IV. Insano

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Su corazón nunca se sintió tan insano, palpitaba como un desequilibrado mental que trataba de zafarse de una camisa de fuerza, así trataba de salirse de su pecho.
Inocencia tenía un solo y único plan: tan pronto como viese a Andrew llegar le estamparía las fotos contra el rostro, se marcharía dando grandes pasos y daría un portazo en el que esperaba que él sintiese un golpe en su nariz. Bueno, quizá sin el portazo, no quería a su madre preguntándole si acaso se había vuelto loca. De haber sido por ella se habría sentado frente a su ventana toda la tarde pero su madre le había confeccionado un par de nuevos vestidos y la necesitaba como modelo para los últimos arreglos, así que en lugar de estar frente a la ventana de su habitación se encontró descalza en la sala de estar, con uno de los nuevos vestidos puestos y un montón de alfileres que podrían picarle al más mínimo movimiento, la buena noticia era que le encantaban, en especial ese de color rosa pastel. Su madre la observó maravillada, le hizo un último arreglo y estuvo listo.

Inocencia dio varias vueltas en él, lucía como si hubiese salido de una caja musical y ella era la pequeña bailarina.

—Gracias, madre.

Eva le acarició las mejillas y depositó un beso en su frente.

—Eres un ángel, Inocencia.

—No me lo quiero quitar.

—No tienes porqué. Mañana estará terminado el resto.

Entre estampados, telas y la felicidad que le trajo su nuevo vestido se olvidó de Andrew, se colocó un delantal, ató su cabello con un retazo sobrante del mismo vestido y ayudó a su madre a preparar la cena, su padre vendría agotado de su jornada de trabajo.

A su padre le agradó su vestido.

—Con las rodillas cubiertas, como debe ser—comentó al respecto.

Inocencia dijo sus plegarias antes de cenar y sus padres respondieron ❝amén❞ al unísono. Su padre comenzó a hablar acerca del día en la iglesia y eventualmente de política, acusando a todos de corruptos y presumiendo de que arderían en el infierno, ella no opinaba al respecto, raramente se enteraba de las noticias pero de igual manera asentía y le daba la razón en todo.

No pensó en Andrew hasta que subió a su habitación y vio la silla frente a la ventana que no ocupó en todo el día, había caído la noche y creyó poco probable que él viniese, aún así se sentó con su libro de inglés y lo hojeó.

Habían pasado 15 minutos cuando escuchó el motor de una motocicleta y asomó la cabeza. Lo observó bajarse de ella y mientras su corazón actuaba frenético, se quitó el casco y lo dejó reposando en el asiento. Vestía las botas de siempre, jeans que parecía haberle robado a una estrella de rock y una remera blanca bajo su campera de cuero. Levantó la mirada como si hubiese percibido que alguien calculaba cada uno de sus movimientos y vio a Inocencia asomada en la ventana. Ella le hizo un ademán de espera.

Dejó la Biblia sobre el buró cuando tomó las fotos y bajó las escaleras de puntillas esperando que sus padres estuviesen metidos en la cama, cruzó la sala de estar sin ningún inconveniente y salió con el corazón en la boca. Realmente había un chico parado afuera de su casa bajo plena luz de luna y lo que lo hacía peor, no se trataba de un chico agradable.

Él estaba ligeramente recostado de su motocicleta, jugando con la llave entre sus dedos mientras la veía venir. Era incómodo que la mirase por tantos segundos seguidos.

Entonces llegó a su encuentro.

—¿Es tu madre la que está en el porche?—Inocencia no tuvo tiempo de nada, simplemente se quedó pasmada y echó un vistazo a su casa, embargada por el terror.

Inocencia & Las 21 ArmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora