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CAPITULO DIEZ ❛YO ERA UNA NIÑA, PERO NO ERA INGENUA❜
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BROOK SALVATORE
Desde pequeña, siempre pensé que la relación con mi padre era la mejor del mundo. Él era mi héroe, la persona que siempre estaba ahí para apoyarme, jugar conmigo, y enseñarme lecciones de vida. Recuerdo los días en que solíamos pasear juntos cuando aún usaba tutús, las tardes que pasábamos en el parque, y cómo me sentía segura a su lado cuando jugábamos a las princesas. Cada vez que tenía miedo o necesitaba consejo, él era la primera persona a la que acudía. Para mí, nuestro vínculo era inquebrantable, un lazo tan fuerte que nada ni nadie podría romper.
Sin embargo, estaba equivocada, con el tiempo y tras la muerte de mi madre, las cosas empezaron a cambiar. Al principio, eran pequeños comentarios, gestos que me hacían sentir incómoda, pero que no quería aceptar como señales de que algo estaba mal. Me decía a mí misma que era solo una fase, que mi padre estaba pasando por un mal momento y que pronto volveríamos a ser como antes. Pero esas pequeñas cosas se convirtieron en algo más grande. Su tono se volvió más duro, sus palabras más hirientes, y su comportamiento, impredecible.
De repente, aquellos momentos que solían ser de felicidad y seguridad se llenaron de miedo y tensión. Las discusiones se hicieron más frecuentes, y su temperamento más explosivo. Lo que antes eran conversaciones cálidas se transformaron en monólogos de críticas y desprecios. Comenzó a controlar cada aspecto de mi vida, y cualquier intento de defenderme o expresar mi opinión solo lo enfureció más. Poco a poco, sentí que el amor y el respeto que nos unían se desvanecían, siendo reemplazados por una relación de poder y temor.
