Ya había pasado casi un mes desde aquella inolvidable noche y varias cosas habían cambiado. Por una parte Lord Byron, o como últimamente me había pedido que lo llamase, George, había estado muy atento de mí durante aquel periodo de tiempo. Pero el mayor cambió sucedió en mi interior. Incluso me atrevería a decir que el amor que le profesaba se hizo mayor; así es, por muy insólito que parezca, el hecho de haber estado más cerca de él, manteniendo conversaciones, leyendo juntos, haciéndole compañía, limpiando los restos de sangre de su última víctima... me había hecho verlo con ojos diferentes.
Ya no me parecía tan absolutamente inalcanzable como antaño, mi amor había dejado de ser superficial y meramente platónico. Los sentimientos que encerraba mi corazón eran completamente distintos. Me reía de mi antiguo yo, de esa ilusa chica que creía que sus sentimientos habían llegado al punto álgido de su intensidad posible. Había pasado de admirar sus glúteos a adorar su sentido del humor, sus opiniones y su personalidad. No es que su retaguardia hubiera perdido aquella belleza que me cautivó en un primer momento, simplemente había pasado a un segundo plano. Aunque, si os soy completamente sincera, he de admitir que hasta entonces no había sentido mayor deseo hacia su espléndido pompis.
Estaba completa y absolutamente perdida, ya no había vuelta atrás. Me tiré por ese precipicio llamado "amor" y lo único a lo que podía aspirar era a que la caída no fuera dolorosa.
En cualquier caso, mi vida jamás había sido mejor. George me cuidaba mejor que a una reina, se negaba a dejar que me relacionase con cualquiera que no fuera él. Me pesó el hecho de no poder transmitirle mi dicha a la doncella de la mansión vecina para poder ver como eso la hundía en la miseria, pero no podía hacer nada. ¿Cómo podría desobedecer a Lord Byron? De hacerlo tendría que estar chalada y es más que obvio que yo soy una persona racional e inteligente.
Además, por mucho que él me dijera que lo hacía por precaución, como para evitar que su "secretito" se hiciera público, yo sabía que lo hacía porque muy en el fondo comenzaba a quererme. Incluso lo sometí a una pequeña prueba para comprobar si mis sospechas estaban en lo cierto. Una tarde en la cual no había mucho que hacer dejé caer el hecho de que hacía unas semanas que un muchacho me pretendía. Mi vampirito se puso de pie abruptamente y me demandó su nombre. Estaba iracundo, casi temblaba y me sobresalte al escuchar el elevado tono de su voz. Fue un ataque de celos en toda regla.
¿Acaso existe una prueba más irrefutable del amor que los celos? Yo, personalmente, en este asunto concuerdo con Juana La Loca: si no se cela no se ama.
Podréis imaginaros la grata sorpresa que me lleve al saber que Byron había convertido al chico del cual dí el nombre en su cena. Según él lo hizo porque "Era un cabo suelto del que había que hacerse cargo". Pero a mí no me podía engañar, había pasado suficiente tiempo observándolo como para saber cuando no decía todo lo que pensaba. Así que, tras una entretenida media hora en la que le preguntaba entre bromas, risas y miradas escépticas la verdadera razón por la que se había zampado a aquel pobre mozo conseguí arrancarle la frase que tanto me ha perseguido desde entonces: "No era digno de intentar cortejarte, su mera existencia era una ofensa hacia tu persona."
Aquel encantador suceso prendió la llama de la esperanza en mi corazón. Mi ilusa mente de adolescente empezó a fantasear día y noche con el momento en el que mis sentimientos fueran a ser correspondidos. Mi realidad se había convertido en algo tan satisfactorio y mágico que todos mis sueños terminaban depecionándome al despertar. Vivía embriagada de amor, no necesitaba licor para soltar risitas estúpidas a diestro y siniestro ni para sonrojarme, la presencia de mi querido George bastaba para eso.
Durante el tiempo en el cual yo me dedicaba a soñar despierta Lord Byron pareció estar ocupado. Estaba organizando algo, pero sabía a ciencia cierta el qué. ¿Una fiesta? ¿Un viaje? ¿Un banquete? Lo único que sabía es que tenía algo que ver con un tal "Polidori". Por más preguntas que le hice al respecto lo único que me contó sobre él es que era su doctor.
Precisamente por eso le hacía preguntas con mayor frecuencia. ¿Qué clase de vampiro tiene la necesidad de un médico? Hasta donde yo sabía los vampiros no padecían enfermedades como la tuberculosis o el resfriado común. Yo presentía que me estaba ocultando algo, no me fiaba de aquel desconocido. Traté de buscar información de otras formas pero me fue imposible. Lord Byron se encargó de que no supiera más de lo que él quería. Al final no tuve más remedio que dejar aquel asunto correr para evitar quebraderos de cabeza hasta aquella noche:
Me encontraba tumbada en un diván de la majestuosa habitación de mi amado, tratando de leer una de sus obras (lo cual no era algo fácil para mí ya que era medio analfabeta y era incapaz de leer o comprender muchas de las palabras que habían sido empleadas a la hora de escribirla) cuando él entró súbitamente con una resplandeciente sonrisa adornando su encandilador rostro.
-¡Recoge tus cosas! -habíamos comenzado a tutearnos hacía cerca de una semana- ¡Ponte de pie! ¡Haz las maletas! ¡Despídete de esta mansión y de este país! NOS VAMOS A SUIZA.
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LORD BYRON Y TÚ
FanfictionÉl era un hombre magnífico, un literato, el escritor más famoso de la época. Tenía al mundo entero a sus pies. Las damas no podían evitar soltar un suspiro al verlo pasar y más de un caballero tenía problemas para apartar la mirada de él y de sus en...