Patricia

21 2 3
                                    


Fuiste tú mi inspiración.

Fuiste tú quien me guió.

Y, a pesar de no ser mi madre… la primera que me alentó.

Tú veías en mí lo que muchos no podían.

Tú me enseñaste a ver la belleza en la vida.

Jamás me alcanzaran las palabras para expresarte lo agradecida que me siento por todo lo que hiciste por mí.

Aún lo recuerdo, tu orgullo cuando me acercaba, emocionada y llena de curiosidad, a preguntarte hasta la más mínima tontería que se plantaba en mi mente en desarrollo.

Y, la forma en que respondías a cada una de mis incógnitas, con esa paciencia, aún tan sabia, sin saber lo que despertaban tus palabras en esa adolescente que era yo.

Hacías mis días brillar, provocando una emoción insuperable al verte cruzar el umbral al salón de clases. Provocabas en mí un hambre de saber que jamás había yo sentido.

Recuerdo aún vividamente la última vez que nos vimos; cuando yo, escabullendome como una criminal al interior del colegio cuando más nada tenía yo que hacer ahí, corrí hasta tu oficina, con la ilusión de encontrarte.

Cuando me viste por detrás de cristal y yo a tí, tanto tus ojos como los míos brillaron, y mi corazón comenzó a latir con retumbante fuerza.

¡Cuan emocionada estaba! ¡Quería contártelo todo! Todo lo que había aprendido, todo lo que recordaba de tí y tus magnificas clases, jamás las iba a olvidar.

Me recibiste con una sonrisa y un gran abrazo. Sentí entonces tu perfume, impecable como siempre, dulce y suave, impreso en mi memoria. Te había echado tanto de menos…

Me senté frente a tí, intentando reprimir las lágrimas de emoción, no podía esperar a contarte, contarte que había decidido seguir tus pasos.

Cuando de mí brotó esa palabra, sonreiste, deslumbrandome con ese orgullo tan manifiesto. ¡Lo estaba logrando! Quería hacerte sentir eso… Orgullo.

Hablamos por unos minutos que pasaron como agua, y tú, me aconsejaste con cariño, me contabas anecdotas, tus secretos, y yo los escuchaba como si se trataran de una historia, atesorando en mi corazón tus palabras.

Esos tres años de recuerdo, resumidos en minutos, tu voz, jamás me serían suficiente.

Me despediste con un abrazo nuevamente, argumentando que ibas rumbo a una clase; quise decirte lo mucho que me hubiese gustado acompañarte, tomar contigo una última, pero no pude. Me abrumaba la emoción.

Salí entonces, con una sonrisa traviesa, huyendo de los mirones y curiosos, sintiéndome renovada y lista para comenzar mi travesía.

Ahora, me pregunto ¿Estarías orgullosa de mí? ¿De todo lo que he hecho?

He estado tentada a escribirte en repetidas ocasiones, quisiera desahogarme, decírtelo todo. Pero no puedo, no quiero decepcionarte.

Quiero que mantengas de mí esa imagen de niña exitosa, quiero que la conserves por siempre… porque yo ya no puedo.

Si pudieras escucharme ahora, asustada y sin saber que hacer ni qué rumbo tomar, perdida como un navegante en altamar ¿Qué me dirías?

No quiero abrumarte ahora que tomamos rumbos distintos; tú, maternidad y familia, yo, una carrera que me llena de emoción pero me mata por dentro.

Siempre decía, de un modo infantil, que quería ser como tú.

Ahora, como un juego cruel, mi mente me lo repite una y otra vez “No lo eres”.

Creo que sólo me queda callar y dar lo mejor, a pesar de que nunca es suficiente.

Sin embargo, siempre mantendré en mi memoria a esa mujer, que reprimía una sonrisa cuando esta joven aprendiz se acercaba a abrumarla con preguntas.

Ese siempre será mi recuerdo favorito.

No he encontrado a otro que me hiciera sentir lo mismo que tu cuando te parabas al frente, con esa seguridad inspiradora, y explicaba un tema como si de una historia simple se tratase.

Gracias, miss Paty, por todo lo que me hiciste ver, por enseñarme a ver lo hermoso que es el estudio de la vida, por creer en mí y hacerme dar siempre lo mejor y seguir adelante.

Gracias por siempre, miss Paty.

Polynesoul ®

"El mar de mi alma" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora