No se daba el lujo de ser él mismo, sólo lo había sido con una persona: aquel niño que, entre silbidos, entonaba una tonta melodía.
(Bungō Stray Dogs no me pertenece, sólo usé los personajes para la historia.
Créditos por la imagen de la portada a...
“Quien desea mucho llegar a la cima, se inventará una escalera.”
–Proverbio Japonés.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El sonido que envolvía el lugar en una fragancia ficticia que se mezclaba con el aroma ligero de los Crisantemos y Azaleas de temporada era calmo, tranquilizador como el arullo vespertino de los cánticos de las aves en la ventana de un día primaveral: era el perfume de una época que parecía sencilla simplemente para engañar a los sentidos, llamando a la calidez de la niñez; los dedos en el compás de aquella pequeña flauta también guiaban dicha melodía de forma desvaneciente, como si fuese a desaparecer el tacto indicativo por la dulzura que empleaba al hacerlo, produciendo aquel sonido con la finura del aleteo de una mariposa.
El mayor siempre había gozado de un calor único al tocar, siendo imposible para cualquiera el no disfrutar de sus melodías aunque fuesen opacas, tristes y apagadas, faltando el toque endeble que lo caracterizó toda su vida pero iba involucionando en sentimiento cada que la técnica mejoraba siquiera un poco, pero el sonido seguía siendo suyo, aún era retrato de las cosas que no estaba dispuesto a aceptar y eso todavía lograba encantarlo.
El pelirrojo detuvo su actuación de repente, a lo que él se dispuso a levantar sus parpados, los cuales se habían relajado en demasía casi durmiendo con la canción. En el momento que lo miró notó que no dejó de tocar por así quererlo, sino que su respiración le había jugado en contra, produciendo tuviese que parar para tomar aire de manera correcta, controlando su respiración. Incluso aquella canción tan simple le había quitado el aliento y eso fue para muestra de su preocupación, por lo que se puso de pie, abandonando la preciosa banca de madera blanca para dirigirse al contrario que se encontraba en el otro extremo, poniendo sus manos en las rodillas del pelirrojo para guiarlo en controlar su ataque. En cambio recibió una sonrisa serena, junto con una palma abierta mostrada en señal de bienestar. Él sabía que que no era verdad, el más alto simplemente prefería cuidar a ser cuidado, pero exactamente por esa característica tan relevante de su personalidad acató su orden y se alejó.
— Lo lamento, no pensé en la severidad de tu condición. —Disculpó, siempre fue más sencillo para él poner argumentos a sus inexistentes errores que aceptar que había cosas que no podría controlar.
El hombre de suaves iris azules lo miró compasivo, casi diría enternecido, cambiando su sonrisa a una genuinamente alegre y escondiendo la flauta en las mangas de su kimono turquesa. El menor supuso que la acción fue para evitar una reprimienda al ser encontrado con ella. No se puso de pie, pero estiró su mano derecha buscando desparramar sus rizos marrones, en ese gesto que el menor tanto atesoraba pese a no admitirlo.
— Cuando estoy contigo quiero despejar mi mente de las cosas que constantemente debo tener presente, —aclaró, su voz tan delicada que si tuviese que compararla con algo seria un fino hilo celeste— si quisiera preocupación en exceso, me quedaría con Chuya. —Bromeó, haciendo riera divertido.