✦ 4. Territorio enemigo.

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Territorio enemigo.

Había caído en un bucle del cual no sabía como salir. En las últimas 48 horas había llorado más que en cinco años enteros. Mi familia, mis amigos, mi trabajo, mis estudios y claro, mi vida, todo estaba en peligro, pero el verdadero peligro era tratar de salir de aquella situación tan irreal.

La gran escalera que adornaba la parte izquierda de la sala, era inmensa. Con cuidado, mi «Opresor», como me había dedicado a llamarle, me ayudo a subir con precaución. Nos encaminamos por el pasillo principal del segundo piso, donde habían puertas cerradas de ambos lados, entramos a la última que se encontraba al final del pasillo y al abrir esta, parecía ser la suite presidencial del Hilton donde solía trabajar antes de llegar al bar. Cama King, sabanas de seda perfectamente dobladas, pisos alfombrados y candelabros que solo Michelle Obama podría tener. Estaba secuestrada por posibles mafiosos, debía empezar a dejar de asombrarme por esas cosas.

Pensabas que ibas a parar en una alcantarilla, tienes suerte. Gritó mi mente por lo alto.

— Toma un baño, traeré algo para que puedas comer y en los cajones de esa cómoda habrá algo que te pueda servir, trata de abrigarte bien, las noches en Rumania son fríamente insoportables — habló él, señalando la puerta a la izquierda.

Luego se adentró al closet a buscar quien sabe qué. Me senté en la cama sin saber que realmente hacer, pero ya me lo habían indicado. Me quedé mirando por la ventana unos segundos, se había convertido en mi actividad favorita, mirar por la ventana hasta perderme en mi cabeza. El reflejo del agua de una pequeña fuente entraba con bonitos rayos del agua iluminada por la luz jugando con el techo.

— Cuando vuelva revisaré eso — continuó.

Lo miré confundida. Señaló mi rodilla respondiendo a mi cofunción y se marchó de la habitación cerrando la puerta atrás de él.

¿Por qué tuve que tomar ese turno en el bar cuando no me tocaba?

Me tiré en la cama y cerré los ojos. Pero aquella respuesta la tenía clara, necesitaba el dinero para la renta y el supermercado, como cualquier persona normal que trabajaba para sustentarse.

Me paré lentamente de la cama y entré al baño cerrando la puerta con seguro. Ya dentro, comencé a desvestirme lentamente hasta quedar completamente desnuda, envolví mi cabello en un moño alto y me observé en el espejo. Ojeras pronunciadas y pequeñas cicatrices por doquier. Me preguntaba si Gia se encontraba de la misma manera o al menos si se encontraba en un buen sitio.

Entré a la ducha que era dividida del lavabo por una mampara transparente. Recordé el golpe que tenía en la cabeza y abrí la ducha lentamente para no mojar la gaza, el agua fría me heló hasta los dientes y decidí que sería un extenso baño. Tomé el jabón que se encontraba sin destapar y lo pasé por todo mi cuerpo, intentando quitar la suciedad de varios días. Luego de media hora de casi estar bajo el agua, salí y cepillé mis dientes por otros seis minutos más.

Al confirmar que ya estaba totalmente seca, salí de la habitación, no sin antes cerciórame de que no había nadie dentro de esta. En los cajones que anteriormente me había indicado el Opresor, encontré diferentes tipos de ropa. Opte por un suéter largo blanco que me llegaba poco por encima de la rodilla y unos calcetines del mismo color, realmente hacía frío y eso, que no había ventanas abiertas o aire acondicionado prendido. Luego de haberme cambiado por completo, solté mi cabello y lo peine con las manos hasta dejarlo casi perfecto en una coleta.

La puerta se abrió bruscamente y él, entró con una bandeja plateada en las manos y un botiquín de primeros auxilios en la otra.

— ¿No sabes tocar? — pregunté molesta.

Me miró de reojo — Es mi habitación. Así que no.

¿Me había dejado su habitación? Debía pensar que aquello era ¿Considerado? ¿Por que su habitación y no una cualquiera?

Al parecer había tomado una ducha igual, se había deshecho de los jeans y la chaqueta negra, ahora simplemente vestía con un t-shirt negro, cuello V y unos joggers gris, el cabello lo llevaba húmedo perfectamente despeinado sobre su cara. Me escruto con la mirada de la misma forma en que la que lo hice yo.

Dejó la bandeja en la mesita de noche y tomo el sillón rojo que adornaba una de las esquinas hasta dejarlo al frente de la cama, me indicó que me sentara en la cama y me negué.

— Ha sido un día largo — reprochó — Sólo aliviare el dolor y luego, podemos descansar.

Me tomó de los hombros y me sentó en la cama frente a él, sin esperar mi respuesta. El contacto de sus fríos dedos hicieron que moviera un poco la pierna, a lo que el esbozo una diminuta sonrisa, casi una mueca, algo que no lo había visto hacer en estos dos días desde que nos conocimos.
Tomó mi pierna y la posicionó en el medio de las suyas.

— El líquido en tu rodilla aumentó por el impacto que recibiste — me miró seriamente, casi recordándome a que se debía aquello — Trataré de sacarlo, para que no llegue a algo peor.

Abrió el botiquín y tomo una larga jeringuilla, la desinfecto y luego la introdujo en mi piel, pero sinceramente no sentí nada. Un asqueroso líquido casi verde llenó el interior de la jeringuilla.

— Aparte de asesino, doctor, ¿Quién lo diría? — pregunté sarcásticamente.

Me dedico una sonrisa ladeada y allí confirmé que era la sonrisa más hermosa que había visto en un hombre. Pero no, no me llamaba la atención en aquella forma.

¡Como no!

— Gajes del oficio — contestó. Bufé y casi disimuladamente subió la mirada lentamente por mis piernas hasta llegar a mi entrepierna. Llevó sus manos hasta el borde de mi suéter y lo bajo lentamente tapándome un poco más.

— ¡Oh! — exclamé por lo bajo, más que avergonzada. ¡Estúpida! no llenaba ropa interior y tenía las piernas abiertas como si nada.

Sentí el calor subir por mis mejillas y sinceramente ya si quería morir. No quería que pensar que era una insinuación o algo por el estilo ¡Por Dios! ¡Era un asesino!

¡Pero no un violador! Quiso tranquilizarme la voz en mi cabeza. Pero eso no lo sabía, no sabía quién era o que me podría hacer, solo sabia que su arma estaba manchada de sangre de varios hombres tirados en el bar y tal vez algunos más.

— No soy esa clase de hombre, aunque no lo creas — dijo, como si hubiese recitado mis pensamientos en voz alta.

— No, tú solo las secuestras y asesinas — escupí con asco — Eres un amor.

Él rodó los ojos en clara señal de molestia

—  No te quiero hacer daño. Te prometo que en cuanto todo esto acabe, te irás a tu casa, sana y salva. Tengo demasiadas cosas encima como para ser niñero — dijo cortante, mientras vendaba mi pierna.

¿Cuando qué acabe?

Salió de la habitación dando un portazo y quedé sola. Me senté en el borde de la cama y miré la bandeja encima de la mesa de noche. Había dos sandwiches con papas fritas y una lata de Dr. Peper mi estómago rugió y sin pensarlo dos veces comencé a comer, estaba muerta del hambre y con razón me sentía tan débil. Devoré todo lo que estaba en la bandeja sin siquiera darme cuenta.

Sin nada que hacer, mi cabeza comenzó a formular preguntas con respuestas fatales. Temblé ante tantos posibles escenarios funestos, mientras el Opresor me decía que iba a volver a mi hogar, más convencida estaba de que eso no sucedería. Estaba a miles de kilómetros de mi hogar, cualquier cosa que sucediera, quedaría en Rumania, lejos de todo y todos los que me conocían, sería la simple triste historia de una chica desaparecida. Pero con una llamada por teléfono todo eso podría arreglarse ¿No? Podría llamar a mi madre para que no se preocupara, aunque no habláramos todos los días, sé que algo como esto podría llamar su atención.

Vi la hora en el reloj de la pared central y marcaba las 1:45 am. Llevaba dos horas sentada en la misma posición en el pequeño diván azul debajo de la ventana. El cielo estaba tan oscuro que ni las nubes se podían divisar a lo lejos, fascinada, miraba la fuente con dos esfinges a cada lado como lanzaban agua de un lado a otro. Sin saber exactamente cuando, los ojos se me cerraron y me llevaron un sueño casi profundo en el territorio enemigo.

Realidad Inquebrantable ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora