XVI. Lluvia al corazón

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Eres la mariposa
Que vuela hacia el huracán,
Cuéntame de tu pesar,
Suelta todo tu dolor, dímelo.
Un huracán y una mariposa
Llegan, se dan la cara
En medio de la mar.
Lluvia de esperanza,
Lluvia al corazón,
Siempre ahí estaré,
No te fallaré 🎶




«—Sé que duele y dolerá más. Lo siento, lo siento por todo, Steve, pero déjame ayudarte...

—Pide que me apliquen un sedante, no quiero sentir.»

Tony se había centrado en el rostro de Steve mientras éste miraba sus manos unidas. Las líneas entre sus cejas y a los lados de sus labios fruncidos, pero sobre todo en el dolor reflejado en su mirada. Ese azul era como para perderse en él mientras ayudabas al pequeño ángel a encontrarse.

Steve inhaló con fuerza, odiaba la incomodidad, las ganas de salir huyendo, cuando lo que realmente deseaba era que Tony sostuviera su mano con fuerza y también, de paso, su alma.

Se soltó con un suspiro tembloroso. Su mano y su brazo temblando sin control mientras acunaba el herido.

—G-gracias —a propósito no lo miró mientras lo decía.

Tony quería haberse quedado con su mano en la suya más tiempo porque se sintió tan bien poder ayudarlo y que aceptara su ayuda, pero entendía que había sido debido a las circunstancias –que debía estar muriendo de dolor y necesitaba ir al hospital–, y no porque fuera él. No había nada especial en él.

Le señaló el pasillo con una mano, indicándole que caminara, y fue tras él. Aunque Steve no quisiera, si hacía falta tocarlo para ayudarlo, lo haría.

Afortunadamente –o no– no hizo falta.

Steve se tambaleó un par de veces, el dolor –que comenzaba a empeorar– desorientándolo y haciéndolo perder un poco el equilibrio, pero nunca cayó.

Llegaron, sin más percances, al estacionamiento. Tony le abrió la puerta del copiloto y Steve entró, con una mueca de dolor, pero sin quejarse.

—Deberíamos llamar a tu madre o algún familiar —dijo Tony, mirando de reojo al chico que había cerrado los ojos y mordía sus labios en un obvio intento por no quejarse.

¿Cuántas veces en su vida habría hecho eso, callarse el dolor?

Steve negó sin abrir los ojos. Saboreó un poco de sangre cuando sus labios se separaron y habló: —No hace falta. Soy mayor de edad y traigo mi identificación —entonces se le ocurrió que tal vez no lo decía por eso, sus ojos se abrieron y miró con pánico a Tony—, si es por el dinero...

Tony negó y, aprovechando que se habían detenido en un semáforo en rojo, se giró para verlo mejor y extender su mano. —¡No! No es por eso, yo... —se detuvo antes de llegar a su hombro y maldijo cuando Steve volteó su rostro rápidamente.

El semáforo cambió a verde.

Steve fingió mirar por la ventanilla. No quería que Tony viera sus lágrimas.

Había estado a punto de tocarlo.

Sus dientes rechinaron y su mandíbula dolió por tanta fuerza que le puso. Su mano libre se cerró en un puño y su otra muñeca punzó.

Él no quería ver a su mamá.

No cuando ella y su padre tenían la culpa.

No cuando su madre ignoraría su problema, como siempre, y comenzaría a tocarlo y hablarle como a un animal herido... Había pasado ya tantas veces.

Hafefobia (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora