XII. Nova

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Kya dormía profundamente, como siempre, abrazada a su propia cola y el rostro oculto entre el suave pelaje de esta. Pero aquella vez era distinta pues era la primera vez que dormía en una cama en condiciones, o al menos, que ella recordase. Era tan solo un pequeño camastro relleno de plumón, nada del otro mundo, pero, acostumbrada como estaba a dormir en el suelo y a la intemperie, aquello era un auténtico lujo.

Sazz la contemplaba en silencio a través del arco de madera desde la sala de estar. Mientras, al otro lado de la mesa, los adultos discutían entre murmullos que era lo mejor que podían hacer.

Hablaban muy bajo para no perturbar el merecido descanso de Kya y el chico no estaba prestando casi nada de atención a la conversación. El sonido de sus voces no era más que un ruido sordo al otro lado de la estancia que resonaba en sus oídos sin que la información llegase a filtrarse en su mente. No dejaba de pensar en lo que ella les había contado, no se quitaba de la cabeza todas las horribles experiencias por las que había pasado. Además se preguntaba muchas cosas, pero una estaba clara: la de Kya era una situación extremadamente delicada.

—Cuanto más lo alarguemos—murmuró Qeb— más duro será el golpe, Azor. Lo sabes.

El cazador tenía la mirada clavada en la chimenea, en la cual aún parpadeaba tenuemente el brillo de las brasas. Se le veía reacio a seguir el consejo de su amigo.

—Lo sabes. —le insistió.

Azor gruñó por lo bajo.

—Es una niña, es demasiado inocente para asumir todo eso de golpe.

—Soy consciente. —admitió Qeb. —pero va a enterarse tarde o temprano de todos modos y cuanto más esperes peor será. Además merece saberlo. Es SU historia.

Qeb era un hombre por lo general despreocupado y alegre. Azor y él se conocían desde hacía muchos años y siempre había sido el extrovertido del dúo. Sin embargo sabía a la perfección cuando era el momento de ponerse serio. Pese a su carácter afable y amistoso, había pasado por muchos baches a lo largo de su vida, algunos tan duros que no lograba explicarse como había podido seguir adelante.

Tanto él como Azor eran hombres con mucha experiencia, con muchos demonios a los que hacerles frente. Pero Qeb siempre había tenido una responsabilidad extra. Su hijo. Lo había criado prácticamente solo, pues quedó viudo tan solo un par de años después del nacimiento de Sazz. Desde entonces, ambos habían dado muchas vueltas hasta terminar como guardianes del Hepdare y así, se ganaban la vida.

Por eso es que, pese a no querer decirle a Kya la verdad, sospechaba que su amigo tenía toda la razón. Él era el más experimentado tratando con adolescentes al fin y al cabo.

Finalmente, aceptó resignado que lo mejor era sacarla de dudas cuanto antes.

—Se lo contaremos mañana por la mañana.— murmuró aún sin apartar la mirada de las brasas.

Qeb le puso una mano en el hombro en señal de afecto.

—Tranquilo, no tienes que explicárselo tú solo. Sazz y yo estaremos ahí para ayudarte. ¿Verdad Sazz?

El joven salió de golpe de sus pensamientos y se giró hacia ellos.

—¿Eh? Ah. Sí, sí. Por supuesto.

Qeb volvió a dirigirse a su camarada.

—Ahora que has tomado la decisión deberías descansar.—le recomendó, señalando el camastro que quedaba libre con el mentón.

Solo entonces se dio cuenta de lo agotado que estaba. Habían sido unos días muy duros en los que apenas habían descansado. Desde lo de Dart, Azor había estado en constante tensión, con miedo a ser asaltados en cualquier momento por otros cazadores. Milagrosamente ese no había sido el caso. Una vez cruzada la frontera, se había sentido inmensamente aliviado y un peso enorme parecía haber desaparecido de sus hombros.
Y ahora todo eso le estaba pasando factura pues tenía una inmensa fatiga, tanto física como emocional. Necesitaba ese descanso que Qeb le ofrecía urgentemente.

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