Capítulo 5

9.6K 713 31
                                    

     Lorenzo sonreía con petulancia, y Sabina evadía mirarlo a los ojos por vergüenza. Se sentía sucia, y pidió perdón al señor en los cielos por haber sentido placer durante aquel acto barbárico.

—¡Mira como me has dejado la espalda! —se quejó él. Bajo la camisa, advirtió que tenía rasguños provocados por las uñas de su esposa, que, durante el goce sexual, se habían incrustado en su piel.

—No voy a disculparme por eso. No después de la forma tan brusca en que me has tratado.

—No parecía desagradarte mientras gemías cuál cortesana para con su domino —refutó, y, tras escucharle, muy enfurecida, Sabina lo abofeteó.

—Que sea la última vez que te refieres a mí de esa manera, Lorenzo. ¡La última vez!

—¿Eso pretende ser una amenaza? —se burló él, mientras se sobaba la mejilla golpeada.

—No me subestimes. No soy una tonta ni mucho menos una mártir. Me casé contigo porque me convenía, y, de la misma manera, puedo encontrar una forma de deshacerme de ti... Te has preguntado, ¿qué haría tu padre si descubriese que sigues frecuentando a esa mujer?

Lorenzo no disimuló su espanto ante la mención a Pietro.

—¡Procura no irritarme!, y a cambio, guardaré silencio —dijo Sabina triunfante, antes de salir del cuarto.

Ella se dirigió a la cocina. Era casi el mediodía, y los chicos pronto llegarían de su clase de equitación, por lo que se colocó el delantal y se propuso picar algunas verduras, para, con estas, elaborar un caldo.

—¡Signora! —exclamó una de las criadas al verle realizar aquellas labores tan poco dignas de una dama de su clase—. Sus manos se estropearán. Permítame...

—Está bien, quiero hacerlo —respondió Sabina, porque en aquel momento necesitaba de algo en que ocupar su mente, para así dejar de pensar en el cretino de Lorenzo—. Tú encárgate de adobar el pescado.

La criada le obedeció, y juntas, prepararon el almuerzo.

Fabio y Lucas aparecieron minutos después, correteando por la casa, y haciendo mucho escándalo. Eran jóvenes atléticos, vivaces, y parlanchines.

—¡Sabi! ¡Sabi! —gritaban, reclamando su atención, y ella se mostró encantada. Pese a que tenía poco tiempo de conocerles, le tenía a ambos simpatía. Porque estaba al tanto de que eran huérfanos, y que, por tanto, necesitaban de su cariño femenino, qué si bien jamás sustituiría el amor de su madre, les concedería felicidad.

—Les escucharé, después de que coman —les dijo.

—Pero... —refutó Fabio.

—Nada de peros, ¡siéntense a la mesa!... Aunque primero quiero que vayan a asearse, que hieden a caballo —contestó, y los chicos, de inmediato, acataron su mandato. 

La trataban con mucho respeto, y la reconocían como la signora de la familia. A pesar de que únicamente era la esposa de su hermano mayor, y don Pietro, era quién poseía verdadera capacidad para tomar decisiones, e imponer el orden dentro de aquel hogar.

*

   Más tarde, ese mismo día, Lorenzo escuchó las risas desde el pasillo, y curioso, se asomó a la sala de estar. Lo que vio, le causó sorpresa. Sabina jugaba cartas junto a Fabio y Lucas. Los tres estaban echados casualmente sobre la alfombra, mientras reían y charlaban.

Desde la muerte de su madre, acontecida cinco años antes, Lorenzo no había visto a sus hermanos tan vivaces, y notar aquel cambio, despertó en él sentimientos hacia su esposa. De agradecimiento, también algo más, que le era aún indescifrable. Tan indescifrable como lo era la propia Sabina, quien podía ser venenosa como una serpiente y, a su vez, muy tierna, como un cordero.

De improvisto, la tranquilidad fue interrumpida por duros golpes a la puerta principal.

Sabina se alejó de los chicos, y se dirigió a la entrada, pero al atravesar el pasillo sintió una mano aferrarse con firmeza a su brazo izquierdo.

—Permanece adentro del salón, yo atenderé al visitante —dijo Lorenzo, muy protector, y ella le obedeció.

Retornó a la sala de estar, y fue él quien recibió al recién llegado. Se trataba de Fabrizio, un escultor, de quien era amigo.

—Perdona que me presente de esta manera en tu hogar, pero algo grave ha sucedido —le informó—. Ayer varios hombres entraron al estudio de Valentino Parisi y, ¡lo destruyeron todo!, rompieron lienzos y esculturas, luego prendieron el lugar en llamas. Además, han acusado a Valentino de sodomía, y planean asesinarlo... Corro peligro, deberé abandonar la ciudad de inmediato, y no quería hacerlo sin antes despedirme de ti.

Lorenzo sintió aflicción, aquel estudio había sido su refugio durante años, el lugar donde aprendió a apreciar la belleza.

Hombres como Fabrizio y como Valentino, eran genios adelantados a su tiempo, que merecían respeto y admiración por sus obras artísticas. Sin embargo, debido a sus preferencias sexuales, estaban condenados a una vida de persecución.

—Amigo mío, toma estas monedas. —Le ofreció una bolsa de tela.

—¡Es mucho dinero! No puedo...

—Acepta mi obsequio, por favor. Utilízalo para construir otro estudio en el lugar a donde vayas.

—Gracias, Lorenzo. Muchas gracias —exclamó Fabrizio, abrazándolo. Después, se marchó.

*

   Por la noche, al llegar Pietro a su casa, Lorenzo le confrontó en el despacho.

—El estudio de Valentino Parisi fue destruido. Tú fuiste el responsable, ¿cierto?

—Si te refieres a ese lugar repleto de viciosos y sodomitas que frecuentabas. Sí, lo hice clausurar. He sido débil contigo, por muchos años te he permitido vivir en el libertinaje, pero ¡ya no más! Vas a cumplir con tus deberes para con esta familia, y eso implica que a partir de mañana trabajaras en mi Banco.

—¿Es qué no lo has comprendido ya?, ¡no quiero ser un maldito banquero! —gritó, y furibundo, Pietro lo aferró del cuello.

—El que no ha comprendido nada eres tú. ¿Sabes cuánto tiempo me tomó ascender a la cima? Nací en la basura, Lorenzo. Mi madre era una mujerzuela, y mi padre un mercenario. Mi destino era morir en la pobreza, sin embargo, prevalecí. Con astucia y talento, logré convertirme en un hombre rico y respetable. Ese Banco que tanto odias será mi legado, y no voy a permitir que sea dilapidado en esas porquerías que consideras como arte, ni en complacer los caprichos de mujeres sin escrúpulos como tu querida Adrienna. ¡Te di la vida!, y tu deber como mi hijo es honrarme.

Pietro liberó a Lorenzo, quien respiraba agitado.

—Ahora, ve. Busca a tu mujer, íntima con ella y descansa, que mañana bien temprano irás conmigo a trabajar.


Te NecesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora