Tú, mi maestro.

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Ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez que te vi, desde la última vez que supe de ti.

Yo, ilusa e inocente, buscaba cualquier excusa para hablarte, para escribirte. Desde una pregunta obvia y ridícula, hasta una broma que me hacía pensar en ti.

Al principio, tú me respondías con gran energía, alegre, mostrando abierto interés por mi y mis logros. Y cuando me permitias escuchar tu voz ¡Dios! Cuánto era lo que sentía.

Me desarmabas, me hacías temblar, aún cuando sabía yo que estabas prohibido para mí, el escucharte conjurando de forma insistente una invitación casual me producía un vuelco en el estomago, como el revoloteo de millares de mariposas en mi interior.

Y yo, enamorada, perdida en tu forma de ser conmigo, en tu inteligencia, tu independencia, jugueteaba en mi mente con la idea de poder ser algo más allá de lo obvio para ti.

Me llenabas siempre de cumplidos, no sólo por mi físico, si no por mi inteligencia, que viniendo de mi sonaría pretencioso, de mi manera de destacar entre la multitud de estudiantes promedio con los que lidiabas a diario.

¿Como fue que comenzó todo? ¿Cómo fue que pase de ser tu alumna a pasear contigo, reír contigo, comer contigo, simplemente compartir contigo?

Fue en un parpadeo, uno mágico y maravilloso. De pronto, me quedaba tarde, después de clases, y tú estabas ahí, aguardando por mí.

Los minutos se volvían horas mientras charlábamos, sentados en aquel escritorio, a plena vista, y aún así, escondiendonos del mundo.

Quizá tú nunca te percataste, pero yo me deshacía, como un hielo a pleno sol, con cada momento que compartíamos. Esas conversaciones profundas; de tí, de tu trabajo, de tu pasado; y de mí, de mis metas, mis fallas amorosas, de mis sueños y mis logros.

La primera vez que te ofreciste a llevarme a casa, mi alma me abandonó. Rebosante de emoción, más conciliandolo, con las mejillas hormigueando, accedí mientras te veía yo desde el ápice de los escalones, haciéndome un gesto con los ojos para que te siguiera.

Sin perder un segundo, me acerqué a ti, demasiado confiada, incrédula de mi fortuna.

De todas las hermosas y jóvenes muchachas con las que probablemente trataba a diario, había sido yo la que creía haber captado tu atención.

Esas canciones que ponías en el estéreo de tu auto para mi... Esos libros que con tanta emoción me relatabas, esas preguntas tuyas que ponían a prueba mi inteligencia, tus anécdotas, tu risa, tus expresiones, la manera en que ajustabas tus anteojos al estos resbalar sobre el puente de tu nariz.

Lo fue todo.

Y, entonces... ocurrió:

Ese primer beso que me diste tú, a plena luz del día, exponiendonos a ambos con tanto descaro, me supo a gloria; como a una travesura, a algo que no estaba bien, y me fascino.

Luego, dentro del aula ¡Dios! ¿Cómo conseguías mantener la cordura y dirigirte a mí con tanta decencia? Mientras yo, ocultandome detras de un libro, moría por gritar a los cuatro vientos lo que acontecía entre nosotros.

Cada vez que tú te aproximabas a mi, tomando asiento en una butaca aledaña, sonriendome de esa manera que me hacía vibrar y enrojecer... lo sabías perfectamente.

Yo moría por ti.

Más no estoy del todo segura si tu sentías lo mismo por mi.

Esa manera que tenías de perderme el respeto, y no de la manera que se podría pensar, cuando me rosabas, fingiendo un simple descuido al ya nacer esa confianza; tu mano sobre mi rodilla, tiernamente sobre mi hombro, cuando me sujetabas del cabello, mofandote de mi apariencia, como tú la llamabas, "de león".

El sólo recuerdo me hace suspirar.

Esas madrugadas donde yo escapaba al salir el sol, de casa para salir a tu encuentro; Esas locuras de adolescente que me hacías cometer, haciendome sentir como toda una mujer.

Quizá era eso... Sólo quería que me vieras como una mujer, cuando yo era aún una niña a tus ojos.

Ahora no eres más que una memoria que se oculta detrás de un par de canciones, conversaciones, lugares, frases y libros.

Sin embargo... consciente estoy que no soy yo quien comparte esos hermosos momentos contigo.

Lo veo, eres feliz con alguien más; y, pese a lo que se pudiera pensar, les deseo a ambos lo mejor en su unión. Que su amor dure tanto como ustedes lo deseen, y que le des a ella todo lo que yo en algún momento soñé contigo.

Porque yo estoy conciente... fui sólo un minúsculo paso en el sendero de tus amores.

Pues yo no me aproveche de tí... como tú de mi.


Polynesoul

"El mar de mi alma" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora