Capítulo 2

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3 de julio del 2019.

15:30.

– ¿Por qué estás acá?

La típica pregunta, nada que no me esperara luego de quince minutos de dar vueltas y vueltas presentándome.

– La verdad no sé –coloqué una pierna arriba de la otra–, nunca fui muy partidaria de los psicólogos. Cuando era chica, aproximadamente a los trece años, mi mamá me mandó a una mujer con la que nunca congeniamos muy bien. Su mirada era distinta, fría y calculadora. De no haber sido porque mis padres le pagaban, creo que nunca me aguantó –lo miré de reojo para chequear si su mirada era como la de aquella psicóloga–. Yo a ella tampoco la quería, no la soportaba; desde el primer día noté cierta soberbia hasta en sus pocas palabras.

– ¿Soberbia? –Preguntó. Asentí y él imitó mi mismo gesto. No me gustaba que hiciera eso.

Se llamaba Fernando no sé cuánto. Ya ni me acordaba el apellido. Corrí mis ojos hacia la pared a mi derecha, en un estante lleno de libros estaba su preciado título puesto en un marco, como si fuera una fotografía, algo super anhelado por él que buscó durante años: Licenciatura en psicología... Graduado de la Universidad de Buenos Aires... el 27 de noviembre de 1997... Fernando García Dillon.

Mi mirada quedó en el suelo– Yo ya sé que si uno decide ir al psicólogo esta persona lo va a psicoanalizar, pero... –el verde en mi mirada chocó con el negro de sus ojos, un negro con un tono rojizo, marrón rojizo– ¿Tiene que ser tan evidente?

Evidente era yo y la indirecta (muy directa) que estaba arrojándole. Él la atrapó con facilidad y me dedicó una sonrisa cálida, intentando hacerme sentir cómoda.

– Cuando te sientas incómoda me decís –dijo en un tono sereno, propio de psicólogos–, y si parezco soberbio también me gustaría que me dijeras.

Apreté los labios durante unos segundos y luego los relajé para hablar– Te haré saber.

Entonces se dio, de a poco. Le expliqué que su paciencia tendría que durar el mismo tiempo que lo que tardaría en salir mi confianza. Le iría contando mi historia sesión por sesión, como si fuera un cuento, memorizando detalle por detalle y conduciéndolo hasta donde yo quiera llegar.

– Cuando estés lista –su mano se alzó, incentivándome a empezar mi historia.

30 de abril de 2018.

17:30.

Siempre detesté cuando los resaltadores manchaban la hoja, la traspasaban. Me daba ansiedad, todo siempre me dio mucha ansiedad.

Estaba resumiendo, o intentando resumir unas fotocopias de la Revolución Rusa por Sheila Fitzpatrick. Obviamente va en contra de los derechos de autor fotocopiar los libros, pero... soltar la plata me cuesta más que salir a correr un domingo a la mañana.

Mi celular me sacó de mi intento de estudio, estaba leyendo la política de Stalin hacía una hora. Llega un punto en que necesito descansar y la cabeza no da más abasto.

– Sí –contesté.

– Vamos a tomar algo –propuso Belén del otro lado de la línea– estoy en la esquina de tu departamento, si no estas ocupada baja y vamos a algún café.

Con el frío que hacía en seguida deduje que si no subía era porque estaba fumando.

– Dale, de una. Me pongo alguna campera y bajo –contesté–, vos terminate tranquila tu pucho.

No la podía ver pero ya me imaginaba su sonrisa de picardía, como a un nene que descubren alguna cagada que se mandó; a Belén se le achinan los ojos y no puede evitar sonreír.

Armonía en un caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora