III

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Al día siguiente, por la tarde, cuando pensaba entregar el poema a Martina, entró Tomás como de costumbre, venía de su conuco, y se quedó conversando con ella, por largo rato. El papel con la poesía de Andrés estaba todavía sobre la mesa con el nombre de Martina visible. Tomás lo miró con cierto detenimiento, Margot duró frío, pero el viejo no se percató. Aprovechando el buen humor del hermano le dijo:

- Deja esos malditos celos. Te vas a enfermar y se nos va a perder la muchacha antes de tiempo. Los celos son signo de desconfianza y sólo conducen a desgracia. Cuando ella lo quiera hacer, lo hará por encima de tí y de mí y de todo el que se oponga. Es que tú no conoces a las mujeres. Mejor hazte su cómplice y ayúdala.

-Ella no sabe lo que quiere todavía. Es una niña. Con ese baladí no se va a meter, y si se mete, se va de mi casa, que no cuente conmigo. Él sabe lo que me hizo.

Margot se asustó al oír las palabras de su hermano porque no solamente estaba metida la muchacha, ella también era cómplice de los amoríos de Martina y Andrés, y ¡ay! Si este viejo se enteraba.
Quiso contarle lo que realmente pasó con Tiburón, pero no se atrevió. Este hombre era muy cascarrabias. Sigilosamente quitó el poema de la mesa, y lo escondió. Necesitaba encontrar argumentos más sólidos que lo hicieran cambiar, pero el hombre era recalcitrante. Llevada por la ira del momento, frente a su hermano, dijo sin mirarlo:

-Una niña, una niña. Ya tiene diecisiete años y pronto cumple dieciocho ¿Es que tú quieres que haga como Marcia, la hija de Moreno, tu compadre?
Marcia era cinco años mayor que Martina. Tomás, su padrino, era como su padre y hasta quiso quitársela a Moreno. Con el tiempo, Dios le dió a Martina, su niña, y al quedarse solo por la muerte de Marta, su esposa, en el parto, no insistió más con el compadre para que le diera a la ahijada. Vivían cerca hasta el día de la desgracia.
Cansada de los celos de sus padres, quienes no la dejaban ir sola ni a la esquina de su casa, costumbres de los padres campesinos, Marcia se acostó con el primero que se le propuso. Estaba hastiada. No le importaba nada ni nadie. En ese preciso momento, un óvulo, escondido en las trompas de Falopio, esperaba para ser fecundado. El prolongado retraso, los incómodos malestares y el abultado vientre fueron su primer indicio. Fuéramos cuando cayó en cuenta de la gravedad de su situación y la magnitud de su problema. Marcia estaba embarazada con apenas quince años de edad y de un desconocido. La mente se le ofuscó y no veía salida. Estaba perdiendo el juicio. Desesperada decidió contárselo a sus padres para que la ayudaran.
Sollozando contó lo que había sucedido. Se creó un conflicto indescriptible en su casa. Moreno, sin piedad, culpaba a la madre de la irresponsabilidad de la hija y hasta quiso echarlas a las dos. La infeliz, para no oír más el vozarrón de su papá, salió sin rumbos. A la llegada de la noche, el pesar consumía a la madre y, entre lágrimas, le dijo a Moreno:
-Sal en busca de ella, no ves que la pobre está embarazada.

A Moreno lo invadió el remordimiento por todo lo que le dijo y porque no concebía la idea de su niña embarazada andando por el pueblo como una huérfana. Salió a buscarla. Muchos pensamientos surcaban su mente. En lugar de pelear, debió ayudarla y orientarla. Los celos lo cegaron. Anduvo todas las casas del pueblo, quizás estaba con alguna amiga, pero Marcia no tenía amigas, él se lo había impedido. Pasó por la casa de Tomás y éste se sumó a la búsqueda con su compadre y en cada vuelta volvían a la casa para saber si había regresado. Llegaba la media noche y a Marcia se la había tragado la tierra. Moreno se estaba muriendo de dolor por su niña. A poca distancia de su casa, había una casona abandonada, sin puertas ni ventanas. Pasaba una y otra vez por su frente y no se le ocurría entrar. De regreso a su casa, Tomás le preguntó: 

-Compadre, ¿usted entró a la casona?

-¿Y qué va a hacer ella ahí?- dijo Moreno más turbado que nunca. 

-Espéreme.- Dijo Tomás y se encaminó a la casona. 

Un grito desesperado de Tomás, desde el interior de la casona, acuchilló a Moreno, quien corrió como una bala disparada para encontrarse con la silueta de Marcia colgando, en medio de la oscuridad. Se había ahorcado al caer la tarde llevada por la desesperación. La familia no pudo con el peso de conciencia y se mudaron lejos de allí. Tomás perdió el juicio. Al día siguiente corrió desesperado a la casona y entre puñetazos y patadas, y hasta con la cabeza, la derribó. Ensangrentado, se fue a donde Moreno y junto con su compadre lloró todo el día. Jamás olvidó aquella dolorosa escena.

Margot se volvió sobre su hermano y para rematar a quemarropa como quien descarga un cañón a una diana de dos metros, le dijo: 

-¿¡Eso es lo que quieres de tu hija, coooño!? 

Tomás no respondió. Un hondo dolor lo invadió, porque él fue quien encontró a su ahijada colgando. Porque Margot nunca le había hablado así, le faltó al respeto y porque eso era lo último que desearía para Martina, pero su destino ya estaba escrito. Pasó tres días sin ir a donde su hermana. Hasta que, finalmente, se reconciliaron. 

Cuando Martina leyó los dos versos de su amado, se dejó caer de espalda en la cama de Margot. Luego vió el papel firmado con su sangre y entre temblores lo fue leyendo letra a letra. Aprovechó el malestar de su padre con la tía para planear un encuentro con Andrés. Necesitaba verlo. 

Los Amantes de la CabañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora