Capitulo I

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Era un día caluroso, frente de la antiquísima Basílica de Santa María en Trastévere. Sentada en el escalón más alto de la fuente de la Piazza di Santa María, se encontraba Berenice, una joven periodista de Venecia, repasando un informe sobre la modernidad de Roma.

Al otro extremo de la fuente tomando un batido de frutas, descansaba del calor extravagante, Tiberio, un chico de procedencia Hispana, de Asturias. Llagado a la provincia Italiana en busca de un mejor futuro.

Pasada la tarde, en el restaurante "Il. Siciliano Trastévere", estaba Berenice que enfocaba sus pensamientos en mejorar, lo que era para ella lo más importante en su vida, un libro que lo llamaba "Errare humanum est"1de su propia mano y pluma. La música en aquel lugar era ideal y le trasladaba a una película de Woody Allen. La comida perfecta para su hábito de vegetariana, acompañada por el mejor vino que nunca hubiese tomado.

Ya casi con el sol en su nivel más bajo, dejando en sombras las esquinas de las modestas iglesias medievales de Trastévere. Berenice se dirige a su aposento, una antigua pero acogedora posada cerca del histórico rio Tíbet. Se sienta en la orilla de su cama y mira a través de una pequeña ventana, la poca concurrida calle del frente, sin más nada que hacer después del día asolador, se reposa sobre su almohada de plumas y concibe su sueño.

Doña Celestina, dueña y señora de aquellas tres habitaciones, tres baños, una sala, una cocina y un sencillo comedor, tenía ya 63 años de edad, unos 35 años viviendo en Trastévere, y 20 años de viuda. Tenía la manía de despertar a las 4:35 Am, y preparar su mayor exquisitez; un café pequeño pero fuerte, con un olor que se escurría entre los pasillos y entraba por debajo de las puertas de los dormitorios, acompañado con un Croissant único, una receta tan vieja como la posada, La recibió de manos de su antigua dueña y está de su antigua cocinera...

A la mañana siguiente, el dulce olor de las flores silvestres creciendo en las grietas esquinadas en la calle, entra "ad libitum"2por la pequeña ventana del cuarto de Berenice. Cada mañana al levantarse oraba un poco y así, agradecía por un nuevo día.

En la posada, aparte de Berenice, Vivía una pareja de ancianos que en cierto fin de semana recibían la visita de sus nietos, que le ponían brillo y alegría a la estadía. Pero que con sus tremen duras hacían alucinar a la pobre Celestina.

Ya en el comedor, sentados uno al lado del otro estaban Claudia y Estacio tomando del café de doña Celestina. Aquel anciano, siempre galante invita a la joven a acompañarlos en el desayuno – "carpe diem!"3 Bella Berenice- levantándose de su sella con la taza de café a la misma altura de sus hombros.

- Esta vez no podre acompañarlos – le respondió Berenice. – es que tengo que asistir a una exposición sobre el arte Romano. –

Claudia al escuchar sobre arte romano interrumpe el dialogo y se dirige a Berenice - ¿arte?, ¿Roma? yo te puedo ayudar en eso, "gratis et amore"4 –

- Agradezco mucho el que me quieras ayudar pero ya esto lo he pagado y no quiero perder el dinero, prometo regresar y escuchar todo lo que quieras decirme. – respondió la joven apurando el paso.

El día era muy distinto al de ayer, el sol tenía frio y se cubría detrás de las nubes. Parecía que llovería, pero era lo menos importante, Berenice tenía que llegar a El Foro Romano, más o menos unos 500 metros de donde ella esta. El tráfico era patético, era como si el destino no quisiera que ella asistiera a la exposición.

Muy cerca de donde Berenice esperaba el autobús hacia el Foro, Tiberio el joven español, tenía su primer día de trabajo como taxista, en una compañía que recibía llamadas para citar al conductor. El teléfono de la oficina de Tiberio suena y es la voz de una dama la que le dice que necesita con urgencia un viaje hacia los alrededores del Coliseo. Tiberio, anota el lugar de encuentro y se retira en busca de su primer cliente.

Un Amor en RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora