*EL CONDE Y LA CAMPESINA* {PARTE 3}

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Llegó a casa de Rose al atardecer. Había llegado a tiempo, su madre todavía podía hablar aunque no le quedaban muchas fuerzas.

—Hija mía... ¡Qué hermosa estás! Se nota que comes bien allí en casa del señor. Lamento tanto dejarte sola...

—No, mamá. No estoy sola, tranquila. Tengo buenas compañeras en la casa del señor —explicó, eludiendo el hecho de que no pensaba volver a ese lugar.

—Está bien, hija. Prométeme que serás cuidadosa. Sé educada y mantente en el servicio de Lord Neyton. Es tu única posibilidad de tener una vida digna. En otro lugar no nos conocen, y la vida es dura en las calles de Francia.

—No te preocupes mamá. Cuidaré de mi trabajo. No te defraudaré.

Al poco tiempo, Anne dio su última exhalación, dejando a Melba huérfana y sin más familia en el mundo. Los tíos eran demasiado lejanos y los abuelos habían muerto muchos años atrás. Rose le ofreció quedarse un par de días, hasta el entierro. La familia de Rose era pequeña, su marido había fallecido de tuberculosis hacía veinte años y tenía a dos hijos que se encargaban de las labores de campo. Esa era la suerte de Rose, haber tenido dos hijos varones, fuertes y bondadosos.

—Hola Mel —saludó Brian, en cuanto llegó del campo—. Siento mucho tu pérdida.

—Cosas de la edad —repuso resignada al hijo mayor de Rose.

Brian era un hombre de pelo rubio y ojos marrones. Un campesino entregado a su trabajo, muy rural, simple pero con buen corazón. Eran amigos desde la infancia. Solía ir con su madre a repartir leche entre los vecinos. Eso le recordó la amiga de la infancia de Bernard. Al final, cada uno debía quedarse con quien le correspondía. Los barones con los barones y los campesinos con los campesinos. ¿Qué esperaba? Se había permitido soñar; y eso era algo que los pobres no debían hacer.

No quería volver a la señorial. Claro que le importaba la promesa hecha a su madre, por eso alargó el momento de la decisión hasta el máximo. Alargó su estancia en casa de Rose. Primero con la excusa del entierro, luego por el luto y después por un catarro traicionero. A Rose no le molestaba su presencia, mucho menos cuando le había dado unas monedas a cambio de su hospitalidad.

—Hijo, pienso que debería ir considerando el sentar la cabeza —dijo un día Rose a Brian—. Melba es una joven despierta, fuerte y con contactos en la casa del señor. Incluso, en el caso de que os casarais, ella podría seguir trabajando para el Barón si él la acepta. Según tengo entendido, tiene la confianza del ama de llaves.

—¿Así lo piensas? Yo también estuve meditando sobre el asunto. Además, conozco a Melba desde que era una niña. Ahora que el señor Robert y la señora Anne han muerto, creo que sería una forma de honrarles desposando a su hija y haciéndola parte de nuestra familia. Además, como bien dices, es una muchacha fuerte que de seguro dará buenos niños. Y su posición el casa de los señores puede resultarnos muy ventajosa en los momentos más difíciles.

—Entonces, pídele matrimonio. Aunque la petición no será más que una formalidad. Estoy convencida de que ella desea este enlace tanto como nosotros.

Melba se quedó en absoluto silencio cuando Brian le hizo la propuesta. No podía olvidar a Bernard. Pero era completamente estúpido seguir esperándole. Llegó a pensar que algún día la iría a buscar, que se presentaría en el porche de la casa de Rose. Pero nada. Habían pasado dos semanas y el barón no había dado acto de presencia. De seguro estaría muy ocupado con su propia boda. Movida por el rencor, los celos y el buen juicio, aceptó la propuesta de matrimonio de Brian. Le convenía casarse después de la muerte de su madre. Necesitaba familiares y hubiera sido muy vergonzoso rechazar la oferta del hijo de Rose.

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