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Hoseok no podía creerlo.

Seguía sin entender el motivo por el cual tenía en sus manos una demanda en su contra.

Por supuesto, no se quedó con los brazos cruzados, en ése mismo momento tomó su cartera y las llaves del departamento. Estaba tan furioso que olvidó probar bocado, incluso hizo de lado la jaqueca que amenazaba con hacer explotar su cabeza cubierta por un gorro. No olvidó ponerse un cubre bocas antes de salir y andar hacia el departamento de Yoongi.

No tenía de otra, el tipo estaba loco si creía que lo amenazaba con una simple hoja. No creyó que se atrevería a tanto con tal de verlo sufrir, nadie se metía con él, mucho menos con su hija, su princesa. Por supuesto, agradeció el gesto de cuidarla en su casa mientras la tormenta pasaba, no arriesgaría la seguridad de su pequeña junto a Minho, no tenía con quién más dejarla y solo su verdadero padre podría, al menos, cuidarla por un tiempo, sin embargo no creyó que recibiría una bofetada por ello ¿Cómo se le ocurrió siquiera? Al principio dudó de su propia sangre y ahora creía tener todos los derechos sobre ella solo por tenerla bajo su techo un par de semanas.

Hoseok no tomó la iniciativa de ir a verla porque los moretones en su rostro solo preocuparían la cabecita de su hija, la pequeña no tenía la culpa y tampoco la responsabilidad de tenerla.

Su pecho dolía. Subió a un taxi, que con suerte pasaba por ahí. Buscando un pequeño papel en su cartera dio la dirección de Yoongi, pues era muy malo con la memoria. Recordó cuando buscó por Internet los datos de Yoongi como un stalker, pero lo necesitaba.

En el camino, seguía cuestionándose si todo se trataba de una broma, aunque entre ellos no existía una relación cercana, mucho menos de confianza como para jugar con ese tipo de cosas serias.

Cuando el taxi se detuvo, pagó con algunos billetes que guardaba de las compras. Con suerte volvería a casa con el cambio.

Caminó hacia el edificio. Su pecho se sentía agitado y tuvo que tomar el elevador, pues sentía desfallecer, subir por las escaleras implicaría una muerte instantánea, no se arriesgaba a eso.

Marcó el piso y esperó paciente mientras recuperaba el aliento. El doctor Kim le advirtió sobre las agitaciones, aunque la situación no era precisamente una por la cual se tomaría todo el tiempo del mundo.

Cuando las puertas se abrieron, caminó directo a la puerta que dictaba la hoja arrugada entre sus manos. Llamó con los nudillos varias veces, incluso se tomó la imprudencia de gritar su nombre a pesar de que varios vecinos se asomaron. Avergonzado, volvió por el ascensor, seguro que Yoongi no se encontraba en su departamento, por lo que decidió marcar a su teléfono. Mientras subía, escuchó por el auricular el buzón de voz por más de tres veces.

Más enojado que nunca -y asustado-, salió del edificio mirando de nuevo la hoja. Abajo, con su letra garabateada, escribía una segunda dirección, un local de flores, un invernadero. Miró en su cartera, solo tenía el cambio del taxi, el lugar parecía estar a unas cinco cuadras, decidió arriesgarse y caminar, así tendría para volver a casa.

El miedo lo impulsaba a acelerar sus pasos por el asfalto. Temía que Yoongi haya tomado a su princesa y se la llevara lejos de ahí. Solo de imaginarlo, su corazón se agitó al ritmo de sus pasos, cruzó algunas calles casi atropellándolo, empujó sin querer a transeúntes hasta que dio con el maldito invernadero.

Era medio día, el sol brillaba a todo su esplendor, el lugar estaba lleno, encontrar a Min Yoongi sería una proeza, sumándole las ganas de vomitar y el repentino mareo.

Limpió el sudor de su frente y se acercó a la caja que se encontraba en la entrada. Ahí, atendía un joven de cabellos rubios, unos centímetros más bajo que él, de piel blanca, concentrado en dar el cambio exacto de los clientes que formaban una larga fila con diferentes tipos de flores en sus manos.

NUESTRA HIJA【YOONSEOK】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora