La Plaza de la Constitución era un campo de batalla. Imagen poco usual para la capital de un país.
Pero pese a ello, allí estaba él, con su bigote, estoico, firme, de casco y fusil.
- Señor presidente, los milicos están pidiendo su absoluta rendición - decía el guardia mientras le entregaba una improvisada carta escrita a mano, probablemente con una bala y tinta.
- ¿¡Qué se habrán creído estos hijos de puta!? ¿Han sabido algo del General Pinochet?
- Nada aún presidente.
- Espero que el hombre esté bien. No debe tener idea que su gente se está levantando en contra del gobierno.
Las balaceras los mantenían a todos agachados. Las ventanas ya no eran un refugio seguro, las granadas entraban como dueñas de casa.
<< Señor Salvador Allende, este es el último llamado para que se rinda. De no ser así, procederemos a entrar al edificio por la fuerza.>>
Como si fuese necesario aclarar que entrarían por la fuerza, después de disparar balas de fusiles y tanques en contra de la Casa de Gobierno.
- Compañero Presidente, nos informan que el General Pinochet acaba de llegar a la Escuela Militar.
- Enterado. Escólteme hasta mi oficina. Necesito hablar con él.
En el camino lograron escuchar unos motores de reacción acercarse con velocidad. Se tiraron al suelo de manera instintiva.
Dos misiles impactaron la fachada del edificio de calle Moneda, dejando varios muertos, cosa que algunos jamás se enterarían.
Llegando Allende a su despacho, cogió el teléfono de su escritorio y se metió bajo el mismo. Sus manos temblaban a pesar de su notoria serenidad. Con la izquierda afirmaba su AK-47 obsequiada por el mismísimo Fidel Castro, y con la derecha el teléfono.
Alguien contesta al otro lado de la línea.
- Aquí el Presidente Allende, páseme con el General...
- ...
- ...
Un mortal común habría insistido en su requerimiento, pero desde entonces ya nadie era un mortal común. Ese silencio incómodo apareció. Y no fue solo en aquella oficina, ni en aquella línea telefónica, sino afuera de La Moneda también. Los balazos se detuvieron, los aviones cayeron como plumas de plomo en un medio vacío. Unas cuantas explosiones se escuchaban a lo lejos, otros cuantos choques a lo cerca, pero, ¿A quién le importaba? ¿Acaso alguien lo recordaría?
Allí yacía Allende; no muerto, sino pasmado. Con un aparato pequeño y extraño en la diestra, y otro grande y pesadísimo en la siniestra. Además de eso, tenía una cosa rígida en la cabeza. No dudó en quitársela.
Estaba acelerado. ¿Por qué? Ni idea.
Dejó la cosa pequeña en el suelo, y toda una caja cayó al suelo junto con ella. Se asustó.
Se paró con la cosa pesada, la observó. Tenía unos signos en ella. Poco importantes probablemente. Allí quedó, botada también.
Parecía estar en un lugar amplio.
Desde ahora, desde entonces, hasta siempre, serán simples animales inocentes. Pobres almas que tuvieron la terrible suerte de sobrevivir a aquél golpe de estado, para convertirse en supervivientes de la nueva selva: La ciudad desierta y desconocida.
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Amnesia del 73
Historical FictionLa amnesia es aún algo inespecificada. Algunas cosas no se olvidan, como los nombres de cada uno. La motricidad sigue estando activa, pero un poco torpe, al menos por algunas horas. Los instintos tampoco desaparecen. Varias cosas se olvidan solo tem...