Cuestión de hundirse

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Tom reposaba plácidamente sobre el pecho de Jake. Desde la primera vez que durmieron juntos, cuando siquiera se imaginaban hasta qué punto evolucionaría su relación, Tom se quedaba escuchando el latido acompasado que retumbaba como un tambor lejano.

Al terminar de hacer el amor, es corazón tardaba un rato antes de volver a bombear a una frecuencia normal. Era la prueba de que el cuerpo decía más que las palabras.

El tiempo había pasado, pero habían cosas que permanecían como en el primer momento. La emoción y el deseo se manifestaban en un ritmo acelerado una vez alcanzado el orgasmo. Tom se había sentido maravillado la primera vez que lo escuchó. Era la prueba de que había algo más en las acciones de Jake, algo que su corazón no sabía ocultar.

Después, lo había escuchado de su propia voz: Me haces sentir ansioso, pero a la vez me entregas calma. No sé cómo funciona eso, exactamente.

Pero Tom había entendido la contradicción. Él estaba en una. Con Jake sentía que todo estaba bien, que podía darse el lujo de ser más infantil, de jugar al pequeño consentido. Pero a la vez estaba la presión de mostrarle que era todo un adulto, que era capaz de llenar los zapatos que el mismo Jake le había dado. Aún recordaba el momento en que dijo ante las cámaras que él era un gran actor, que su dedicación en el set era fascinante y que como persona lo era más. Desde el inicio Jake lo vió como un igual, a pesar de que Tom no dejaba de sentir la brecha de experiencia y edad que se resumía en el número dieciséis.

Allí estaba, atrapado entre el deseo de ser mimado y las ganas de mostrar su independencia.

Con la convivencia, esas dos fuerzas alternas supieron converger al darse cuenta que ese hombre de mundo, tan culto y tan sensible, cuya empatía y opiniones asombraban al punto de entumecer la mandíbula de Tom, también era inseguro. Con el pasar de los días, con el estudio de las acciones del otro, Tom lo notó: Jake no era más que un niño asustado del mundo.

Era como todos, como él mismo, y entonces todo fue más sencillo.

Quedarse quieto, escuchando el latido suave de su corazón, mientras una mano se enredaba entre sus rizos y otra apretaba suavemente su nalga izquierda, era el momento en que Tom lo sentía: Jake era para sí, y cada preocupación del mayor debía ser propia.

—¿Cuánto has fumado hoy?

—¿Por qué lo preguntas? —Jake dibujó un camino por la columna del menor. Su mirada estaba fija en el espejo sobre la cama, el único implemento travieso de la habitación.

—Sólo es curiosidad —Tom bostezó. Había tenido una mañana larga. Mientras Jake dormía, él había ido a entrenar en el cuarto dispuesto con toda la maquinaria para mantenerse en forma para sus papeles. Después, había llevado a los perros a dar un paseo y, cuando se quiso dar cuenta, ya estaba jugando con ellos a varios metros de la casa.

Justo ahora, cada uno de sus músculos se encontraba relajado ante las caricias. Los dedos en sus rizos lo invitaban a caer en ese estado de vulnerabilidad que con tanta facilidad le mostraba a Jake. Dormía sobre él casi siempre. Casi siempre babeaba su pecho y al despertar bombardeaba al mayor con disculpas.

Jake limpiaba los restos de saliva con sus dedos y luego los lamía. Si existía algo a lo que Tom no se acostumbraba era justamente a esos despertares. Esa sonrisa de suficiencia le bastaba para sentirse completamente diminuto y avergonzado a primeras horas de la mañana.

Aceptar convivir con Jake implicaba aceptar ese gusto casi perverso por tocar la vena que encendía toda la vergüenza en Tom. Por supuesto que había notado que Jake disfrutaba, no, amaba la expresión que colocaba. Tom parecía querer escapar a pesar de no tener cómo hacerlo, demasiado relajado y agotado de la noche anterior como para salir corriendo a esconderse.

Su lugar seguro estaba entre la selva que cubría el corazón del mayor. Era donde hundía la cabeza y escapaba de una mirada fascinada y maliciosa.

Ahora encontraba una mirada agotada y taciturna. Una en la que fijaba la vista e intentaba descifrar lo que sus labios no se atrevían a mencionar. Algo que era silenciado cada día a punta de excesos de nicotina.

—¿Por qué me miras así?

—¿Así cómo?

Tom hundió su rostro contra el cuello amplio. Fingió acomodarse más sobre el ancho cuerpo.

—Nada es solo… como si fueras un policía.

Tom soltó una pequeña risa.

—¿Te gustaría?

—¿Que fueras policía? ¿En qué problemas estoy ahora, oficial?

Se levantó un poco para volver a encontrarse con ese mar en el que pasaba horas nadando. Aún con esas ojeras rodeándolo, y las pestañas bajas, Tom sabía que era la mejor vista. Quizás estaba demasiado enamorado para su propio bien. Ya Haz se lo había mencionado en una ocasión. Pero valía el riesgo, por supuesto que lo valía.

Estuvo por mencionarlo. Por volver a sacar el tema que inició, pero, en cambio, decidió unir sus labios nuevamente e invitarlo a cambiar las caricias sutiles por otro concierto de gemidos y jadeos.

Abandonó el asunto por completo.

Tal vez no era el momento de saberlo.

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No estaba muerta, solo estaba organizando mis ideas y mi vida, en general.

Gracias por la paciencia y los comentarios. Motivan mucho a continuar con esta pequeña historia acerca de las dificultades de vivir en pareja.

Espero les siga gustando y que este pequeño capítulo haya valido la espera.  Es momento de que Tom también dé su punto de vista.

¡Nos leemos pronto!

Cuando el sol regrese (#Gyllenholland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora