estoy.

Mi cara seguía completamente jodida y dolía como la mierda, le había propuesto a Amelia escaparnos del instituto pero al parecer tenía un examen al que no podía faltar. Me quejé pero dije que luego la pasaría a buscar cuando terminara el horario. Sonrió con dulzura y, por mas que mi respuesta haya sido pobre, observar su rostro todo iluminado hizo que mi corazón salte de emoción por un segundo.

Aún no le contaba.

Escondí mi bochornoso cabello bajo la capucha del buzo de Jay y caminé, con sosiego pero con el alma por el piso y nadie lo notó. No podía quedarme, llamarían a mi madre o me suspenden y, honestamente, en ese momento lo único que no quería era estar a solas con ella.

A la mitad del camino de grava me percaté de que siquiera había llevado mochila, y había sido por eso que no llevaba conmigo los audífonos. Exhalé con cansancio, no recordaba haber soñado y sentía que prácticamente no había dormido, mi cuerpo pedía muchas cosas y me dolía incluso pensar en que tenía que recomponerme y, al menos, intentar dormir un poco.

Mi cabeza me estaba matando y no dejaba de atormentarme. Es gracioso como podía cambiar el humor tan rápido. Pero de un momento a otro me sentía totalmente vacía, como ese jarrón que había en casa, que luego de que papá lo reconstruyera se dejo de colocar flores en él porque estaba muy frágil.

Grité en medio de la calle porque no había nadie allí y comencé a correr, y fue ahí, en ese momento, teniendo ese viento helado golpeando constantemente sobre mi rostro, que entendí: no tenía nada para quedarme aquí, y podía llevarme lo único que me importa comigo.

(...)

Tenía el pelo mojado aún después de haber salido de la ducha hacía unos diez minutos, no me había preocupado en vestirme mucho tampoco, solo llevaba una remera negra y un par de medias, pero sí había conseguido un cigarrillo mentolado y con eso me bastó. Me senté junto a la ventana y comencé a distraerme con los autos que pasaban, intentando adivinar cuál sería el color del próximo, nuevamente.

Cuando comencé a aburrirme intenté distraerme con algo más y junto a mi había un cuaderno. Volví la mirada hacia afuera, pero esta vez mirando al cielo y sus colores, como las nubes y los colores luminosos escapan para dejar pasar a la oscuridad pecosa y entonces recordé la sensación de más temprano: correr con libertad, como si todo fuera efímero.

Divagué por varios párrafos hasta poder crear algo que se quedaría en mi cabeza y no se iría hasta que suceda. Entre esas páginas había llegado a la conclusión de que solo me sentía libre mientras me escapaba, era donde más adrenalina corría por mis venas, donde más viva me sentía.

Sentía ilusión por algo que siquiera sabía si iba a poder hacer, pero sabía que al menos iba a intentarlo de alguna manera porque me auto convencí de que era lo que necesitaba luego de la muerte de mi papá y como él siempre me repitió despues de rehabilitación que tenía que concentrarme en mi felicidad, sabía que hacer algo bajo adrenalina me reviviría aunque sea un poco.

Mi panza gruñó y decidí ir por algo de comer, me había saltado el almuerzo y ya era bastante más tarde, así que bajé a la cocina por unos pancakes que me llevarían un poco lejos en mi memoria.

El olor a ellos me recordó a mi de pequeña, bajando por la escalera y entrando a la cocina, un domingo en su mayoría, donde estaba mi padre cocinando los más suaves y deliciosos pancakes que jamás había probado y mi madre poniendo la mesa, todo al ritmo de la música que salía de la radio.

Era un ambiente agradable, el sol entraba por las ventanas y veía a mis padres felices, me sentaba sobre una banqueta y movía mis piernas ansiosa hasta que papá dejaba el plato blanco con algunos pancakes y miel. Recuerdo sonreír con mis mejillas llenas mientras miraba a los ojos llenos de amor de mis padre e incluso de mi madre.

Esos momentos eran los que me quería congelar y quedarme allí por un tiempo, solo hasta sentir que todo estaba mucho mejor, pero todo lo que me quedaba era aquella receta.

Llevaba solo algunos hechos cuando oí la puerta abrirse y un estruendo, como si algo se cayera. Apagué el fuego antes de darme vuelta y allí estaba, mi ebria madre un día de semana, cerca de las cuatro de la tarde, sobre el piso. Mordí la parte interna de mi mejilla para no reír y cerré la puerta. Me acerqué a ella y la ayudé a levantarse, pasé su brazo entre mis hombros.

— ¿Enserio?¿A las cuatro de la tarde? —me quejé mientras subíamos las escaleras, sin intención alguna de que me haya escuchado.

— Intenta quedar viuda, estarás la mayor cantidad de tiempo posible ebria en tus pensamientos —escupió.

— ¿Ahora duele?¿Nodolía cuando estabas con otros?

Se soltó de mi agarre violentamente y me miró llena de furia antes de estampar su palma contra mi mejilla y subir tambaleante el resto de las escaleras por si sola.

Me senté sobre uno de los escalones y miré a la entrada cuando una lágrima llegó a mis labios y los empapó de un sabor salado. Bajé la mirada al jarrón junto a la escalera. Me dolía la cara, el cuerpo, el alma.

Quería desaparecer.

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⏰ Última actualización: May 23, 2021 ⏰

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Amelia [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora