XIV. Ezestria

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Kya recibió varias visitas en los días venideros. Sazz había decidido quedarse en Ezestria mientras que su padre Qeb regresó al río Hepdare para cumplir su labor como guardián del puente.

El joven Syyala de sonrisa amable y ojos dorados fue su principal compañía mientras estuvo convaleciente y lo cierto era, que Kya estaba encantada. Adoraba pasar el rato con el joven zorro. Con él, seis horas parecían media hora. Las charlas con Sazz nunca se hacían aburridas, pues poseía un gran sentido del humor y, como había dado tantas vueltas a lo largo de su corta vida y había visto mucho mundo, siempre tenía anécdotas e interesantes experiencias que contarle. Muchas de las aventuras que narraba estaban exageradas o directamente eran inventadas, pero a Kya le gustaban de todos modos. Era muy bueno contando historias, lograba sumergirla en el relato con la única ayuda de sus palabras y de sus gestos.

A Azor le gustaba ver que, a pesar de las circunstancias, Kya seguía siendo una chica normal y sociable que disfrutaba de la compañía de adolescentes de su edad. Aquello era buena señal, pues significaba que podía llegar a tener una vida normal y corriente allí en Ezestria.

Dayle, la curandera, fue otra de las compañeras de Kya en su estancia en el hospital. Era una elfa que acababa de cumplir los dieciocho años de edad y pese a su juventud había demostrado tener un increíble don para la sanación. A Kya le asombraba verla emplear sus poderes, le resultaba hipnótico y satisfactorio. Dayle tomaba prestada la energía de las plantas tan solo rozando sus hojas o los tallos con la yema de los dedos y entonces, con la otra mano conducía aquella esencia hasta la herida de Kya. No necesitaba tocarla para que la magia revitalizante de las plantas pasase al cuerpo de la syyala. La sensación cuando hacía eso era balsámica. Un inmenso alivio recorría su cuerpo en suaves oleadas de modo que no solo le reducía el dolor y ayudaba a los tejidos a regenerarse, sino que la inducía en una profunda relajación. 

-Tu poder es increíble. -le dijo una vez.

Dayle le dedicó una tierna sonrisa. 

-Aquí en Ezestria es muy común este tipo de magia -le explicó con cierto orgullo presente en su voz suave como una brisa- Las plantas están por todas partes y la mayoría de los elfos estamos fuertemente conectados a ellas.

Kya escuchaba con atención todo lo que ella le contaba sobre la ciudad.

Ezestria era la capital del territorio mágico. Con el tiempo se convirtió en el refugio de infinidad de mágicos procedentes de todo el continente, pero más de la mitad de la población era élfica. 

No tardó en darse cuenta de que, efectivamente, la vegetación estaba en todos lados. Lo que al principio le parecieron adornos metálicos resultaron ser lianas plateadas y todas las paredes eran en realidad madera blanca y fina. No había lineas rectas, todas las formas, desde las habitaciones a las ventanas y las puertas eran todas orgánicas.

Y es que en Ezestria toda la vida giraba en torno a los árboles, y pudo comprobarlo la primera vez que salió al exterior. 

Dayle la había acompañado a una de las terrazas del hospital para que se despejase con el frío aire casi invernal, pero nada más salir, Kya se quedó sin aliento ante las vistas que se presentaban ante ellas.

Lo primero que pudo observar fue que el mismísimo hospital era en realidad un inmenso árbol que albergaba en el interior de su enorme tronco blanco todas las habitaciones. Sobre sus cabezas se alzaba la copa, exuberante y repleta de hojas azuladas que, al ser mecidas por el viento emitían destellos cristalinos. Parecía una gran nube formada por cientos de miles de zafiros. Desde las ramas descendían las lianas plateadas que también decoraban el interior y que danzaban al ritmo de la brisa. Era una vista absolutamente espectacular. 

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