Capítulo 8

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¿Cómo puedes acallar a tu corazón de una manera tan fría y tajante?

¿Pueden sobreponerse el rencor y el dolor, a todo aquello que deseas?

Alba era el claro ejemplo de que aquello era posible.

Y maldecía el día en que se dieron ese beso. Ese beso que inició todos los siguientes y que encendió esa parte que se había obligado a apagar.

Quería creerselo.

Quería creer que para ella todos esos besos eran un juego.

Pero la realidad es que sólo eran esas ganas que había encerrado hasta que se pudrieron. Era un rayo de luz en un jardín seco y dorado. Todos esos sentimientos muertos renacían y se recomponían con cada respiración entrecortada de Natalia Lacunza.

Y no podía ser.

No podía, no quería, no debía.

No se lo permitiría.

Se lo había prometido y ella no era una persona que se dejaba desgarrar dos veces.

Sólo eran besos entre amigas. Y nunca, jamás, serían nada más.

Por mucho que le gustaran.

"No me lo digas de tu boca Alba, por qué no te puedo asegurar que te lo pueda perdonar."

Esas palabras resonaban siempre en su cabeza. Porqué fueron las que le rompieron el corazón.

Ese día sintió la humillación y el dolor en estado puro. Nunca se había sentido tan miserable y despreciada.

Lo que más le dolió es que fue Natalia quien le provocó ese dolor.

Todavía recordaba esa pelea como las más fuerte que tuvieron. Tanto, que nunca volvieron a hablar del tema.

Yo te quise.

Pensó con un dolor punzante en su estómago, clavando la mirada en Natalia.

Llevaba el pelo recogido y tatareaba una canción mientras fumaba apoyada en la ventana de la habitación de la rubia. Permanecían en silencio, algo que últimamente hacían mucho.

Cada una en su mundo.

Por qué tenías que ser tan condenadamente atrayente.

Sus ojos no podían dejarla. Aunque su corazón lo hubiera hecho.

Suspiró y Natalia la miró. Dejándo ver esas oscuras marcas debajo de sus ojos.

Ninguna de las dos estaban bien, estaban caminando por un campo de minas desde hacía tiempo. Y por norma, eso tenía que acabar explotándo.

Lo más curioso es que pese a no estar bien, seguían pasando todos los ratos juntas. Como mejores amigas que eran.

Aunque estuvieran en silencio.

— ¿Pasa algo? – Preguntó Natalia tras ese suspiro.

— Qué va, sólo pensaba.

— ¿En qué?

— Nada interesante.

— Ajá... – Murmuró para volver a echar la vista a la ciudad.

Pero el timbre las interrumpió.

— Ya voy yo. – Dijo Alba.

Se dirijó a la puerta, negándo con la cabeza al ver dormir a María en el sofá. Más concretamente en bragas.

Abrió y sonrió al instante.

— ¡Pero si es mi hermana postiza!

— ¡Hombre Albita! Sigues igual de enana.

Reciprocation - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora