La sala del trono era amplia, y los techos, altos. Todo lo que se hallaba allí brillaba, todo lo que me rodeaba era hielo. No había mucha decoración, solo una alfombra, que parecía hecha con la piel de algún animal de pelaje blanco, la cual se extendía desde la puerta hasta el magnífico trono que se encontraba en la otra punta. Éste último brillaba tanto que parecía de cristal; sentada sobre él se alzaba una figura esbelta y blanca.
Avancé con lentitud pero mostrando falsa seguridad. Mi cabeza en alto, y una chispa desafiante en los ojos. La reina se veía exactamente igual a como la recordaba: tenía su vestido blanco puro, y su pelo oscuro estaba recogido en un rodete. Sus ojos fríos y azules me penetraban, incluso sentía como comenzaban a flaquear mis piernas. Esperaba no tropezar en el tramo que me quedaba recorrer para llegar hasta ella, eso se vería muy ridículo.
Finalmente, después de lo que pareció un siglo, me encontraba parada frente a ella. Mis ojos se clavaron en los suyos, y a pesar de que no desvió la mirada, yo tampoco me rendí. Permanecimos ahí, inmóviles, nuestras miradas fijas peleaban una guerra silenciosa. Ninguna estaba dispuesta a perder, a mostrar debilidad. Mis ojos ardían, necesitaba pestañear, pero mi orgullo era demasiado alto como para rebajarme a eso. Los segundos pasaban, y los nervios me invadían: ella no pestañeaba, ni siquiera parecía querer hacerlo. Mantener los ojos abiertos no parecía provocarle ninguna incomodidad. No aguanté más, a regañadientes me vi obligada a desviar la mirada.
—Rachel, al fin haz venido a visitarme— susurró con aparente dulzura, ¿Qué estaba intentando? ¿A qué estaba jugando?
— Si tu casa fuera más acogedora, quizá hubiera venido antes— musité siguiéndole el juego.
—Es una lástima que tu celda no haya sido lo suficientemente cálida para ti, querida.
Silencio. Entrecerré mis ojos. No tenía qué responderle.
— ¿Creíste que escaparías de mí, de tu destino?— prosiguió. La miré con desconfianza, ¿A qué se refería? No sabía, pero tampoco preguntaría.
—Ay, te ves tan confundida ¡Pero mírate! Si eres solo una niña. Es una pena que el Sol confiara el destino de su pueblo a una pequeña tan débil como tú.
Sus palabras eran filosas y eran pronunciadas con la más pura maldad. Mientras continuaba con los insultos, la mujer caminaba en círculos alrededor mío. Ahora entendía lo que me había dicho Thomas, sí era muy convincente. Sabía a la perfección lo que trataba de hacer, me quería quebrar, desalentar. Todo lo que decía eran mentiras y más mentiras, y lo sabía. Pero aun así la duda comenzaba a surgir.
—Ya basta. No sé qué estás tratando de hacer, pero no funcionará— apunté amenazante, y con todo el coraje que pude reunir.
— Eso lo veremos el tiempo dirá. Y tenemos mucho tiempo— replicó ella con malicia. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda—.Ahora, vamos a lo importante, siéntate.
Miré hacia atrás y me percaté de que había una silla a mis espaldas. No obedecería, me resistiría a hacer lo que ella quisiera tanto como me fuera posible.
—Toma asiento— ordenó Mafera impaciente.
— Te oí— comenté cruzándome de brazos. ¿Había dicho eso de aquella forma tan natural? Ella me dirigió una mirada molesta, pero no me moví.
— Bien, quédate parada, y veamos cuánto aguantas así— concedió divertida. Miré hacia el otro extremo de la habitación para distraerme, pero la silla se veía tan cómoda. Después de haber comido tan poco durante los últimos días, me encontraba débil. Mantenerme de pie luego de haber permanecido en el suelo todos estos días no debería molestarme, pero todo lo contrario ocurrió. Me repetí a mí misma varias veces que no cediera ante la tentación, pero ¿qué ganaba yo resistiéndome? Entonces, me desplomé sobre la silla derrotada.
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Sunlight (ya disponible en físico)
FantasyEntre susurros, se decía que el Sol protegía a su pueblo predilecto: Catwell. Se comentaba que éste les concedió un obsequio único, codiciado por unos y envidiado por otros, a sus habitantes. El Sol les había otorgado sus rayos, los cuales dot...