Cap. 48 Pesadillas

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Era de madrugada. Laura corrió fuera de la cama, directo al cuarto de baño, y empujó la puerta.

—¿Cariño?—murmuró Ross con medio ojo abierto, alzando la cabeza de la almohada.

Entonces la escuchó caer al suelo, el golpe seco de sus rodillas contra el azulejo. El rubio se levantó en un segundo, llegó hasta la chica y encendió la luz. Hincada frente al inodoro, Laura vomitaba su única comida del día. Era la primera vez que esto pasaba, sin embargo no sorprendía a nadie. Habían sido semanas difíciles.

Ross se sentó detrás suyo, le sostuvo el cabello y acarició su espalda entre arcada y arcada hasta que los espasmos se detuvieron. Cuando terminó le ofreció un trozo de papel para limpiarse; la vio hacerlo y tirarlo en el cesto de la basura, estirarse para bajar la palanca del retrete y luego, nada.

—Vuelve a la cama, cielo.—le pidió Laura con voz áspera.

Pero Ross no se movió más que para ayudarla a ponerse de pie. Se quedó ahí mientras ella se cepillaba los dientes y se enjuagaba la cara, evitando a toda costa mirarse al espejo. Eso ya no lo hacía más. Tal vez porque no le importaba, tal vez porque no quería ver las bolsas debajo de sus ojos, lo pálido de su piel o lo mucho que había bajado de peso.
Una vez que Laura estuvo lista, Ross tomó su mano y besó sus nudillos. Se acostaron juntos sin que el chico pegara un ojo en la noche entera. No durmió ni ese ni uno solo de los días siguientes. Tenía que cuidarla, sin importar cuan cansado estuviera durante las tardes. La fatiga tiene arreglo, el miedo en cambio, te consume. Lo peor era que Ross no sabía quién de los dos estaba más asustado.
Laura no comía desde su regreso a casa, no sonreía y no hablaba mucho. Ross comía lo que Raini le pusiera en el plato, sonreía sólo cuando Calum lo miraba y hablaba, aunque no tuviera muchas cosas buenas que decir.
Los problemas aumentaban. El vómito vino y se fue esa misma noche, pero entonces comenzaron las pesadillas que Lau no recordaba en la mañana.
En cuanto sentía que empezaba a temblar, Ross la rodeaba con cuidado fingiendo esconderla entre sus brazos, y conforme le susurraba, sus sollozos se acallaban. Era un mal sueño del que Ross creía que podía despertarlos a ambos.

—Shh, shh... Esta bien, preciosa... Está bien.

Entonces ¿lo estaba?
Calmarla le llevaba cierto tiempo, quería ser paciente, tener la seguridad de que lo solucionaría, y de que su pánico se esfumaría en lugar de aumentar. Es por ello que actuaba de a poco, acurrucandola lentamente, limpiándole el sudor frío de la frente y acariciando su cabello. Y sí, después de un rato ella dejaba de gemir y patalear, los demonios se dormían y las horas continuaban avanzando como si hubiera dado resultado, como si el mundo entero hubiera vuelto a funcionar. Pero el aire seguía sintiéndose pesado, y la vida seguía siendo injusta.

La última pesadilla fue la más grotesca de todas. Al principio Ross pensó que lo había imaginado, sin embargo volvió a oírlo, a Laura, rogando por que la soltaran. Su voz ahogada en el inicio del llanto. Se enderezó al percatarse de cómo jalaba las sábanas, y se dio cuenta entonces de que no podría abrazarla si ella seguía estando a la defensiva. Tenía los puños apretados a ambos lados de su cuerpo, las manos rojas por tanto empeño en sostenerse. Ross se había perdido en su boca, balbuceante por piedad. Dominado por el miedo no pudo hacer más que mirarla tomarse el labio entre los dientes y morderse hasta sangrar.

—Nena...—susurró preocupado.

Le tocó el rostro descubriendo así cuán caliente estaba, su frente hervía, aunque quizá la fiebre habría sido un mayor problema si Laura no hubiera comenzado a gritar.

—¡DEJAME IR, POR FAVOR!

El rubio estaba aterrado. Esta no era una pesadilla común, estaba fuera de los límites y fuera incluso de las reglas que él mismo se exigía seguir. Todo ese tiempo, Ross sólo había querido ayudarla, detener su sufrimiento lo antes posible, pero nunca se arriesgó por conseguirlo. El porqué era más que obvio: tenía miedo de intentar y volver a fallar. Con Laura no podía permitirse fallar, ya no.
Eso mismo le ayudó a entender, que debía hacerlo diferente esta vez, porque no iban a salir de aquello estando en la zona de confort. Así que cedió y envalentonado, subió el volumen de su voz mientras sacudía a la chica con la sola intención de despertarla. Le llamó por su nombre y la tomó de ambas manos, pero seguía sintiéndose lejano. Meneó su cuerpo con un poco más de fuerza creyendo que así lo lograría, y sin embargo se encontró observándola, como en cámara lenta, mordisqueando su labio de nuevo. La cabeza de Ross casi explota, llena de frustración y pánico, preguntándose porqué no solucionaba nada, preguntándose qué podía hacer para conseguirlo; sentado, con las rodillas en la cama, soltó un bufido y miró al techo, respirando aceleradamente.

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