Capítulo único.

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Erik lo sabía. Su cuerpo transpiraba un asqueroso olor a alcohol, quizá a uno de esos cócteles que Emma preparaba, en donde mezclaba el primer líquido que encontrara y lo obligaba a beber como castigo, cada vez que perdía una partida de Blackjack o Baccarat —o tal vez sólo se tratase de alguna satisfacción secreta de ella, por verlo sufrir al hacer muecas amargas al sentir el escozor del líquido—.

El que estuviera ebrio no impedía que anhelara ciertas cosas, cómo, encontrar su billetera completamente llena de fajos de billetes. Pero, al abrir su billetera lo único que encontró fue un dulce blanco de menta en su envoltura, aquel dulce que le habían dado como «premio de consolación». Su billetera se encontraba vacía, totalmente vacía.

Sin ningún impedimento se dejó caer sobre su sillón, frotando sus manos contra su rostro fuertemente. Había perdido hasta el ultimo centavo anoche jugando contra aquellos viejos ricachones, Remy había intentado persuadirlo para que detuviese su gran obstinación por seguir perdiendo, pero no le hizo caso. «La mala suerte Lehnsherr», así lo llamaba el de ojos rubíes, no podría contradecirlo en estos momentos, porque por su insistencia ahora debía más de mil dólares.

¿Qué más tendría que vender para pagar todas las deudas que tenía? Ya había vendido su cama, los cubiertos de plata heredados por su madre, su televisión y más de la mitad de sus ropas. Su suerte era tan mala que últimamente no había nadie que quisiera comprar sus esculturas y tampoco había nada que quisiera esculpir, al menos no más.

— Estúpidos viejos gordos— balbuceó, pero internamente sabía que él era el único estúpido por no haber parado de apostar, sabiendo que ninguna de las veces que se había animado a participar no había estado ni siquiera un poco cerca de ganar.

Estiró su brazo y tanteó a ciegas hasta encontrar la botella de whisky a su lado y sin pensarlo dos veces bebió de un sorbo lo que restaba de la mitad de a botella. Soltó un quejido cuando sintió que ya no caían más gotas y tiro por ahí el recipiente, si antes se encontraba ebrio, podría jurar que ahora se encontraba un paso mas cerca de la tumba. Si se pudiese levantar del sofá lo consideraría todo un milagro

— Que detestable— su voz temblorosa a causa de la ebriedad quizá no podría hacer sonar creíble sus palabras y desde cualquier punto de vista ajeno, podría parecer que solo estaba delirando. Pero Erik Lehnsherr decía la verdad, pero lo único detestable para él, era su asquerosa vida.

Hace ya siete años que el alemán se había graduado de la escuela de artes, desde ese entonces se había convertido en uno de los mejores artistas de Nueva York. Inicialmente pintaba cuadros a óleos en donde plasmaba temas como la belleza humana, la soledad y la magnificencia de los paisajes que él mismo se imaginaba en su creativa mente; el público lo aclamaba por todo lo que pintaba. Poco después comenzó a introducirse en los relieves, las figuras humanas cada vez se hacían más presente en sus obras, pero Erik anhelaba más. Su corazón le pedía ir al mármol.

Pero, justo cuando estaba en el clímax de su carrera como artista, su mente dejó de producir aquellas bellas imágenes que solía plasmar en cualquier material que tuviera al alcance. La imaginación de Erik Lehnsherr había muerto por completo.

El joven adulto era consciente de que cualquier artista en al menos un momento de su vida había sufrido un pequeño bloqueo mental de inspiración, pero no conocía a ningún artista cuyo bloqueo durara más de tres años. En aquellos años que vio desperdiciado por la falta de ideas, intentó volver a rehacer sus anteriores bocetos y dibujos, pero con diferentes técnicas. Trató de introducirlas a las personas, pero la imaginación cuando no es innovadora, no es imaginación y nadie más quiso voltear a ver sus obras.

No podía hacer lo que más amaba, no encontraba ningún numen. No importaba cuantas veces intentara observar paisajes, personas, animales o intentara filosofar consigo mismo para poder producir alguna idea que se convirtiera en su nueva inspiración, no conseguía nada. Acuarelas de color azul pintaban su vida y marcaban cada paso en vano que daba para tratar de recuperarse. Una tristeza enorme inundaba su pecho cada vez que veía los lienzos vacíos y los bloques de mármol que hace poco había comprado.

Shape #Cherikweek2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora