Acto cuatro.

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Enero 19

-¿Qué estás haciendo aquí?

Se frotó la nariz sin cuidado, molesto, su perfume le parecía demasiado dulce. Resultó que ella hablaba muy enserio cuando decía que podían hacerse compañía. Se había aparecido de nuevo en su cama alrededor de las cuatro de la tarde con una sonrisa que iba de oreja a oreja y un paquete de galletas en una mano. Ese día no había visitas y el resto de los pacientes entraban y salían de la gran habitación circular de observaciones después de sus actividades o para ir a sus sesiones de terapia. Él había decidido quedarse a intentar dormir el resto de la tarde después de haber pasado la mañana en una sesión grupal de prevención de suicidios.

-Vine a verte. Creí que podríamos platicar un poco. -contestó la chica ofreciéndole una galleta del paquete.

-No quiero, gracias. -dijo rechazando ambas ofertas.

-Vamos, todos necesitamos hablar con alguien de vez en cuando, alguien que no sea un psicólogo o un psiquiatra. -insistió.

Él no contestó, volvió a acomodarse en la cama, dándole la espalda, y se quedó completamente quieto. Creyó que si se quedaba dormido ella finalmente acabaría por irse, pero ella era demasiado persistente.

-Bueno, puedo hablar yo, entonces. -dijo ella, sin rendirse.

Enero 21

Ella había llegado con un libro ese día. Arrastró una silla hasta situarla en la esquina opuesta de su cama  y se sentó subiendo los pies a la base de metal sobresaliente bajo el colchón. Se enfrascó en su lectura casi enseguida y no intercambiaron palabra durante largo rato. Él se había estado removiendo, incómodo, sobre la cama, y pronto se rindió de permanecer acostado para finalmente sentarse recargando la espalda en la pared, decidiéndose a observarla un momento. Ella cambió la página y por un instante sus ojos se encontraron.

-Es muy interesante. -apuntó la chica volviendo a mirar su libro.

-¿De qué trata? -quiso saber él.

-Sobre el amor.

Enero 23

¿Se había quedado realmente dormida?

No era capaz de ver su rostro, escondido detrás de una cortina de cabello rosa. Descansaba la cabeza entre sus brazos incómodamente sobre la cama, mientras permanecía sentada en la misma silla de siempre. Había pensado bajar a los jardines a recostarse bajo un árbol a leer algo hasta el atardecer cuando al dar las cuatro ella no llegó, pero sus planes se vieron frustrados de nuevo cuando al fin apareció, un poco más tarde de lo normal. Lucía desaliñada y ojerosa, pero sus ojos brillaban igual que siempre y sus labios exhibían una sonrisa. Tuvo que ir a la enfermería para que le cambiaran los vendajes de las muñecas y ella le dijo que lo esperaría ahí hasta que regresara. Pero se había quedado dormida. Su cuerpo subía y bajaba de forma acompasada a cada respiración. Tomo una de las sábanas de su cama y la puso con cuidado sobre ella. Subió a la cama y se recostó mirando al techo recargando el antebrazo izquierdo en su frente. Suspiró.

Enero 24

-¿Dolió?

-Claro que dolió, al principio... pero después ya no.

Entre tus venasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora