II. Melancolía

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Se llamaba melancolía y aparecía de la nada, se escabullía entre las sombras y se arrastraba por las sábanas, se dejaba caer ligera sobre el cuerpo y se fundía con el alma.

La melancolía la despertaba tarde en la noche y la dejaba con su rostro de porcelana enjuagado de lágrimas.

Le lucía aquella cortina de melancolía.

Las secuelas del tiroteo inmiscuidas en sus sueños convertían su descanso en una pesadilla, la hacían incorporarse en un segundo con el corazón latiendo en un frenesí y la respiración costosa, algunas noches dejándola en vela. Esa noche era una de esas noches, por lo que puso todo su esfuerzo en mantenerse despierta en medio de la madrugada, sucedía que algunas veces retomaba la pesadilla y se despertaba una segunda vez sintiéndose incluso peor que la primera. Así es como la melancolía la invadía.

Cayó rendida cuando el sol salía esa mañana de sábado, escondido tras un hilo de pomposas nubes grises que anunciaban que llovería. Ella despertó al mediodía. Tomó su almuerzo y acompañó a su madre al mercado, que aunque tronara o relampagueara insistía en comprar tela para confeccionarle nuevos vestidos; salió de casa con uno de color melocotón, sus zapatillas negras brillantes y un impermeable amarillo. Su madre condujo al pueblo, la casa que los Di Cielo habitaban estaba un poco alejada pero en 20 minutos estarían allí. Inocencia bostezaba observando el mal clima y rogó que no lloviese hasta que volviese a casa.

—He tirado una cinta roja que he encontrado en tu habitación,—su madre le contó. Inocencio trató de poner cara de no saber a lo que su madre se refería—sabes que a tu padre no le gusta que vistas nada de ese color porque...

— ❝El rojo cuenta historias acerca del pecado❞.—citó Inocencia. Su madre asintió—Sólo até mi cabello con ella.

—Evita problemas con tu padre, Inocencia—le advirtió.

No hablaron más al respecto. Ambos padres de Inocencia eran bastante religiosos, su padre más que todo, su madre aún se salvaba de unas cuantas cosas, pero era una conservadora antes que nada, era la crianza que había recibido por parte de sus padres y la que Inocencia recibiría por parte de ella. Se llamaba Eva en honor a la primera hija de Dios.

En el mercado su madre compró tela de casi todos los colores y diseños, Inocencia consiguió emocionarse al respecto cuando encontró estampados de su atractivo y se imaginó luciéndolos.

Las compras habían sido maravillosas y estaba segura de que sus vestidos lo serían también.

El domingo asistió a la Santa Misa, se sentó junto a Bianca y también saludó al Sr. Thompson, escuchó el sermón y dijo todas sus plegarias, pidió perdón por sus pecados y rogó por la salvación, acompañó al coro tocando el piano y al final de la mañana recibió halagos de la congregación que le recordaban lo buena que se había vuelto en el instrumento.

Su familia pasó la tarde en casa de los Ricci, lugar al que los había invitado la Sra. Ricci prometiendo una comida que los haría chuparse los dedos y ellos no dudaban de su habilidad, ella preparaba los almuerzos de los eventos benéficos y el público siempre quedaba encantado.

Inocencia tuvo un respiro, no pensó en sus responsabilidades o cualquier otra cosa, lo único que sabía es que estaba sentada junto a Bianca en un comedor al aire libre y que reían, disfrutaba de la comida y de su compañía por igual.

Volvió a casa con una sonrisa, sus pesadillas duraban más de lo que su fin de semana pero no quiso arruinar su día con eso, se limitó a sacar un par de libros de inglés de su baúl y estudió, pronto tendría una prueba y no conocía del todo bien las estructuras gramaticales, pero pensar en inglés la hizo pensar en Andrew y pensar en Andrew la hizo pensar en la prueba de Andrew y acarreó un sinfín de cosas que nublaron su mente.

Inocencia & Las 21 ArmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora