Capítulo 1

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27 de abril de 2018.

Coloqué el cigarro entre mis dedos, lo llevé a mis labios e inhalé. Es horrible, se siente un cosquilleo poco agradable que cruza tu garganta, y sin embargo es tan adictivo. Entonces ahí viene la mejor parte: sentir cómo tu cuerpo se relaja y lo largas.

– Voy a dejar de fumar –anuncié.

La rubia a mi lado me miró y soltó una pequeña carcajada. – Sí, obvio –respondió–.

– De verdad lo digo –insistí mientras Belén jugaba con el humo que largaba.

– Vamos a ver cuánto dura –Lorenzo pasó uno de sus largos brazos por detrás de mi cuello y me acercó a él. Mi cadera izquierda chocó contra su pierna, él era más alto que yo.

– Yo ya ni me lo propongo –dijo mi amiga– no duraría ni tres segundos sin fumar.

Darío, el novio de Belén, preguntó: – ¿Soy yo o todos los estudiantes de medicina fuman mucho?

– Es el estrés –contesté–. O eso supongo.

La rubia asintió y su melena se agitó – Química me tiene hasta las bolas. Todas esas ecuaciones imposibles, balances, nomenclaturas, bah... estuve pensando en conseguir trabajo así mis padres dejan de mantenerme.

– Ahí vamos de vuelta –comentó el morocho a mi lado. Lo miré de reojo, tenía un perfil lindo. No era mi novio ni nada por el estilo, solíamos tener sexo, nada más. Supuestamente hacíamos linda pareja: "ambos son atractivos y él parece súper enamorado". Locuras.

– ¡Voy a terminar la carrera cuando tenga treinta años! –exageró mi amiga– con el ingreso, que me llevó un año, y que encima me veo jodida con los parciales...

– Deja de estresarte de ante mano –solté–, sos inteligente y venís aprobando todo. La única que tiene permitido ser pesimista acá soy yo.

– Es fácil decirlo para vos, ya estás en segundo de tu carrera y te va excelente –hice rodar mis ojos; ella suspiró e inhaló una buena cantidad de porquería, toxinas y vaya uno a saber qué tienen los cigarros–. Cuestión, este descanso que me estoy dando va muy en contra de mis principios. Y cabe destacar que me trajeron a la fuerza –bromeó, o eso quiero suponer.

– Mi amor, deja de preocuparte tanto. ¡Es viernes! –Exclamó Darío–. Hay que disfrutar y no pensar en la facultad. Además, no tomes esto como una pérdida de tiempo sino como una escapada del estudio.

Nos encontrábamos en un barcito -como me gusta llamarlo a mí- en Palermo Soho, donde venden cervezas artesanales. Me encantaba ir ahí, ya sea de día o de noche, lunes o viernes. Es un barrio turístico, alegre aún cuando llueve. Tiene una onda juvenil y media europea (como varios lugares de la ciudad de Buenos Aires). No soy de aparecerme por ahí muy seguido, las veces que lo he hecho fue para merendar con mi mamá, para buscar algún vestido más o menos elegante o simplemente para tomar algo con unos amigos.

Nací en lo que se llama "el interior": cualquier provincia que no sea Buenos Aires. Por algún motivo detesto ese nombre, suena mal cuando un porteño lo dice: -"Ah, una chica del interior". Igualmente yo ya me creo porteña, siento que pertenezco más a este lugar que a ningún otro. Es un quilombo, pero es el quilombo más hermoso que puede haber. Una vez que aprendes a manejarte en esta gran ciudad que espera devorarte entero, podes manejarte donde sea. Aprendes a ser paciente, cuidadoso, a divertirte. Te curtís, ¿entendes? Te llenas de experiencia, ganas calle, madurez. De alguna manera u otra te sucede, ya sea por las buenas o por las malas, generalmente por ambas; el que no lo aguanta termina dando marcha atrás.

– ¿No queres irte? –Loren me susurró al oído, era el clásico llamado de apareamiento (o así lo llamaba yo, como si parodiara cada frase suya). Por supuesto que quería irme. Mis ojos se clavaron en los suyos y sonreí con la mitad de la boca. Depositó un beso fugaz y su mano entera se posó y apretó en un lugar que a mi padre no le gustaría enterarse.

– Voy al baño primero –anuncié en el mismo tono de voz que él. Me moví de mi lugar y avancé entre la gente, sintiendo su mirada clavada en mi espalda.

Mis pies hábilmente me condujeron a la otra punta de donde mis amigos estaban situados. Nos encantaba la terraza, podíamos fumar, mirar la gente de adentro del lugar, la de afuera; la música no nos aturdía, pero al mismo tiempo la podíamos escuchar perfectamente.

Lo que más me gustaba a mí del lugar eran los vitrales. Cada ventana de la cervecería era un vitral generalmente con colores que divagaban entre amarillos, verdes y violetas. Hermosos. Lástima que de noche no se lucen.

Cerré la puerta detrás de mí, me acerqué al espejo y me acomodé el pelo. Mi pintalabios seguía intacto y remarcaba bien mis labios, no exagerando, sino dándole la forma que tenían la cual me gustaba mucho. Heredé los labios de mi mamá: ni muy gruesos, ni muy finitos, justo a la mitad. Bien enmarcados, con una forma perfecta. El arco que se formaba entre mi labio de arriba con la nariz estaba bastante pronunciada. Siempre me gustaron, pero nunca les tuve tanto amor como el que les gané cuando llegué a Buenos Aires y conocí a tantos hombres y mujeres que quedaron fascinados con ellos. Aún así es ridículo que mi autoestima dependa de terceros, por más que sólo esté hablando de mi boca.

Al cabo de unos cinco minutos aproximadamente salí del baño y retomé el mismo camino que había hecho, pero para ir allí. Sonaba Wake me up en conmemoración a un dj sueco que había fallecido días atrás; la gente cantaba con mayor euforia como si gritaran la cantidad de lágrimas que perdieron por su partida. No comparto tanto su sufrimiento, es decir, sí lo entiendo pero me dolió más la muerte de Heath Ledger u otra más reciente como la de Stephen Hawking.

Mis pensamientos fueron interrumpidos en ese momento, siempre creí que por ser tan delgada podría desfilar entre la gente sin ningún problema. Un hombre alto, tal vez más que Lorenzo, impactó contra mí y casi pierdo el equilibrio. Me sentí estúpida cuando me di cuenta que mi cuerpo no estaba en el suelo gracias a que el sujeto me había sostenido con fuerza.

Fue raro, me sentí atosigada y como si un déjà vu me viniera a la mente, pero yo nunca había vivido esto antes, rara vez soy tan torpe.

Me vi agarrándome de sus brazos mientras los suyos estaban: uno en mi cintura y el otro detrás de mi hombro derecho. Creo que habían cambiado la canción, creo que estaban pasando una de Madonna, o tal vez de Billie Eilish, capaz de Lady Gaga, ¿quién sabe? Yo no, porque cuando levanté los ojos me topé con otros muy oscuros, una piel blanca, muy parecida a la mía, hasta tal vez competían por cuál brillaría más bajo el sol; también conocí la sonrisa de mi perdición. ¡Y qué linda sonrisa! Y maldita sea la hora en que la cautivé, y me cautivó, y nos obsesionamos en destruirnos.

No, no es la típica: lo vi y fue amor a primera vista. Si esperas una historia así lamento decirte que te voy a defraudar. Te aseguro que si Buenos Aires no me había curtido lo suficiente, él lo haría.

Hay historias más tristes, pero no hay mayor tristeza que la que me consumió y me llevó a escribir la mía. Entonces cada uno saca conclusiones de si uno vive o existe, de si supera o se acostumbra, o si puede encontrar armonía en un caos.

Armonía en un caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora