Ya no sabía cuánto tiempo había estado caminando sin destino. Aun así, tenía la certeza de que habían pasado varios días.
Con el atardecer del primer día, se había cernido sobre mí un nuevo temor. Este lado del mundo era completamente extraño y nuevo para mí, ¿Cómo iba a saber qué criaturas merodeaban por allí? Estaba completamente sola y desprotegida. Cuando el Sol se escondió, y desapareció entre los extensos montes cubiertos de verde, cerré mis ojos. Esperaba que el frío regresara a mí, y que alguna ventisca pasara a mi lado. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Todo permaneció igual a cuando había luz. Sí, había viento, pero este era cálido. Sentí que podía seguir caminando sin temerle a nada; nadie podía lastimarme. Por primera vez en varias semanas, permanecí en vela toda la noche, y continué mi viaje.
Era ya el alba cuando algo cautivó mi atención: una gran cantidad de agua en el suelo. Me acerqué hacia allí, desviándome levemente del camino que había estado siguiendo. Jamás había visto algo igual. Parecía un estanque, pero el agua en su interior no se encontraba congelada. Cuando mi vista se clavó en el agua fresca y cristalina que se hallaba ante mí, sentí cómo mi garganta se secaba, y el deseo de probar este dichoso elixir de vida, me invadió. Jamás me había puesto a pensar en lo sedienta que me encontraba, y el calor proveniente del Sol no mejoraba la situación. Miré hacia mis costados con nerviosismo, ¿Será potable? Me arrodillé con intención de tomar un poco de ella, pero luego, la duda me invadió. ¿Y si la tomaba y me enfermaba? ¿Y si no me gustaba? ¿El agua de allí era igual a la que había en Catwell?
Entonces, miré hacia abajo. Mi rostro se veía reflejado en la superficie cual espejo. Mi cara estaba demacrada por el cansancio y la falta de un buen baño en varios días. Luego, algo me sacó de mis pensamientos, una presencia al otro lado del lago. Levanté mi cabeza para observar lo que se hallaba en el otro extremo del lago: un ciervo. El animal ladeaba la cabeza con tranquilidad, y se inclinaba sobre el agua. Comenzó a beberla con placer mientras me miraba de reojo, como si esperara que yo hiciera lo mismo. Lo observé curiosa, ¿Así se veían los Alces aquí? Miré al cielo, que no era de color celeste como el día anterior, sino una mezcla entre anaranjado y rosado, mientras el Sol despertaba y comenzaba a salir de su cuna.
Decidí arriesgarme. Si al ciervo no le hacía daño, a mí tampoco. Junté mis dos manos y las hundí bajo el agua. Estaba fresca. Tratando de que no se me resbalara entre los dedos, me las llevé rápidamente a la boca. Era exquisita. Debía admitir, sin embargo, que la que teníamos en Catwell era bastante más fría. Cuando hube tragado, repetí el proceso varias veces hasta que mi sed se sació por completo.
Mi camino siguió durante el resto de la mañana hasta el almuerzo. Para ese momento, ya estaba preparada. Había estado recogiendo bastantes frutos de los árboles que había encontrado. Lo único que debía hacer ahora era sentarme en algún lugar tranquilo para disfrutar de su sabor. A lo lejos divisé un árbol que podría proporcionarme sombra. Corrí torpemente hacia él, y me senté de un sopetón. Saqué los frutos rojos que había encontrado, y no tardé en devorarlos. Definitivamente se habían convertido en una obsesión, y era decepcionante no saber cuáles eran sus nombres.
Una vez terminada la merienda, mi travesía continuó. Ya estaba cansándome. La verdad no tenía ni la menor idea de adónde iba, ¿Y si nunca lograba salir de esta situación? ¿Y si nunca llegaba a ningún lugar? Entonces, vi a lo lejos un camino de piedra. Con un poco de esperanza de que éste me condujera a algún lugar civilizado, me decidí a seguirlo. Poco a poco, noté como la cantidad de árboles y vegetación iba disminuyendo. Me preguntaba por qué. Al mismo tiempo, descubrí que el camino se iba consolidando. Las rocas se volvían cada vez más grandes. Pronto, en lugar de piedras, caminaba sobre cemento. Estaba maravillada. Estas cosas no se veían en Catwell. Los caminos del reino en dónde solía residir estaban hechos de tierra, o eso creía, ya que nunca había podido ver el suelo realmente: siempre estaba cubierto por una extensa capa de nieve.
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Sunlight (ya disponible en físico)
FantasyEntre susurros, se decía que el Sol protegía a su pueblo predilecto: Catwell. Se comentaba que éste les concedió un obsequio único, codiciado por unos y envidiado por otros, a sus habitantes. El Sol les había otorgado sus rayos, los cuales dot...