Capítulo 22: Ejecución

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El día siguiente fue igual al anterior. Los días pasaron, pero había algo que siempre permanecía: el desayuno con Mafera. Nunca había detestado tanto desayunar en mi vida. Entraba al comedor despejada después de una tranquila noche de sueños, y salía de allí echa un torbellino de emociones. Cada día me confundía más. Me hacía dudar, me estaba manipulando. Y lo peor, es que yo caía en sus trampas.

— Si te dejara libre algún día, ¿A dónde irías?— preguntó una vez con aparente inocencia.

— Pues buscaría a Simon y le diría que regresáramos a Calwen, lejos de ti— respondí.

— ¿A Simon? Olvídate del muchacho, él te odia. Él cree que tú lo traicionaste... después de todo, lo último que vio de ti fue a ambas hablando y tomando un café, como si fuéramos amigas.

— Apuesto que eso fue lo que tú le hiciste creer.

— ¿Y crees que si solo vas y le dices que no es así, él te creerá? Puedes descartar esa opción. Repito la pregunta, ¿A dónde irías?

Me quedé callada sin saber qué responder. Si no estaba Simon, ni mi madre, ¿Quién me quedaba? Estaba sola, completamente sola.

— Simon no está enojado conmigo— dije obstinadamente.

— ¿Ah no? Por lo que yo sé, está dejándote aquí, pudriéndote por dentro, mientras él está libre en algún lado... creyendo que eres su enemiga.

— Solo tratas de engañarme.

— ¿Y el Sol? ¿Acaso no te ha engañado Él también?

— ¡Basta! No soy como tú, no me importa lo que pienses.

— Mira hacia adentro y verás la verdad. Naciste para la oscuridad, y estás tratando de negarlo. Intentas aferrarte a la luz, pero tu desesperación pronto destruirá todo, y a todos.

— Mentirosa— dije esperanzada, pero no del todo segura de que eso fuera cierto.

— ¿Entonces, donde están todos aquellos a los que consideras amigos, ahora? Simon te ha abandonado. Tu madre y el Sol, ¿Han siquiera tratado de ayudarte ahora? Todos se han ido. Ahora que sabes la verdad, no les sirves.

Tenía razón. Me encontraba sola en esto. ¿Por qué estaba tratando con tanta fuerza resistirme? Si estaba allí era por una razón, tal vez el destino sí existía y me estaba conduciendo hacia la oscuridad. No lo admitiría, no todavía. Solo podía hacer una cosa, pararme e irme de allí. Quería estar sola, en la oscuridad que aparentemente comenzaba a rodearme.

Así pasaron los días. Cada vez que me despertaba aparecía Jimbo dispuesto a llevarme con Mafera.

— Que callada estás hoy— comentó la reina.

— No tengo ganas de hablar— dije clavando mi vista en la taza de café que se encontraba frente a mí.

— Es una pena... tengo grandes noticias para ti.

— ¿Qué?— pregunté desanimada.

— Hoy será la ejecución de tu padre— me informó con naturalidad, sin inmutarse. Me quedé pasmada.

— No, déjalo ir. Por favor— imploré temblorosa.

— La ceremonia será en una hora, y tú vendrás conmigo— ordenó mientras tomaba un trago de té. Mis puños se cerraron bajo la mesa. Eso era demasiado cruel. El simple hecho de saber que matarían a mi padre hoy era terrible, pero ¿Que me obligara a presenciarlo?

— Prometiste obedecerme— añadió ella al ver la expresión de mi rostro.

— Esto no era parte del trato.

— Pues ahora lo es.

Los minutos pasaron, y pronto, el momento del evento que tanta ansiedad me causaba presenciar, llegó. Mafera casi tuvo que arrastrarme para que caminara junto a ella. Su presencia me disgustaba, y ahora recordaba por qué la detestaba tanto. Caminamos hacia el centro de Catwell, a la plaza principal. Cuando llegamos, el preso ya se encontraba en la plataforma, y a juzgar por la cuerda que estaban atando alrededor de su cuello, iba a ser ahorcado.

Quería llorar. Sentía que ese era mi deber como hija, pero no podía. Me sentía una mala persona, pero apenas conocía a ese hombre. El único lazo familiar que aún tenía se estaba por esfumar, y yo... no sentía nada. La indiferencia que mostraba me estaba matando.

Una multitud de gente se amontonó para ver la función. El preso dio un paso hacia adelante. Cuando la soga estuvo bien atada a su cuello, Mafera se paró frente a él y pronunció un discurso. Miré al condenado. Sus ojos buscaban piedad en los de la reina de hilo, pero no encontró nada allí. No escuché una sola palabra del discurso, solo prestaba atención a mi padre. Sin siquiera percatarme de ello, los aplausos invadieron el aire, y el verdugo se alistó para tirar de la palanca. Con un simple movimiento, la escotilla se abrió, y el cuerpo de aquella persona quedó suspendido en el aire. Podía ver desde mi posición cómo se retorcía y tosía en busca de aire hasta finalmente exhaló su último suspiro.

Lentamente la gente del pueblo fue perdiendo interés y, a los pocos minutos, la plaza se encontraba prácticamente vacía. Me acerqué al cuerpo inerte del hombre que me había dado la vida. Lo contemplé de pies a cabeza con profunda pena.

— Ya está hecho. No te queda nadie en este mundo al cual acudir. Solo estoy yo ahora— dijo una voz suave a mis espaldas. Resoplé cansada y me volteé para enfrentarme a aquella horrible mujer.

— De todas formas apenas lo conocía— le informé con la intención de demostrarle que no me importaba.

— Así se habla, pequeña... vas por el buen camino. Olvida a tus seres queridos y todo lo que ellos representan para ti— me felicitó ansiosa.

— Esto no significa que me uniré a ti— aclaré enojada.

— Pero aun así... no te he visto llorar a tu padre. Parecías indiferente a su dolor mientras moría. Solo un ser oscuro es capaz de tanta crueldad— explicó. Sus palabras resonaron en mi mente durante varios segundos. Tan pronto como comprendí lo que había hecho, me horroricé de mí misma. No podía creerlo, mi padre había muerto por su culpa, y yo no había hecho nada para evitarlo. Era un monstruo. Recordé todas aquellas tardes en las que me había sentado a observar el palacio mientras pensaba en él. ¿Tan rápido me había olvidado de eso?

— Volvamos al palacio— comandó Mafera a sus soldados. Los seguí. El camino de regreso fue duro, pues mis pensamientos comenzaban a atormentarme. El simple hecho de recordar que hace una semana era una persona completamente distinta me agobiaba. Sí, había sido débil a las manipulaciones de Mafera, había caído. Me había dejado influir por sus palabras venenosas, y ya ni siquiera me importaba. Estaba perdida. Resistir solo sería peor, ¿Por qué seguir luchando? Incluso yo me estaba comenzando a percatar de la bestia que crecía en mi interior. ¿Había estado siempre allí? Probablemente, pero había sabido controlarla. Ya no más. No quería seguir conteniéndome. Ya no tenía nada por qué luchar. Rendirse hubiera sido lo más fácil, pero no lo hice. Y mientras una gota de bondad habitara mi cuerpo, no pretendía hacerlo.

Sunlight (ya disponible en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora