Salto de fe

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I


Va a llover, pensó Jake al encender el tercer cigarrillo del día. Las puertas del gran balcón abiertas. El humo se escapaba por la ventana, mientras él se recargaba del umbral. Desde ese lugar veía todo el bosque que rodeaba el departamento y la magnífica imagen de todas las tardes: Tom rodeado de los perros, a los que siempre sacaba a pasear.

Atticus reposaba, como todo perro viejo, cerca de los arbustos. Mientras que Tessa y Boo Radley, que cojeaba un poco, correteaban tras Tom. Él tenía un frisbee en sus manos y lo lanzaba entre risas cuando los dos enérgicos animales saltaban para intentar cogerlo con las fauces.

Jake se inclinó en la barandilla del balcón y dejó que el aroma silvestre se combinara con el de la nicotina. Era de esos días en los que se convertía en una chimenea, demasiado perezoso como para vestirse más allá del boxer a pesar del clima de Londres. De todos modos, los rizos de Tom entre el paisaje gris y verde, bastaban para calentarle.

—Honey, entra antes de que te resfríes —dijo Jake, considerando la idea de ponerse una camisa cuando el aire gélido impactó en su piel.

—¡Voy! —respondió Tom, rascando el mentón de Tessa luego de quitar el frisbee de su boca. Atticus, al reconocer su voz, entró de regreso a casa. Jake supuso que se echaría en el sofá.

Desde hace unos meses vivían en un modesto apartamento de dos pisos. Un lugar apartado, hacia las afueras del centro de Londres. Los perros fueron cruciales en la decisión. Adquirieron ese enorme terreno pensando en ellos, en todo el espacio que requerirían. La opción fue excelente, y lo confirmaba cada vez que se asomaba y la escena se repetía al pasar los días.

Con la compra de cada detalle de la casa, Jake confirmó su sospecha inicial: ambos tenían muchísimo en común. Tom dijo que le gustaría un gran ventanal para que el sol iluminara la sala. A Jake le gustaba la idea de un balcón para fumar sin molestar al chico, así que cuando buscaban apartamento ninguno de los dos dudó en decir: «éste es».

El compromiso se hizo mayor cuando ambos firmaron el contrato. Estaba a nombre de los dos, igual que cada una de las cosas nuevas que adornaban el hogar, salvo por los ceniceros de Jake y algunos libros y cómics de Tom.

Aún le costaba creer cómo fue que le propuso vivir juntos. Para él, salir con Tom se trató, como todas sus relaciones, de ver «qué pasaba». Jake estaba acostumbrado a experimentos que salían mal. Generalmente, debía admitirlo, la culpa era suya.Siempre llegaba a un punto en el que prefería que las cosas terminaran antes de que la despedida fuese dolorosa.

Pero con Tom las cosas simplemente se dieron de una forma en la que Jake se lanzó al precipicio sin dudar. Con el transcurrir de los días, el estar juntos se volvió una necesidad. Se había hecho adicto a la sonrisa nerviosa, a la mirada brillante y chocolatada. Esa forma en la que Tom le trataba, como si él fuese el centro de su mundo, con cada beso y cada caricia, Jake se sentía abrumado, y casi asustado ante el deseo de abrazarlo y no dejarlo salir de su cuerpo.  

Domado por el impulso, la idea se escapó de sus labios.

Tom reposaba sobre su pecho, acurrucándose como un cachorro mientras él paseaba su gran mano por su espalda, uniendo las constelaciones que formaban sus lunares.

—Amaría quedarme así para siempre  —susurró Tom. El tono bajo, como si temiera decir algo indiscreto. Jake sintió su pecho comprimirse. A solas no se habían confesado aún. Quizás las palabras no eran necesarias, en el silencio los sentimientos llegaban a ser mucho más genuinos. Aún así, Tom era joven, y esta era la primera vez que experimentaba algo tan intenso. Después de emitir esa confesión indirecta, se refugió en el pecho de a quien temía por su respuesta.

—Entonces vivamos juntos, honey.

Jake lo sugirió sin siquiera dudarlo. El pensamiento y el movimiento de su boca se habían sincronizado. Estaba adormecido, pero con la suficiente conciencia como para saber la seriedad de lo dicho. Solo llevaban saliendo durante cuatro meses. Y él estaba ahí, dispuesto a hacer lo que no había hecho con nadie, decidido a arriesgarse a complicar las cosas.

Tom río, creyendo que se trataba de una broma. Su risa estaba entre los nervios y el temor. Como si lo creyera capaz de bromear con algo así. Jake acarició su nuca y le regaló una de sus sonrisas relajadas. Sus grandes ojos cansados le miraron de forma dulce, buscando transmitirle más confianza de la que tenía en sí mismo.

—Hablo en serio, mudémonos... yo también quiero quedarme más tiempo contigo —Jake acarició su nuca y le regaló una sonrisa relajada.

—Si lo hacemos, tendrías que venir a Londres —dijo Tom, iniciando un beso suave y nervioso. La expectativa le hacía temblar.

Londres.

Dejó definitivamente Los Ángeles para ir detrás de un niño. La idea era una locura, Maggie le advirtió que solo estaba encaprichado: Pasas por la crisis de los cuarenta, ¿no crees que vas a aburrirte como siempre?. Esa posibilidad estaba latente, pero Jake se sorprendió comprando los pasajes y los permisos para sus perros. Cuando hizo las maletas, su apartamento quedó como si unos ladrones lo hubieran desalojado.

Tres semanas después de la propuesta, Jake se mudó al apartamento de Tom, ese que quedaba a cinco minutos de la casa de los Holland. Tenía dos habitaciones, era pequeño, pero Jake comprendió que antes habitaban solo dos seres allí.

La habitación de huéspedes tenía más de depósito que de habitación. Lo entendía perfectamente. La mercancía de Marvel ocupaba un espacio en el que costaba pensar en qué lugar colocarla. De igual manera, planeaba pasar sus noches durmiendo con el menor. Así que el detalle no pasó a mayores, por más que Tom se disculpó varias veces por no haber arreglado el lugar antes de su llegada.

Jake rió por su actitud nerviosa, el chico claramente no sabía cómo actuar ante ese nuevo paso en su vida, temía que algo fuese a salir mal por su culpa. El mayor negó en un gesto despreocupado, y con cierta travesura calló las disculpas de Tom a besos, dejando sus maletas sin desempacar. Con suma facilidad lo condujo al cuarto principal. Tom trepó su cuerpo, manos aferradas a la espalda y piernas a su cintura. Las manos de Jake en los redondeados glúteos. Bajo las sábanas todo se volvía fácil, pero las dificultades de la convivencia tardaron poco en surgir.



¡Bienvenido! Gracias por darle click a esta historia. 
Hace años, esta historia surgio como una imaginación de cómo sería esta relación. Un hombre más experimentado y un chiquillo que apenas está conociendo el mundo a sus veinte años. He buscado reflejar esas interacciones de pareja, la convivencia, esas dificultades, las inseguridades que tiene cada uno y también el tema sexual.

Muchos comentarios que he recibido se sorprenden de quién está arriba y abajo aquí, pero en esta historia en realidad ambos son versátiles, una suerte de exploración del cuerpo y del placer del otro, porque el sexo es también una comunicación :).

Así me gusta verlo a mí, en todo caso. 

De todas formas, espero que le des click al siguiente capítulo y sigas disfrutando de esta ship.

 Aunque surgió hace unos años, en la mente siempre viven. Las fangirls tenemos ese poder.  

¡Feliz día!

Suero de azúcar.



Cuando el sol regrese (#Gyllenholland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora