CAPÍTULO 1

72 5 2
                                    

Era una calurosa noche de verano, yo acababa de terminar de limpiar el gran salón principal de la mansión y me dirigía a la habitación del espléndido escritor con la intención de continuar mi trabajo.

Supuse que la habitación estaría vacía ya que mi amado no salía regresar hasta minutos antes del amanecer con su conquista de la noche, por lo que no me molesté en tocar antes de entrar.

Ese fue, probablemente, el mayor error que cometí en mi corta existencia. Aunque, dependiendo de quién lo juzgue, también podría considerarse mi mayor acierto.

Fuera lo que fuese, la cuestión es que en ese mismo instante mi vida, mi universo e incluso mi destino cambiaron drásticamente. Jamás habría sido capaz de imaginar que una acción tan insignificante como girar el pomo de una puerta fuera a desencadenar tal cantidad de sucesos inconcebibles en la vida de un ser humano corriente.

Alargué mi mano hacia el pomo y, sin cuidado alguno, lo giré hacia la derecha con un simple movimiento de muñeca. Tras abrir la puerta entré en la habitación portando el cepillo, los trapos y el cubo de agua que utilizaba para limpiar en ambas manos.

En cuanto dirigí mi mirada al interior de la habitación me quedé profundamente consternada. Estaba en tal estado de estupefacción que deje caer todo lo que llevaba en las manos al suelo, provocando un fuerte ruido que llamó la atención de mi crush.

La habitación se sumió en un profundo y ensordecedor silencio. El tiempo pareció haberse detenido y yo seguía sin ser capaz de reaccionar. Las piernas no me respondían y mi garganta se negaba a dejar escapar un solo suspiro. A pesar de la brutalidad y la repugnancia del grotesco y nauseabundo escenario que se encontraba ante mí, no era capaz de apartar la mirada.

Un debate se creó en mi interior. Una parte de mi se negaba a aceptar que la imagen que captaban mis ojos fuera real, simplemente no podía creerlo. Sin embargo, la otra parte de mi me obligaba a seguir mirando, a alargar ese lento sufrimiento de contemplar aquella monstruosidad. Esa cruel parte de mi parecía regodearse ante mi sufrimiento, como diciéndome que este era mi final, que apenas me quedaban unos segundos con vida y que quien le daría fin a esta iba a ser nada más ni nada menos que la persona por la que había estado suspirando desde que comencé a trabajar en la mansión.

Ahí, justo en frente mía se encontraba Lord Byron, con una palidez incluso mayor a la que recordaba. Estaba arrodillado en el suelo y sujetaba a una damisela no mayor de veinte años con sus fuertes y bien formados brazos. Pero ella estaba muerta, su cuerpo yacía sin vida, sus cristalinos ojos azules carecían de alma y su vestido estaba destrozado, lleno de cortes a diestro y siniestro, bañado por un líquido carmesí que hacía poco había estado corriendo por sus venas. Esa misma sangre parecía brotar de una extraña herida que había en su cuello. Eran dos especies de agujeros, por lo que podía apreciar desde la distancia en la que me encontraba eran profundos y habían sido hechos con una ferocidad digna de una bestia. Mi mirada continuó avanzando hasta la boca, ahora manchada de ese inconfundible color rojo, del causante de todo aquello. Dos grandes y afilados colmillos blancos asomaban por ella. Sentí auténtico asco y un terrible pavor al mismo tiempo. No obstante, en cuanto mis ojos se posaron en los suyos, todos los pensamientos que atormentaban mi mente se esfumaron sin dejar rastro.

Era la primera vez en la que él se había detenido a fijarse en mí. En cuanto nuestras miradas se cruzaron casi se me olvidó por completo la situación en la que desgraciadamente me encontraba. Mi corazón se detuvo y una lágrima se deslizó con lentitud hasta mi barbilla. Me temblaban tanto las piernas como los labios, en mi interior rezaba y le pedía a los cielos que terminaran con mi angustia de una vez por todas. Pero no aparté la mirada de sus penetrantes e hipnotizantes ojos azules. ¿Cómo podría? Él tampoco aparentaba ser capaz de reaccionar. No parecía estar alterado, de hecho, su rostro mostraba una escalofriante expresión de calma absoluta. Tenía la sensación de estar siendo analizada, sus ojos me miraban tan fijamente que lo creía capaz de ver incluso mis pensamientos.

Nos quedamos en esa posición, estáticos, por un rato que no soy capaz de medir en tiempo. Se me hizo tan largo como una eternidad y tan corto como un suspiro al mismo tiempo. De repente, Lord Byron soltó con delicadeza el cadáver de aquella desafortunada muchacha, dejándolo tumbado en el suelo. Acto seguido se levantó sin apartar la mirada de mi y antes de darme cuenta se acercó hasta el punto de poder rozarnos con tan solo dar un paso más.

Me encontraba petrificada, tal era el pánico que sentía en aquel instante que ni siquiera me atrevía a pestañear. Lo que hizo a continuación me dejó absolutamente desconcertada. Elevó su mano hasta la altura de mi cara y, con una suavidad y una ternura que me parecían imposibles, me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Su expresión se suavizó, esbozando una tímida sonrisa y acarició mi mejilla. Parecía nostálgico, como atrapado en una ensoñación y su mirada estaba cargada de afecto.

Mi corazón empezó a latir con fuerza y pude sentir un potente rubor extenderse a lo largo de mis mejillas. No conseguía comprender lo que estaba ocurriendo. Hacía una hora este hombre jamás se había percatado de mi existencia, hacía unos minutos estaba hincando los colmillos en el cuello de una joven y ahora se encontraba mirándome con auténtica dulzura. Miles de posibilidades de lo que podría ocurrir a partir de ahora aparecían en mi cabeza. ¿Me chuparía la sangre a mí también? ¿Me pediría que olvidase lo ocurrido? ¿Me mataría sin miramientos? ¿Qué tendría planeado hacer conmigo?

-No puedo creer que volvamos a vernos, te he echado de menos Elizabeth. -Comentó en un susurro, justo antes de inclinar su cabeza de manera en la que sus carnosos labios se unieron a los míos. 

LORD BYRON Y TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora