II

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Tomás conocía el romance de los muchachos y se oponía rotundamente. Alegando que ese rufián, con quien tenía una cuenta pendiente, no se merecía a Martina. Mientras él recordara a Tiburón, el último perro que tuvo, que no se dejara ver de él, que no se acercara por su casa. Acusaba a Andrés de la muerte de Tiburón, cinco años atrás. Ese era el pretexto para justificar su conducta enfermiza frente al pretendiente de su hija.

Había despertado unos celos desoiadados sobre su hija, entendiendo que cuidaba a su pequeña nena de los maleantes pasacantando que no sacaban una gata a mear. Era lo único que tenía y soñaba verla subir al altar vestida de blanco con el hombre que él eligiera para ella, un hombre de verdad, no esa mierda de gente que no tenía ni papá.

Desde el funesto dia de la muerte de Marta, su esposa, en el parto de Martina; Margot se vino a vivir con ellos. Era la hermana menor de Tomás y despertó un cariño especial por la niña al verla tan vulnerable, inocente e indefensa. Al cabo de un tiempo y con la ayuda de su hermano, construyó una humilde casita en el extremo izquierdo del extenso patio de la casa de Tomás, circunvalándola de hermosos matorrales de cayena. Martina, desde temprana edad, solía cortar sus flores para adornar su casa. En ocasiones llevaba una en su pelo recogido, que la hacía parecer una ninfa.

Margot nunca tuvo hijos y por ello acogió a Martina como la hija que siempre deseó. Aunque no se cumplió el dicho de que "a quien Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos", porque la niña si que era un alma serena, santa, buena y pura. Gozó de todo el apoyo que la tía le pudo dar. Tomás de quejaba diciendo que no hay cosa más apoyadora que una tía jamona.

Desde que comenzaron a nacerle los senos y la libido se despertó, Tomás encerró a Martina en su casa como ave cautiva y solía exigirle a Margot que no le quitara la vista de encima que muchos hombres la estaban mirando.

La muchacha encarnaba la belleza de una diosa capaz de encender la fogosidad a un vil misógino. Tenía el candor misterioso de una hembra que enloquece con la mirada. Sus grandes ojos negros, radiantes de luz, cual llameante dragón en las noches oscuras y su larga cabellera color azabache, la hacían superior a Venus. Ante ningún hombre pasaba desapercibida por su gracia y beldad, nació bella, pero ella no se percataba de sus dones. Se creía una muchacha común y corriente. Tomás la celaba hasta con su propia sombra. Sólo su Tía la veía en libertad y era para que la cuidara cuando él tenía que salir. Sus amigas podían visitarla sólo en presencia del padre. La sacó de la escuela al enterarse de una compañera suya que salió embarazada a temprana edad, alegando que le quedaba muy lejos, en realidad fue porque tenía la idea de que las mujeres que estudian son libertinas e incontrolables y con cualquiera se acuestan. La sepultó en su casa, pero en la misma medida que crecía y entraba en pleno desarrollo se hacía más bella y atractiva cual princesa de cuentos de hadas.

Creció buena, obediente, sumisa y pura de corazón. Procuraba tender su mano a quien la necesitara. Aunque no pudo continuar la escuela, cultivó la virtud de la sabiduría, esa sabiduría innata que provee la convivencia con la naturaleza. Desarrolló una capacidad de observación única. Era penetrante en su mirada y analítica en sus juicios, de poco hablar. Incapaz de arrancar un pétalo a una flor. Era tres veces hermosa: bella, sabia y buena.

Andrés, desde que se entero de su existencia, enloquecio de amor. Para no verla en la calle y despertar los incomodos comentarios de los chismosos, despues de vencer una miriada de obstaculos, decidio visitarla por las tardes. Ella se lo permitio bajo la condicion de que se fuera antes de que su padre regresara.

Un funesto dia, Tomás llegó más temprano de lo acostumbrado, alertado por Valerio, un mísero fracaso de la naturaleza por lo feo y despiadado que era, quien le dijo que en su casa había un hombre detrás de su hija, inventándose cuantas mentiras se pueden imaginar. Fué justamente el día que Tomás amenazó de muerte a Andrés con el machete en la mano.

-Te me vas ahora mismo de mi casa, y si vuelves por aquí, te mato!

Enervado, Andrés, no iba a pelear con alguien que también amara tanto a su amada, aún cuando fuera un amor sentimental. Menos con su padre que se desvivía por ella. Hasta llegó a pensar "qué bueno que tanto me la cuida". Se confabuló con la vieja Margot, quien desde la tarde que lo vio salir detrás de un árbol de mango, cerca de su casa, percibió una luz en los ojos del muchacho que la dejó atónita, viéndose obligada a aceptar su romance, a sabiendas del peligro que corrían tanto ella como Martina con Tomás.

El perfil del muchacho era un rostro tan familiar para la tía de Martina como el de un hijo al que nunca ha visto después del parto y de pronto te lo encuentras fortuitamente con él. Margot los iba a ayudar. Eso sí, que el viejo nunca supiera su complicidad porque era capaz de matarlos a los tres. Ella conocía los sentimientos de los amantes y no iba a ser piedra de tropiezo en un amor tan tierno y puro como el de su sobrina con Andrés.

Fue un domingo por la mañana cuando él, desesperado, interceptó a Margot, saliendo de la iglesia y casi implorándole le decía:

-Margot, haga algo por nosotros, mire que muero de amor.

-No te preocupes que a esa no le va a pasar lo que me pasó a mí. Esa es tuya, pero si la tratas mal, te mato.

Él juró que nunca la tocaría para mal ni con el pétalo de una flor. Margot, que no era vieja fácil, le dijo:

-Todos los hombres dicen lo mismo, mientras andan detrás de una y cuando consiguen lo que quieren se olvidan.

Andrés, que presumía de poeta desde el día que amaneció abruptamente enamorado de Martina, le quitó un pequeño pisapelo metálico que tenía la vieja en la cabeza. Se abrió una herida, escribió dos versos con su sangre en un pedazo de papel y se lo pasó a Margot:

"Por mis venas corre un fuego cual calor con Martina me convierto en el amor"

Los pactos más grandes de la humanidad se han firmado con sangre y éste es un pacto de amor. El amante de verdad es incapaz de dañar lo amado. Le juro que la amo y no sería capaz de hacerle daño.

Margot se asustó. Nunca había visto una prueba de amor tan grande. Tomó el papel todavía humedecido de sangre, con los dos versos escarlatas e iba a marcharse, con la última frase resonando en su cerebro. Se lo entregaría a su sobrina. Andrés la detuvo. Sacó otro papelito de un bolsillo con un poema que guardaba para Martina. Un poema escrito con dolor. La miró, al tiempo que le decía:

-Esta poesía la escribí para ella. Procure que el viejo no la encuentre.

Firmó el papel con sangre, con la misma sangre que salia de la vena que se pincho y se lo entrego. Margot se marcho intrigada por el acto de amor de Andrés, por el acto de valentia y por el contenido de aquel poema....

Ella no iba a ser correo sin saber qué decía ese papel. En cuanto llegó a la casa soltó todo y se acomodó, con los pies sobre una mesita, leyó la poesía.

SONETO A MARTINA

Virgen misteriosa es la amada mía

Henchida de candor y gracia plena

Que va por la vida altiva y serena

Manjar de los dioses, cual ambrosía

Resplandor de beldad divina y pura

Esa mujer de rostro inquisidor

Ha hechizado mi vida con su amor

Con su candor, su gracia y su ternura

Muero en la noche oscura del pasado

Si por su padre no correspondiera

Que me alcance la muerte repentina

Si vivir lejos de mi amor tuviera

Vivo por ti, amada, si estoy a tu lado

Prefiero morir, sin tu amor, Martina

Los Amantes de la CabañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora