IV

676 10 0
                                    

En dos meses se celebraban las fiestas patronales en el pueblo Las Gordas. Eran fiestas de San Miguel Arcángel. Martina esperó con ansias aquellas celebraciones porque tenía un plan que proponerle a Andrés. Contaba los días que parecían perderse en el tiempo hasta que por fin comenzaron los preparativos. Cerraron las calles que bordeaban el parque. La iglesia y el ayuntamiento acordaron hacer las celebraciones en conjunto, primero los actos religiosos y luego los mundanos que disfrazaron con el nombre de actos culturales. 

Al llegar la noche, aprovechando la presencia de la tía en su casa, el primer día de las patronales, Martina insistió hasta el hastío para convencer a su padre de que la dejara ir un ratito, bajo el cuidado de Margot, a dar una vuelta por el pequeño caserío. La vieja miró a su hermano moviendo su cabeza

como si le dijera: "sí, hombre, déjala ir conmigo, ya que tú no la sacas ni al frente de la casa..."

-Vayan, pero tienen dos horas para que estén aqui de regreso. 

Dos horas se tomaban de camino al pueblo para ir y regresar, pero la muchacha necesitaba sólo un minuto para ver a Andrés, por lo que no dio tiempo a la tía de refunfuñar y casi la arrastra con ella. 

Habían pasado dos meses desde el día de la mortal amenaza de Tomás a Andrés por Martina, pero ésta fue caldo de cultivo para los amantes. Creció el amor como crece el pasto del bosque donde estaba la cabaña. Ni la distancia ni el tiempo iban a poder con este hondo sentimiento de los muchachos enamorados. Un amor así no cabe en este mundo. Ella tenía que hablar con Andrés para que tomaran una decisión y ese era el momento más apropiado. 

Muchos recuerdos invadieron a Margot durante el camino: la tarde que tuvo que entregarse a un hombre a quien no amaba, como conoció a Marcio en el penitenciario, las historias que el le contaba por las tardes pegados a una malla metálica que separaba a los presos. La melancolía abrazó su corazón y sintió ganas de hablar. Contarle a Martina las penas de su alma. 

-Yo también tuve un amor. 

Martina se mantenía callada, maquinando el plan que iba a proponerle a Andrés, pero Margot no iba a parar de hablar en todo el camino. 

-Él me contó muchas historias, pero hay una que se me ha clavado en el pensamiento, es la historia de amor de Eleanor Marx y Edward. Ella era hija de un gran líder llamado Karl Marx y dedicó su vida a luchar por una sociedad más justa junto a su padre, quien la protegía porque todos los hombres la pretendían por su belleza, además era la mejor oradora de su tiempo. Eleanor se había consagrado a su proyecto altruista conocido como La Liga. A su vida llegó un hombre, se llamaba Edward. Se enamoraron locamente y al poco tiempo se mudaron juntos. Vivían el uno para el otro. Él la acompañaba a todas partes y trabajaban para la Liga. Un día descubrió que él tenía una relación paralela con otra mujer, una actriz. Edward le juró que era falso, que sólo vivía para ella  le dijo: "haré lo que me pidas como prueba de mi amor por ti". Al llegar la noche, Eleanor lo esperó con dos copas en la mesa. "Si tu amor es como el mío, sólo es posible más allá de este mundo, brindemos con cianuro" y lo vertió lentamente procurando vaciar la misma cantidad en cada una. A Edward le temblaron las piernas, pero no tenía otra opción. Tomó la copa con sus dos manos y fijó sus ojos en los de su amada. Lentamente se las llevaron a la boca. Eleanor la sorbió de un solo trago, él la mantuvo pegada a sus labios, pero no bebió. La vio morir lentamente y luego se marchó con la actriz

Llegaban al pueblo justamente cuando Margot terminaba la historia de Eleanor Marx y Edward. Martina se quedó pensando en la decisión de los amantes. El tumulto que se levantaba cerca la trajo de nuevo al mundo. Una inmensa muchedumbre, de aldeas cercanas y lejanas, se aglutinaban en el poblado, próximo al pequeño parque. Cantaban, bailaban y conversaban en medio de la calle. Guiada por un hilo conductor se dirigió justamente a donde se encontraba su amante con las palabras de la vieja, su tía, en los oídos como un eco interminable: "No hagas show en medio del pueblo, la gente te conoce y conocen a Tomás, sólo tienes cinco minutos, tenemos que regresar". Martina no iba a arriesgar más a su celestina. 

Los Amantes de la CabañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora