CAPÍTULO 5

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Habían pasado dos semanas desde que recibí aquella inesperada noticia y ya nos encontrábamos en Villa Diodati. El cambio de hospedaje me resultó agradable, además, jamás habría imaginado poder viajar a un lugar más alejado que el pueblo vecino en el que vivía mi primo segundo Dick. Sin embargo allí estaba, en Suiza, casi al lado del lago de Ginebra, resultaba sobrecogedor, como si cumpliera un sueño que no había tenido el valor de imaginar.

Y por si eso fuera poco... ¡Tenía a Lord Byron haciéndome compañía! Ya no existía aquella impertinente necesidad de ocultar nuestra relativamente reciente amistad. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Al fin y al cabo, todas las criadas cotillas y charlatanas se habían quedado en Inglaterra. ¿Qué más podría pedir? Tal vez un poco de intimidad no habría estado mal.

Polidori. Aquel "médico" era lo único que me molestaba. George tenía por costumbre pasar al menos ¡UNA HORA! a SOLAS con él cada día... Menuda desfachatez. Por aquel entonces pasaba esa hora diaria rezando porque surgiera algún imprevisto que obligase a Polidori a largarse de lo que debería haber sido mi maravilloso nidito de amor.

Pero, por otro lado, sabía que su presencia debía de ser imprescindible. De no ser así no se encontraría durmiendo en la habitación contigua a la de mi vampiro. El pobre sufría de una situación emocional muy inestable. Había días en los que no hacía más que lamentarse de su existencia y otros en los que estuvo a punto de arrancarle la cabeza de cuajo a aquel medicucho supuestamente competente (mi lado cristiano se arrepiente de haber deseado que lo hiciera).

De todas formas su única labor no era ayudar a calmar los nervios de Lord Byron, de vez en cuando también traía a muchachas o muchachos que nadie echaría de menos para alimentar al dueño de mi corazón. Pero claro, eso lo podía hacer cualquiera, esa era la parte fácil. YO era la que limpiaba la sangre del suelo. YO era la que limpiaba la ropa manchada de George. Mi labor no recibía el reconocimiento que se merecía. También era la encargada de hacer la limpieza de toda nuestra vivienda y de cocinar la cena para los humanos que habitaban en ella. Pero eso último yo tampoco lo consideraba digno de ser alabado. ¿Qué clase de mujer sería si no me encargara de las labores del hogar? Es mi deber cocinar y limpiar. ¡Dios libre al hogar en el cual no haya ninguna mujer! Sería un absoluto desastre, los hombres no están hechos para esa clase de cosas. Nosotras, las mujeres, debemos asegurarnos de mejorar la vida de los hombres. Es lo mejor que podemos hacer al ser el sexo inferior. Yo personalmente estoy encantada de tener el honor de estar al servicio del mejor hombre de todos. Lo que no entraba dentro de mis labores era que limpiara sangre. Aquello lo hacía por el amor que le profesaba a quien ensuciaba, no porque debiera hacerlo. No me parecía una idea descabellada el que me mereciera un "gracias".

Probablemente la aflicción y la disconformidad que sentía por aquello no eran más que frutos que daba el árbol de los celos que comenzaba a crecer en mi interior.

Lord Byron pareció percibir que no me llevaba del todo bien con su querido médico y por lo tanto decidió encerrarnos a solas en una habitación durante una tarde entera. Aunque, claro está, antes de cerrar con llave le recordó a Polidori que no tenía permitido ponerme la mano encima. Me enterneció aquella amenaza, pude sentir que el vampiro comenzaba a desarrollar algo parecido al cariño hacia mi persona. Cegada por aquella dulce acción estuve a punto de olvidar el rencor que le profesaba al joven junto al cual me encontraba y casi se me escapó un chiste que hubiera aliviado la tensión del ambiente.

Por fortuna mi juicio no se nublo hasta tal punto y pude permanecer firme. Podría ser una analfabeta pero no era una necia. Se me daba de maravilla descifrar los mensajes ocultos que se encuentran en las miradas de la gente y los ojos de Polidori de impregnaban de amor cada vez que se posaban en George. No estaba dispuesta a permitir que me lo robara, no ahora que estaba más cerca que nunca de conseguir que se plantease de la idea de enamorarse de mí.

Estuvimos sumidos en un silencio sepulcral cerca de una hora, hasta que en un arranque de valor, el médico habló:

-Sé que no tengo ninguna oportunidad con él. -En cuanto escuché aquellas palabras dediqué toda mi atención en intentar descubrir un atisbo de falsedad en su voz- No me amará nunca, al menos no como a mí me gustaría. -Una sonrisa melancólica adornaba su rostro- Es cierto que nos hemos divertido en más de una ocasión y que no recuerdo con precisión las ocasiones en las que hemos compartido el lecho -mi corazón se agrieto ante su confesión- pero no soy Elizabeth. -su sonrisa se desvaneció- No soy Elizabeth y nunca lo seré. Lo máximo a lo que puedo aspirar es a otro revolcón y a que me considere un amigo preciado. Pero nada más. Nada de amor. -Apartó con rapidez una lágrima que amenazaba con salir de su ojo izquierdo- Tú, sin embargo, eres algo así como la reencarnación de esa mujer. Tú tienes en tus manos la oportunidad de hacer que ese bello hombre vuelva a abrir su corazón. Por más que me destroce admitirlo en voz alta soy consciente de que eres la única capaz de conseguir que vuelva a amar. -Me miró fijamente a los ojos y habló con firmeza- No te odio por ello, me gustaría hacerlo pero no puedo porque sé que podrías aportar dicha a su vida. Pero como se te ocurra hacerle el más mínimo daño, puedo prometerte que haré que te arrepientas.

Yo me quedé atónita. Abrí la boca con intención de soltar alguna clase de comentario que dejase clara mi indignación por la insinuación que hizo al final de su confesión. ¿Cómo tenía la desfachatez de imaginar siquiera un futuro en el cual yo, la mayor admiradora de Lord Byron, pudiera hacerle algo remotamente parecido a herir a George? Pero no pude soltar tal comentario. Me fue imposible porque mi imaginación estaba trabajando en crear escenas de ese medicucho besando a mi amado. Estaba furiosa, quería darle una bofetada a aquel desvergonzado joven. Pero tampoco pude mover mi mano. Fui incapaz de hacerlo porque mi corazón estaba dando saltos de alegría en el interior de mi pecho tras escuchar aquella declaración en la que aseguraba que Lord Byron tan solo sería capaz de volver a enamorarse de mí.

Estaba, simplemente, presa de todos aquellos intensos sentimientos que no sabía cómo gestionar.

Un rato más tarde por fin logré calmarme y volver en mí. Una vez con la mente despejada le aclare lo que pensaba. En primer lugar estuve alrededor de diez minutos describiendo los ardientes y puros sentimientos que el vampiro despertaba en mi interior. Tras aquel hermoso discurso Polidori reaccionó de forma completamente inesperada: no dio señales de celos. Lo único que hizo fue expresar su alivio al saber que el corazón de Lord Byron acabaría a merced de una señorita que conocía su verdadera valía. Fue entonces cuando deje de considerar a Polidori mi rival en respecto al amor. Un pusilánime como aquel, que no demostró disconformidad alguna ante mis sentimientos, que no mostró intención alguna por intentar vencerme en la batalla por conquistar el corazón de George, que ni tan siquiera se digno a mostrar celos, no, definitivamente alguien con tan poco ímpetu no conseguiría ganarse al vampiro antes que yo. Tras aquel grato descubrimiento tome la decisión de cambiar mi actitud hacia el médico y le propuse que se hiciera mi cómplice y consejero, a lo cual él aceptó con entusiasmo.

A partir de esa tarde cargada de sentimientos encontrados y revelaciones el doctor Polidori se convirtió oficialmente en mi mejor amigo gay. 

LORD BYRON Y TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora