36. STORM

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DOS SEMANAS DESPUÉS...

- Paul, ¿dónde estamos yendo? – pregunté por decimoquinta vez.

- ¿No te cansas de repetirlo? – resopló. – Eres peor que un niño pequeño.

- Gracias.

- Ya te he dicho que es una sorpresa. – contestó. Yo suspiré y miré hacia la parte trasera del coche, donde Glenn, Adam y Maggie conversaban alegremente. Yo sonreí al verlos tan felices, ya que esto no pasaba desde hacía mucho tiempo.

- Aún estoy alucinando. Hace tanto que no voy en coche... - comentó Adam, a lo que Paul, Maggie, Glenn y yo contestamos con una carcajada. – ¿De dónde habéis sacado la gasolina y todo?

- A estas alturas casi nadie busca gasolina. Suelen buscar comida, armas, munición, medicamentos... Pero no gasolina.

- ¿No? Pues para mí sería una de las cosas más obvias que buscar... Quiero decir, con un coche tienes refugio, almacenamiento, transporte y gastas menos energía... – dije yo.

- No todo el mundo tiene una mente tan privilegiada como la tuya. – contestó Glenn.

- Ahí tienes razón. – reí. – Volviendo al tema anterior... ¿Queda mucho para tu "sorpresa"?

- Ponte cómoda porque aún queda un ratillo.

Estuvimos en el coche en silencio durante un tiempo hasta que Maggie y Glenn entablaron una conversación y Paul, Adam y yo iniciamos otra.

La carretera nos llevaba por medio de un frondoso bosque hasta llegar a un precioso claro donde el terreno se elevaba, formando una verde colina. En la parte superior se erguían unas murallas hechas de troncos de árbol que impedían el paso. Por encima de estas se podía divisar un gran edificio de aspecto antiguo.

Paul paró el coche delante de unas grandes placas de metal que se usaban como puertas y bajó del coche. Yo, aún sorprendida, permanecí expectante en el asiento del copiloto.

- ¿Qué cojones...? – fueron las únicas palabras que salieron de la boca de Adam al ver que las puertas se abrían y dejaban ver una nueva comunidad llena de gente, animales, campo y cultivos. Paul se volvió a meter en el coche, sonriendo ante nuestras expresiones.

- Paul, ¿qué es...? – empecé a preguntar.

- Bienvenidos a Hilltop. – dijo avanzando con el coche hasta llegar delante del edificio.

Todos salimos del coche y miramos alrededor, alucinando. Todo parecía tan normal... Todo el mundo paseaba tranquilamente por allí, sonriente. Había gente trabajando en los campos de cultivos y con los animales.

Un grupo de chicas jóvenes pasaron por nuestro lado y saludaron efusivamente a Paul. Él tan solo rodó los ojos, suspiró y devolvió el saludo.

- ¿Aquí también tienes admiradoras? – reí.

- ¿Por qué? ¿Te sorprende? – contestó también riendo. Yo rodé los ojos.

- Esto es una pasada. – dijo Adam. – ¿Cuánta gente hay aquí?

- No tengo ni idea, la verdad. Pero mucha. – contestó. – Venid, os presentaré a un buen amigo mío.

Paul y yo nos pusimos en cabeza, dirigiéndonos hacia la entrada del edificio y abriendo la puerta al llegar. Mientras subíamos unas escaleras observé el interior rústico de la vivienda. Estaba claro que llevaba bastantes años construida. Una vez arriba, nos plantamos en un pasillo con cuatro o cinco puertas de las que solo una llamaba realmente la atención. Era enorme, de doble puerta y de una madera más oscura que las demás, rodeada por un arco de madera más clara. Nos dirigimos hacia allí y Paul la abrió. Dentro de la sala había dos hombres: uno que parecía ser de nuestra edad y otro bastante más mayor.

The End {Daryl Dixon}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora